Así surgió la vida a partir de una ‘sopa’
Científicos de Múnich descubren una ruta química capaz de generar las primeras moléculas genéticas en la Tierra primitiva
Dar una noticia de hace 4.000 millones de años no parece la mejor forma de labrarse un futuro periodístico. Del mismo modo, investigar el origen de la vida, que ocurrió más o menos por entonces, tampoco es una estrategia óptima para conseguir fondos, y por eso nunca ha habido muchos científicos dedicados a ese campo, aunque pocas cuestiones tendrán tanta importancia y embrujo. El descubrimiento, por científicos de Munich, de una ruta química capaz de generar las primeras moléculas genéticas de la Tierra primitiva da ahora un gran paso en el conocimiento de aquellos procesos que nos crearon a todos.
La conjetura básica de la evolución –que todos los seres vivos provienen de “una o unas pocas formas simples y primordiales”, por expresarlo en palabras de Darwin— se puede considerar demostrada más allá de toda duda razonable en nuestros genómicos días. Para que funcione la evolución, sin embargo, esas formas simples no pueden ser demasiado simples: necesitan genes que puedan sacar copias de sí mismos, proteínas que ejecuten las funciones químicas y un sistema de traducción entre los primeros y las segundas. ¿Cómo se llega ahí a partir de una mera sopa química como la que debió caracterizar a la Tierra primitiva?
El químico Thomas Carell y sus colegas de la Universidad de Múnich Ludwig Maximilian presentan en Science un avance importante. No tienen una máquina del tiempo para viajar atrás 4.000 millones de años, así que se tienen que conformar con ser igual de listos que la naturaleza de aquellos tiempos: con imaginar –y demostrar en el laboratorio— unas rutas químicas eficaces, viables en las condiciones de aquella época y tan simples como para funcionar por azar en una sopa boba, una sopa prebiótica de compuestos que no cumplía los prerrequisitos para evolucionar.
El ARN es una molécula similar al ADN, pero con una sola hebra en vez de dos hebras apareadas
La hipótesis favorita de muchos biólogos para explicar la aparición de la primera célula es una fase intermedia entre la muerte y la vida: el “mundo de ARN” (RNA world). El ARN es una molécula similar al ADN, pero con una sola hebra (gatacca…) en vez de dos hebras apareadas (la famosa doble hélice del ADN). Francis Crick (codescubridor de la doble hélice del ADN), Leslie Orgel, Walter Gilbert y otros supercerebros de la biología molecular vieron en el ARN lo mejor de dos mundos: puede autorreplicarse (como el ADN), pero también conducir reacciones bioquímicas (como las proteínas).
El mundo de ARN es la hipótesis de que, antes de nuestro mundo complejo en que el ADN es información y las proteínas ejecución, existió un mundo perdido en que el ARN hacía ambas cosas. Esta es la hipótesis a la que dan hoy un gran espaldarazo Carell y sus colegas de Múnich. La ruta química que han descubierto es una manera muy eficaz de generar los componentes básicos del ARN a partir de las moléculas más simples imaginables, las que sabemos que estaban presentes en la atmósfera de la Tierra primitiva, y también en los cometas como el que estudió la espectacular misión Rosetta de la ESA.
Los científicos alemanes no llegan a demostrar que la vida comenzó así –por el momento eso es imposible—, pero desde luego lo hacen creíble. El Dios de los huecos es hoy un poco más pequeño.
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