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escalera interior
Columna
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Pereiras y Marotos

¿Tú eres una Pereira… Pereira?, dijo mientras le tendía la mano. Me temo que sí, respondió ella, mientras la estrechaba

Almudena Grandes

Los Pereira no se hablaban con los Maroto.

Ella no podía recordar cuándo había escuchado esa sentencia por primera vez. Quizá lo había aprendido antes que la dirección de su casa, desde luego cuando aún no sabía leer ni escribir. Tampoco le importaba mucho. Se apellidaba Pereira, pero hacía muchos años que no veraneaba en el pueblo. Sus padres solían pasar allí los meses de buen tiempo y, como no estaba lejos de la ciudad, ella se conformaba con ir a comer y a pasar la tarde de los sábados, para volver a su casa a dormir.

Así había sido hasta el fin del mundo. Porque el mundo se había acabado de pronto en 10 días escasos, desde que su marido se fue de casa hasta que descubrió que estaba en la lista del ERE. En 10 días todo había empezado a moverse, el temblor había dado paso al terremoto, y el terremoto se había convertido en un tsunami. Todo eso sin contar con que su hijo mayor empezaría el próximo año a ir a la universidad y todavía no había terminado de pagar la hipoteca, una acumulación de desgracias que la había sumido en un estado de postración que la mantenía día tras día en el sofá de su casa, en pijama y fumando sin parar. Hasta que su hermana tuvo una idea.

Agustín Maroto era muy simpático. Estaba tan intrigado como ella por la enemistad de sus respectivas familias y tampoco tenía ni idea de su origen

En los tiempos de las vacas gordas, ni siquiera le había prestado atención a aquella herencia. Las tierras donde estaba el vivero eran de los Pereira, pero como a la fuerza tenían que compartir el agua de riego con los Maroto, dueños de la finca colindante, mucho mayor, aquella propiedad no había tenido uso hasta que un vecino la alquiló para montar un negocio que se mantenía gracias a las buenas relaciones de su propietario con los enemigos de los dueños de la tierra. Y ahora, Marcelino no va a renovar el arriendo porque está muy mayor y sus hijos no quieren seguir, le informó su hermana. Está buscando alguien a quien traspasarle el vivero, y si llegas a un acuerdo con él, como el solar es nuestro, ya tienes un negocio montado por el precio de tu indemnización.

Si te decides, puedes mudarte a la casa del pueblo, no tendrías que gastar ni un céntimo en instalarte, y a ti siempre te han gustado mucho las plantas, ¿a que es buena idea? Ya, pero… Era verdad que siempre le habían gustado las plantas. Aquel plan le gustó todavía más, y sin embargo negó con la cabeza antes de justificar su recelo, es que los Pereira no nos hablamos con los Maroto, ya lo sabes. Sí, lo sé, reconoció su hermana, pero no sé por qué. ¿Qué te apuestas a que ellos tampoco lo saben?

Antes de ir al pueblo preguntó a toda su familia, pero ni siquiera los Pereiras más viejos pudieron darle una respuesta. Fue por algo de unas lindes, le dijo su tío abuelo. No, yo creo que fue algo del agua, opinó su padre. Pues yo oí una vez que un Maroto iba a casarse con una Pereira y la dejó plantada en la puerta de la iglesia, aportó su abuela. ¿O fue un Pereira el que plantó a una Maroto? Y se quedó pensando. No sé, hija, porque esto lo vi antesdeayer en una telenovela e igual me lo estoy inventando…

A pesar de todo, cuando aparcó en el patio de la fábrica de quesos estaba hecha un flan. Temía que la miraran mal, pero la recepcionista fue muy amable y no comentó nada sobre su apellido. El Maroto que se había hecho cargo del negocio familiar era un chico de treinta y pocos años, al que nunca había visto, y que sin embargo abrió mucho los ojos al saludarla.

¿Tú eres una Pereira… Pereira?, dijo mientras le tendía la mano. Me temo que sí, respondió ella, mientras la estrechaba. ¡Bueno!, añadió el chico, pues vamos a tomar algo, ¿no? Debe de hacer por lo menos dos siglos que nadie de tu familia habla con alguien de la mía, así que la ocasión lo merece.

Agustín Maroto era muy simpático. Estaba tan intrigado como ella por la enemistad de sus respectivas familias y tampoco tenía ni idea de su origen. Lo del vivero le pareció muy bien. Esa finca es mía y de mis dos hermanas, y ellas tampoco van a tener problemas. Además, la parcela es tuya, ¿no? Nunca le hemos cobrado a Marcelino ni un céntimo por el agua, entre otras cosas porque sería ilegal… A partir de ahí, todo fue sobre ruedas. Los parientes más viejos de ambos se llevaron las manos a la cabeza, dijeron que era una barbaridad y no pudieron añadir nada más, porque ellos tampoco sabían nada del asunto.

Desde entonces, la dueña del vivero y el de la fábrica de quesos no sólo se saludan por la calle. También quedan de vez en cuando para ponerse al corriente de sus mutuas indagaciones, pero ninguno de los dos ha logrado averiguar por qué los Pereira y los Maroto no se hablaban hasta que ellos volvieron a hacerlo.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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