Los guardianes del libro
Los editores encaran la mayor crisis de su historia, dispuestos a salvar la tercera industria del libro más importante del mundo
La tinta sobre fondo blanco, cuidadosamente impresa sobre un trozo de cuartilla extraída de celulosa o incrustada en la luz moldeable del plasma de una pantalla, siempre necesitará a alguien que la convierta en realidad sobre las mesas de novedades o en las tiendas electrónicas sin rostros. Las historias bien contadas, los asuntos candentes, el peso de la historia, el mero entretenimiento, las grandes verdades expuestas en las bocas de héroes y antihéroes, los manuales de enseñanza, las claves que cualquiera desee buscar y a lo mejor encuentra, el placer de lo sublime, nuestra compañía silenciosa: el libro, en fin, necesita de ese agente creador, avivador, impulsor, provocador, productor, negociante, loco pirolo, romántico con sueños plausibles que es el editor.
La raza que en España representa a lo más prestigioso de la industria cultural sigue en pie de guerra. Tocados, despistados, asustados, cercenados, agraviados, indignados, desazonados, pero también curiosos, resistentes, expectantes, esperanzados, abiertos… Nunca hundidos, mucho menos derrotados, ni por asomo rendidos.
Son quienes creen que un libro nos puede hacer mejores –salvo excepciones–, porta el secreto de toda civilización, abre cerebros y corazones, cambia vidas, construye mentalidades, nos habla entre el susurro de sus líneas apelmazadas en diferentes cuerpos de letra, esgrime los secretos del mundo, acoge las dudas y ofrece caminos y respuestas o, quizás, más incertidumbres. Por eso, en ese oficio, el de la estirpe que forma la tercera industria editorial del mundo, sólo caben los entusiastas, los convencidos, los apasionados que van conformando uno de los sectores más decisivos en nuestro entorno global.
Editores de tres generaciones nos ayudan a comprender el panorama: tres veteranos (Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets; Jorge Herralde, de Anagrama, y Chus Visor, especializado en poesía); tres representantes de marcas jóvenes (Diana Zaforteza, de Cuadernos Alfabia; Víctor Gomollón y Jessica Aliaga Lavrijsen, de Jekyll & Jill); cuatro experimentados, en plena madurez, pertenecientes a grandes grupos (Claudio López de Lamadrid, de Penguin Random House; Pilar Reyes, Alfaguara; Elena Ramírez, Seix Barral, y Belén López, Planeta), y tres independientes como Sigrid Kraus (Salamandra), Joan Tarrida (Galaxia Gutenberg) y Luis Solano (Libros del Asteroide) nos muestran el paisaje que les ha dejado la crisis, pero también sus artimañas o audacias para combatirla.
Esta crisis es la más larga y la más ponzoñosa de todas”, dice Beatriz de Moura
Escépticos ante el nubarrón de apocalipsis que les aflige con una caída del sector elevada al 30% –40% apuntan los más díscolos– desde el zarpazo violento que comenzó a comerse el mercado en 2008, no dan su brazo a torcer y se adaptan a los bruscos vaivenes entre nuevas alianzas, absorciones, compras o resistencias inasequibles al desaliento y la hambruna en todo lo que tiene que ver con las letras del abecedario.
Su caballero andante no sólo se enfrenta a los dragones del colapso económico, también a los monstruos sin cabeza del cambio de paradigmas enfrentados entre lo artesanal, lo analógico y lo digital; a los corsarios de la descarada piratería hasta hace muy poco escasamente combatida; a los recortes de Hacienda que da muestras de insensibilidad, acusan, disfrazada de balance macroeconómico, o a la competencia de un ocio que busca piedras filosofales en la Red o en el estallido de lo audiovisual –también gratis total– en las casas.
Los datos que la Federación de Gremios de Editores de España maneja no dejan dudas. En un análisis general, sitúa el panorama del desplome así: "La crisis económica se cifra en una caída acumulada del consumo cultural, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, desde 2008, del 30% (un 3,7%, 93 millones de euros, entre 2012-2013); la disminución, cuando no supresión, de las ayudas a las familias para la adquisición de libros de texto, que en el último curso (2013-2014) se han reducido hasta los 80 millones de euros, frente a los más de trescientos millones destinados en el curso 2008-2009 (datos del Defensor del Pueblo); la caída del precio medio del libro, que se ha situado en 2013 en 14,18 euros, un 2,4% menos que en 2012. A todo esto hay que añadir el efecto pernicioso de la piratería que, según los datos del Observatorio de piratería y hábitos de consumo culturales 2013, señala unas pérdidas cercanas a los 302 millones de euros. Por último, el descenso de las inversiones en fondos para bibliotecas públicas que se ha reducido, sólo en los presupuestos del Ministerio de Cultura, en 30 millones de euros desde 2009".
