Ritmo, baile y memoria: así fue que la salsa salió de Nueva York y se fue a vivir a Cali para siempre
El cineasta Juan Carvajal presenta ‘La salsa vive’, un documental en el que hace un recorrido por la historia de uno de los géneros latinos más celebrados del mundo y expone cómo se convirtió en un pilar fundamental de la cultura popular caleña


En América Latina, un vastísimo territorio sembrado de ritmos musicales que a veces parece imposible contar, se ha anunciado varias veces el fin de la salsa. Porque los grandes músicos han muerto o son menos populares, porque en Nueva York se baila menos en las calles, porque en Puerto Rico ahora suena más el reguetón: las razones abundan. Y aunque en muchos lugares donde antes fue popular ya no queda mucho rastro, hay una ciudad de la que no solo no se puede decir que la salsa haya muerto, sino que se ha convertido casi que en depositaria y estandarte de su memoria: Cali. De eso, pero también de contar el nacimiento y la evolución de uno de los ritmos latinos más celebrados del planeta, se ocupa el documental La salsa vive, del cineasta Juan Carvajal (Cali, 52 años), cuyo estreno mundial fue el pasado 7 de marzo en Estados Unidos.
Carvajal, afincado en Nueva York desde hace 15 años, tuvo la idea de hacer La salsa vive hace más o menos ocho. Como director del Colombian Film Festival New York, conoció al pianista Larry Harlow, uno de los padrinos del género, y con él hablaba del ambiente salsero de los años sesenta y setenta que ahora ya no existe. Poco después vino la pandemia, murió Harlow, y Carvajal, lleno de tristeza, volvió a Cali. Allí nació la idea que, dos años después, ha llegado a las pantallas. A punto de viajar a Austin (Texas) para el estreno de la película, Carvajal cuenta desde Nueva York: “Había que contar la historia que no se había contado de la ciudad que vio nacer la salsa, la que le dio el nombre a ese movimiento, y de la ciudad que la mantiene viva. Son Nueva York y Cali, mis dos ciudades”.

Después de pasar por el festival South by Southwest en Austin, el documental será proyectado en el San Diego Latino, el 23 de marzo. Luego, en el Carnegie Hall de Nueva York, el 30 de abril. A Colombia llegará el 29 de mayo. El metraje hace un recorrido en menos de dos horas por los orígenes neoyorquinos de la salsa. Muestra el ambiente de los barrios habitados por latinos, negros e inmigrantes que convertían cualquier trozo de calle en sala de baile o tarima de orquesta. Era la época en que en diferentes discotecas se presentaban, al mismo tiempo, a Ray Barretto, Willie Colón o Johnny Pacheco. Alimentado con testimonios de figuras como Rubén Blades, Henry Fiol, Willie Rosario o Ángel Lebrón, el argumento del documental pronto aterriza en Cali, en busca de la explicación de por qué la salsa migró para quedarse a vivir en ese rincón del Pacífico.
Esas entrevistas con algunos de los sobrevivientes de la época dorada de la salsa están acompañadas por un minucioso trabajo de archivo, con el que se recuperaron imágenes de esos años en Estados Unidos, pero también de la Cali de otros años y de su vecino puerto de Buenaventura, su proveedor de primera mano de discos de boleros, danzones y guarachas venidos del Caribe que empezaron a crear un ambiente en el que la salsa iba a anidar con plena comodidad. Décadas después empezaron a ser parte del paisaje los agüelulos, reuniones vespertinas sin alcohol, o las fiestas de cuota, a las que había que pagar para entrar. En alguna de ellas, alguien habrá reproducido un disco de 45 revoluciones por minuto (rpm) a 33 rpm, los bugalús empezaron a sonar más rápido, los cantantes parecían ardillas y el baile era tan arrebatado como vistoso. Poco habría que esperar para que naciera el Grupo Niche, liderado por Jairo Varela, la mayor orquesta de salsa del país que halló en Cali su hogar eterno.

