El sombrerero más famoso del mundo
Las piezas de Philip Treacy desfilan en la Alta Costura, las alfombras rojas y en las bodas de la realeza europea
Sin prestar atención a los letreros de las tiendas, se podría confundir el tramo de Elizabeth Street que discurre entre Gerald Road y Chester Row con una calle cualquiera de un barrio residencial. Pulcro y discreto. Hay pocos coches, un café y más de una Union Flag ondeando al frente de edificios victorianos de tres alturas. Sin embargo, estamos en uno de los puntos neurálgicos de Belgravia, el barrio más exclusivo de Londres. En la puerta del pequeño local del número 69 no resulta difícil coincidir con rostros que en cualquier otro lugar provocarían comentarios y flases. “Esta semana ha estado Beyoncé y, la semana pasada, una dama de la realeza nórdica”, afirma su inquilino, que responde al nombre de Philip Treacy (Galway, Irlanda, 1969). Es, desde hace dos décadas, el sombrerero más famoso del mundo. Así lo demuestra su clientela, que va, como le gusta subrayar, “desde Lady Gaga a la duquesa de Cornualles”.
En ese mismo barrio Philip Treacy instaló su primer estudio. Concretamente en la casa de Isabella Blow, la malograda estilista e icono de la extravagancia británica que a principios de los noventa decidió apadrinar a dos diseñadores recién salidos de la escuela. Uno era el propio Treacy; el otro, un jovencísimo Alexander McQueen. Blow les compró a plazos sus primeros diseños y se los llevó a vivir a su casa. “Era una mujer muy cálida que se sentía atraída por la originalidad: dos cualidades muy escasas en el mundo de la moda”, recuerda Treacy en una reciente visita a Madrid.
Durante casi dos decenios, el dream team formado por Blow, McQueen y Treacy renovó la moda británica a base de espectáculo, irreverencia y sabios guiños a la alta sociedad; hoy, tras la muerte de los dos primeros, ese mismo público sigue acudiendo en masa al estudio de Treacy para encargar sombreros y tocados. Sin ir más lejos, en la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton hubo 36 cabezas “firmadas” por Treacy.
Las marcas de lujo son como los McDonald’s de la moda. Mi clientela no se conforma con productos que pueda comprar indistintamente en Shanghái o en Sídney”
La clave de su éxito se basa en haber sabido recuperar para la moda contemporánea un complemento que muchos consideraban obsoleto y prescindible. Lo ha hecho gracias a una inteligente combinación de extravagancia surrealista, etiqueta británica y transgresión contracultural plasmada en piezas que tan pronto envuelven la cabeza en formas fluidas como ocultan la mirada o generan desconcierto gracias a plumas, adornos y objetos varios. Kevin Davies, el fotógrafo que más ha colaborado con él, describe su trabajo como “siempre cambiante y siempre orientado hacia el futuro, lleno de sorpresas”, y subraya la naturaleza artesanal de su estudio. Precisamente esa reivindicación dio su fruto cuando en 2000 Philip Treacy se convirtió en el primer sombrerero invitado a desfilar en la semana de la Alta Costura de París.
Ya sea con técnicas ancestrales (bordado, pedrería, plumas o encaje) o con impresión 3D, la esencia de su trabajo se alinea con la alta costura parisiense. “Las grandes marcas de lujo son como los McDonald’s de la moda, y mi clientela no se conforma con productos idénticos que pueden comprar indistintamente aquí o en Sídney”. Esto no quiere decir que sus sombreros no gocen de un público global. Reyes Hellín lleva una década vendiendo diseños de Treacy en su establecimiento del sevillano palacio de los condes de Casa Galindo, y desde hace cinco distribuye en exclusiva para España los sombreros y tocados del irlandés. Afirma que los compradores “se han vuelto más valientes. Se atreven a llevarlos por su calidad extraordinaria”. Desde hace meses, una selección de sus piezas también se comercializa en El Corte Inglés de la madrileña calle de Serrano.
La propia industria la respalda su trabajo. Treacy reconoce que los momentos más importantes de su carrera “han estado ligados a colaboraciones con los grandes nombres de la moda”. Ha participado en desfiles de Chanel, Valentino, Versace o Armani Privé, para quien está desarrollando una colección. “No me eligen por mi popularidad, sino porque hago mi trabajo y cumplo los plazos”, aclara.
Su obra ha protagonizado exposiciones –estaba presente en Savage Beauty, la retrospectiva sobre Alexander McQueen en The Costume Institute del Met neoyorquino– y también libros, como el que la editorial Phaidon ha dedicado a su prolongada colaboración con el fotógrafo Kevin Davies (Philip Treacy by Kevin Davies). Aun así, no se ha librado de la polémica. El tocado que lució Beatriz (hija de los duques de York) en la boda de Guillermo y Kate suscitó todo tipo de comentarios. “Es imposible encontrar un sombrero que le guste a todo el mundo”, afirma, “y es saludable que todos tengamos una opinión y podamos expresarla”. Ante las críticas, esgrime la fidelidad de su clientela. “Mis clientas no vienen por mí, sino por mis sombreros”. No es difícil apreciar una cierta rebeldía en su defensa de un accesorio que muchos consideran superfluo. “Un buen accesorio tiene que parecer espontáneo, fácil y carente de esfuerzo, y lograr esa simplicidad es enormemente complejo, pero no hay ni pizca de conformismo en el hecho de llevar sombrero”, sentencia.
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