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Daniel Quintero
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Quintero: el alcalde discriminador

Para el genio urbanista de Daniel Quintero, plazas y parques ahora son espacio para discriminar, para dividir a la ciudad entre presuntos buenos y presuntos malos

Plaza Botero de Medellín
La Plaza Botero de Medellín, el pasado 17 de febrero.Santiago Mesa

Más allá de sus peleas con el sector empresarial, más allá del nepotismo que ha caracterizado a su administración, más allá de las denuncias por presuntos hechos de corrupción que hace meses empañan su mandato, Daniel Quintero, alcalde de Medellín, lleva un par de meses demostrando que su discurso de inclusión social no es más que un eslogan para quedar bien con ciertos sectores políticos, pues la forma en que ha malinterpretado el concepto de espacio público es suficiente para concluir que sus bonitas frases están vacías de sentido y no son más que un discurso politiquero para mostrarse como lo que no es.

Las ciudades del siglo XXI son las urbes del espacio público. Plazas, plazoletas y parques son pulmones y corazón de complejos organismos donde, a pesar de las distancias socioeconómicas que separan a sus habitantes, todos pueden encontrarse para vivir a su manera esa metrópoli que es hogar y a la vez condena. Sin embargo, para el genio urbanista de Quintero, plazas y parques ahora son espacio para discriminar, para dividir a la ciudad entre presuntos buenos y presuntos malos, para elegir bajo unos criterios desconocidos quienes pueden y quienes no pueden gozar de esos lugares que en principio eran de todos. La plaza pública ya no es pública, sino de unos pocos: los elegidos, los ungidos, los bellos que sí son Medellín.

Hoy, dos íconos de una capital de Antioquia que se soñó como una ciudad para todos están rodeados por rejas y vallas de la Policía, supuestamente para garantizar que los visitantes puedan disfrutar a plenitud esos espacios.

En el centro de la ciudad, la Plaza Botero, otrora concebida como espectacular antesala al Museo de Antioquia gracias a ese inigualable recorrido entre esculturas monumentales del maestro Fernando Botero, ahora es una pequeña cárcel. En un par de accesos por entre las rejas, los policías de turno definen quien entra y quien no. La plaza ha muerto. Quintero la mató.

En el Poblado, zona de alto flujo turístico, el parque Lleras que en otros tiempos era punto de encuentro de propios y extraños, ahora es un gigantesco corral cercado por rejas estampadas con el sello “Policía Nacional”, a través de las cuales cada noche no pueden circular sino aquellos bendecidos por el buen ver de los uniformados. El parque ya no es parque, sino una inmensa zona VIP exclusiva o, mejor, excluyente.

El alcalde Quintero hizo lo que ningún alcalde del mundo desarrollado haría. Y eso que él es un hombre viajado y con estudios en Boston. Pero parece que del primer mundo, donde son reyes del espacio público, poco le quedó, mientras que el clasismo, tan colombiano, es norte de su brújula.

Segregar es una palabra que no debería existir en el léxico o en el imaginario del alcalde de una ciudad del siglo XXI. Atrás, muy atrás, están esos tiempos donde ricos y pobres no podían mezclarse por temor de unos a otros. Construir o promover espacios para el disfrute de unos, pero a los que los otros no pueden acceder es el fracaso de alguien que se dice progresista. Es la muestra de un burgomaestre que no entendió como se construyen las sociedades de hoy: buscando la igualdad para todos y no promoviendo la burda discriminación.

Llenar la ciudad de rejas no es solución, pero sí prueba de un fiasco en seguridad y convivencia.

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