El narcotráfico, dinero y condena
Al hablar de Cali y de su historia en el último medio siglo, es imposible no mencionar el narcotráfico. En 1993, una vez muerto Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, el negocio de las drogas ilícitas quedó en buena parte en manos de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, líderes del cartel de Cali. Habituados al ambiente salsero de la ciudad, ponían muchos de sus millones conseguidos en la ilegalidad para organizar conciertos y presentaciones privadas con los principales exponentes del género.
―Fue una época importante para la música en Cali —dice Carvajal—. Esos manes decían: “Me gusta como canta esa mujer: tráigala. Traiga a este, traiga al otro”. Yo recuerdo esa época, porque la viví. En cada lugar de la ciudad había músicos que fueron a Cali por estos tipos.
Era un momento en que había fiestas todos los días. El lunes la principal era en una discoteca llamada Cañandonga. El martes en Siboney, el miércoles en Parador, el jueves en Village Game. El viernes era libre y el fin de semana la fiesta era en cualquier lugar de Juanchito, ese lugar a orillas del río Cauca, a las afueras de la ciudad, sinónimo de rumba y salsa y objeto de referencias en decenas de canciones. Era la época en que la danza de los millones se bailaba al ritmo de la salsa. Pero los millones no fueron infinitos, los narcotraficantes fueron cayendo y el dinero empezó a escasear.
―¿Qué pasó con la salsa después de esa época?
―Cuando la plata desaparece y cogen a todos estos tipos, la salsa continúa, se queda en el barrio, en donde sobrevive, en donde siempre ha estado. Se queda presente en el corazón de todos, la siguen manteniendo viva a través de los discos. Creo que la salsa vive en Cali, en la gente, en sus sentimientos.
Quizá la muestra más tangible de cómo la ciudad habita la salsa sea la Feria de Cali, una fiesta de varios días entre Navidad y Año Nuevo que cada vez congrega a más nacionales y extranjeros. Si antes era en Nueva York donde había lugares de fiesta por cantidad, ahora es en Cali donde abundan: La Topa Tolondra, La Caldera del Diablo, MalaMaña o Saperoco... Igual ocurre con la Calle del Sabor, donde la gente escucha, canta, baila y toca las maracas, los güiros o las campanas. O con lugares de cultores del género como la Casa Latina o el Encuentro de Melómanos, en la Feria.

―Ver a la gente cuando llega con esas pastas guardadas, con discos que valen 30 o 40 millones de pesos, es una locura ―cuenta el cineasta―. Ve uno a la gente con esa pasión entregada, escuchando música, hablando de música, la gente que cuenta anécdotas de cada personaje, de cada músico, de la canción, del disco, de dónde lo había conseguido. Eso solo se ve en esa ciudad.
Cali, opina Carvajal, es hoy más consciente de las particularidades con que vive la salsa. Una pista de eso es el gusto que hay entre los extranjeros por los bares a los que van a aprender a bailar. O la revitalización de sectores populares como el Barrio Obrero, zona de culto en el que se está creando un bulevar salsero y donde, durante la Feria, se instalan varias tarimas en pocas cuadras para que la gente viva la fiesta en la calle. O la concepción de la salsa y el baile como un lugar para salvar a decenas de jóvenes de la violencia y de las dificultades sociales en una ciudad en la que ambas cosas abundan. “Es muy importante que la ciudad abrace sobre todo a esos muchachos que la apuestan a la cultura. Es que la cultura siempre es la respuesta a todo, ¿me entendés?”.
―¿Cuál fue el mayor descubrimiento que hizo con este documental?
―La ciudad. Una ciudad que arropó la salsa, que la mantiene viva a través de toda una gente maravillosa. La salsa no podría sobrevivir sin toda esa gente. Por eso insisto en que Cali debe abrazar a toda esa gente que está comprometida con el género, que no podemos dejar desaparecer.
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