Si no fuera porque el sector es el más experimentado del ámbito cultural, con un tejido que, según datos del Ministerio de Educación Cultura y Deporte y los propios editores, aporta un tercio del PIB de las industrias culturales, habría que echarse a temblar.
Ninguno de los consultados se muestra apocalíptico. Y eso que, según Beatriz de Moura, 45 años al frente de su sello, 2.700 títulos publicados, cuatro crisis a cuestas –una por década–, ésta de ahora es "la más larga, la más global y la más ponzoñosa de todas". Mientras, para el año que viene, espera como agua de mayo junto a su sucesor, Juan Cerezo, que la nueva novela de Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia, les proporcione oxígeno.
De apocalipsis nada. En españa hay grandes editoriales”
El escritor checo es uno de los referentes de un mercado por el que De Moura suspira: el más realista, el que siempre anda ahí ajeno a las burbujas de posibles bombazos y espejismos con aroma de venta. "Ojalá los grandes grupos editoriales de este mundo sepan conservar también el terreno ganado por sus sellos literarios entre esos numerosos lectores tribales que no les harán ir de bólido detrás de los caprichos temporales de compradores ocasionales", dice. "Son los primeros quienes aseguran la rentabilidad sostenida".
En los últimos informes Nilsen –el ogro y santo, según se mire, medidor del mercado– se ha observado esta tendencia. Un desplome de la literatura con vocación de fenómeno y una estabilidad muy sana entre autores con fuerte impronta creadora, que serán quienes sostengan bien el negocio como pilar.
Pero los últimos 20 años han sido los del desarrollo de aquellos fenómenos. Algunos han supuesto chispazos que han cortocircuitado hasta la ceguera la obsesión de muchos editores –generalmente en grandes grupos– por hallar la fórmula mágica. Otros han jugado un papel de cantera de auténticos futuros devoradores de libros, como el caso de la saga Harry Potter. El aprendiz de mago ha tenido su madrina en España: Sigrid Kraus, creadora del sello Salamandra, donde se ha publicado en español para todo el mundo. "Desde la perspectiva de hoy, año 2014, me siento una privilegiada por haber podido vivir los últimos años del boom del libro de papel. Una época en la que, junto con el cine, seguía siendo el más importante vehículo de transmisión de cultura e información, y se había creado a su alrededor una potente industria editorial", afirma Kraus.
"En Salamandra tuvimos la suerte de vivir en primera línea el fenómeno de lectura masiva más importante en la historia de esta industria: el éxito sin precedentes de Harry Potter. También pudimos disfrutar del auge de la lectura y compra de libros en España, y ver cómo autores de la calidad de Sándor Márai o Irène Némirovsky, publicados en el sello al socaire de Potter, alcanzaban cifras de ventas de auténticos best sellers. En toda Europa había una red de librerías de calidad con funciones prescriptoras, y de editoriales independientes con vocación de incidencia en las culturas de sus respectivos países que eran económicamente viables.
¡Creo que cuando cuente todo esto a mis nietos, alucinarán!".
Sobre ese estado de incredulidad también Claudio López de Lamadrid, editor de Penguin Random House, tiene su particular y cruda visión: "He vivido de lleno la burbuja editorial y he visto cómo el mercado caía un 40% en los últimos años, cómo los autores que vendían 800.000 libros han pasado a 200.000, los de 20.000 a 7.000… los de nuestra generación editorial somos como Roy Batty, el replicante de Blande Runner, que, mientras agoniza, recuerda: ‘He visto cosas que vosotros no creeríais".
