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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los pueblos indígenas, el vínculo fundamental en la lucha por el planeta

La llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil ha acelerado las medidas para arrebatar los derechos de estas minorías. Las reuniones de estos miles de guardianes del bosque en Brasilia esta semana merecen la solidaridad mundial

Miles de indígenas se manifiestan en Brasilia (Brasil).
Miles de indígenas se manifiestan en Brasilia (Brasil). Adriano Machado / Greenpeace
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Desde que el nuevo Gobierno brasileño llegó al poder bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, las medidas para arrebatar los derechos de los pueblos indígenas se han acelerado. Estas duras y dolorosas iniciativas han ido de la mano de violentas invasiones a tierras indígenas y amenazas de muerte a sus líderes, muy a menudo vinculadas a la deforestación.

Esta semana, miles de personas indígenas de todo Brasil se han reunido en Brasilia, la capital del país, para defender colectivamente sus derechos humanos y demandar cambios en las decisiones políticas y los planes gubernamentales que amenazan su supervivencia como comunidad.

Todos debemos mostrar nuestro apoyo a los pueblos indígenas brasileños y condenar esa violencia inaceptable que están sufriendo. Todos debemos apoyarlos para que consigan el reconocimiento de sus derechos sobre la tierra. Todos tenemos la obligación de estar de su lado cuando defienden el medio ambiente frente a la destrucción de los bosques y se resisten a un agresivo desmantelamiento de su cultura y forma de vida.

Esa conexión, íntima y profunda, que los pueblos indígenas tienen con sus tierras, sus bosques, su hogar, debe protegerse y celebrarse. Debe ser un espejo en el que mirarnos, porque es una conexión que la civilización occidental parece haber perdido y que deberíamos aspirar a recuperar.

Es precisamente esta falta de conexión con la tierra la que ha impulsado un concepto de desarrollo que está socavando los sistemas que sostienen la vida, de los que dependemos para sobrevivir. Nos hemos desconectado de la naturaleza: tanto si trabajamos para protegerla o destruirla como si la amamos o la ignoramos, no comprendemos que la humanidad y el medio ambiente somos uno y que nuestros destinos están íntimamente relacionados.

Esa conexión, íntima y profunda, que los pueblos indígenas tienen con sus tierras, sus bosques, su hogar, debe protegerse y celebrarse. Debe ser un espejo en el que mirarnos

La civilización occidental —o, más concretamente, el modelo dominante de desarrollo— represa ríos, destruye el bosque para dar paso al pasto para el ganado o la agricultura y envenena la tierra mediante actividades mineras contaminantes, sin detenerse a reflexionar sobre una cuestión fundamental: nos estamos haciendo daño a nosotros mismos.

Para los pueblos indígenas, en cambio, el bosque no es sinónimo de valor económico; el bosque significa vida. Por ello, las comunidades indígenas han vivido de manera sostenible en la selva amazónica durante milenios sin desangrarla. Ahora, en un cruel giro de la historia, el futuro de la civilización occidental también se encuentra en manos de estos guardianes de los bosques indígenas, porque la lucha contra el calentamiento global es el mayor desafío de nuestro tiempo.

El cambio climático ya está aquí y ya hemos empezado a sufrir sus consecuencias. Si no actuamos de inmediato, los impactos solo se van a intensificar. ¿Lograremos limitar el calentamiento global a menos de 1,5 grados o nos enfrentaremos a un colapso ecológico?

Si no ganamos esta carrera, seremos testigos del fin de la civilización tal como la conocemos y de la destrucción de nuestro medio natural, lo que podría amenazar nuestra propia supervivencia. Una de las soluciones naturales más fáciles y baratas para mitigar el cambio climático se encuentra en los bosques y en aquellas comunidades que viven para protegerlo.

Necesitamos redescubrir que todo está conectado y que cuando destruimos una parte afecta a otra. Si dejamos que nuestros bosques crezcan sanos, no solo eliminarán el CO2 de la atmósfera, sino que también continuarán siendo el hogar de las millones de especies que hacen que nuestro planeta sea habitable.

En este momento crítico para nuestro clima y nuestro planeta, los conflictos sobre el acceso a la tierra están aumentando en el Amazonas

La selva amazónica almacena entre 80.000 y 120.000 millones de toneladas de CO2, produce aire limpio y es clave en el mantenimiento del ciclo hidrológico que controla los patrones regionales de lluvia, básico para la producción agrícola en Brasil y en otras regiones.

Sin embargo, en este momento crítico para nuestro clima y nuestro planeta, los conflictos sobre el acceso a la tierra están aumentando en el Amazonas. La deforestación va en aumento. Los gobiernos, las empresas y los propios consumidores no estamos actuando de manera colectiva o lo suficientemente rápida para reducir la deforestación y combatir la degradación de los bosques que se produce a diario en todas las regiones de la selva tropical.

La progresiva expansión de la producción agrícola industrial, la ganadería y los proyectos de infraestructura amenazan a los pueblos indígenas, los bosques y a toda la humanidad, porque todos estamos conectados intrínsecamente.

El cambio climático, los derechos indígenas, la justicia social y el uso de la tierra, cuestiones que durante tanto tiempo se han tratado como compartimentos estancos, están, sin embargo, profundamente entrelazadas.

La civilización occidental finalmente está comprendiendo lo que los pueblos indígenas siempre han sabido: que proteger el bosque y el mundo natural, y gestionarlo de manera sostenible, significa proteger nuestro clima y la vida misma.

Las reuniones de estos miles de guardianes del bosque en Brasilia esta semana merecen la solidaridad mundial y todo nuestro respeto. El cambio climático se ha convertido en el mayor reto al que se enfrenta la humanidad. Todas las personas deberíamos estar unidas en la defensa de nuestro futuro común, porque no es solo tarea de unos pocos.

Bunny McDiarmid es directora ejecutiva de Greenpeace International.

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