Aquello, ¿pasó? ¿No volverá más? Si tiramos de la cuerda hacia atrás, encontramos un moderado y sano escepticismo. El de Jorge Herralde, con la marca independiente Anagrama a cuestas durante casi medio siglo. "El comienzo fue extremadamente positivo. Una primera década, los setenta, muy estimulante: creación de muchas colecciones bajo el doble signo de la izquierda heterodoxa y la vanguardia cultural, la lucha contra la censura franquista, el propio aprendizaje, en mi caso, como editor, las dificultades económicas tras la democracia y el desencanto. A todo eso le siguió otra época muy estimulante, la de los ochenta, en mi caso con Panorama de Narrativas y Narrativas Hispánicas, y la participación en el lanzamiento nacional e internacional de una nueva literatura española, entre otras. En el año 2000 llegó la expansión en América Latina, con ediciones de nuestros títulos en muchos países, y en conjunto la mejor bonanza de Anagrama hasta el año 2010, cuando se agudizan los embistes de la crisis".
Latinoamérica abre muchas puertas cambiando enfoques”
Una crisis que Herralde, desde su barricada amarilla y gris de marca en sus colecciones de referencia, califica de "tormenta perfecta". Según él, esta aguda variante meteorológica de lo impreso, "nos muestra una crisis global que se acentúa año tras año (pese a las noticias macroeconómicas optimistas trompeteadas por Rajoy, cuyos efectos no se perciben en el sector del libro); revolución tecnológica con los cambios de hábitos de lectura consabidos. Y, naturalmente, el tema de la impunidad de las descargas ilegales ante la parálisis permanente del Gobierno, una irresponsabilidad histórica que, esperemos, no quede impune ante el electorado", denuncia.
A otros colegas, como Chus Visor, desde la atalaya poética de uno de los catálogos más exquisitos del panorama hispánico, las políticas sucesivas de los Gobiernos no le han producido ni frío ni calor: "Ningún Ejecutivo ha hecho lo necesario para el libro, pero sí mandatarios a nivel personal, que se han preocupado de una manera u otra, y no han sido del PP ni del PSOE, sin personalizar". Nada dispuesto a eludir la autocrítica –"la historia ha estado plagada de errores de los editores", afirma Visor–, este hombre obsesivo en su independencia, yonqui atlético de versos, solitario en su afán, pero crucial en nuestra historia, observa con pena y el ánimo "gris oscuro", que cada vez se leen menos libros y que dicha penuria afecta "ante todo a la juventud".
Por eso se impone el papel de los nuevos editores con más fuerza y urgencia si cabe. Para captar a aquellos que lo sostengan en el futuro. Casos como el de Diana Zaforteza, 36 años, dueña de Cuadernos Alfabia desde hace cinco, no deja decaer el ánimo entusiasta con sus recetas: "Tenemos todo el futuro por delante. Hemos nacido en plena crisis, y eso nos ha curtido mucho. Como toda una generación de jóvenes españoles, he tenido que salir adelante con proyectos que parecían utópicos. Pero estamos aquí, con muchas ganas de luchar y seguir creciendo con la complicidad de lectores, libreros, críticos y distribuidores que no se resignan a que éste sea un país de pandereta y Sálvame de luxe. Mi apuesta editorial es dar voz a nuevos narradores y recuperar clásicos contemporáneos; consolidarnos como una editorial de referencia en la estela de, por ejemplo, la brillante trayectoria de Anagrama".
Con sus referentes y sus innovaciones, su inexperiencia ya curtida en un curso acelerado de embates, los más jóvenes niegan la negrura: "De apocalipsis, nada. En España hay, y seguirá habiendo, editoriales extraordinarias. Es cierto que vivimos una fase de transformación del sector, pero al mismo tiempo ha surgido un ilusionante movimiento renovador. La cultura, la verdadera cultura, vive por definición en crisis permanente y en momentos de cambio como el actual es más necesaria que nunca, porque nos da instrumentos para conocernos mejor", añade Zaforteza.
Desde sus respectivas casas en Zaragoza, en su tiempo libre, por amor al arte y al libro insólito, Víctor Gomollón y Jessica Aliaga, los dueños de la sorprendente Jekyll & Jill, tres años de andadura y sólo 15 títulos trabajados, apuestan por una artesanía audaz que busca la creación no de un libro en serie, sino de un objeto bello. Ven el futuro con esperanza, "que no optimismo", matizan. "Los libros seguirán, y hablamos aquí de la prevalencia del formato clásico. Creemos que este medio ha adquirido una calidad que es difícilmente superable, aunque mejorable". Un perfeccionamiento que vendrá por parte del objeto mismo. "Los lanzamientos electrónicos no han conseguido enganchar a los lectores porque carecen de la carga emocional que tienen los libros, al igual que ha ocurrido con cedés y vinilos. No se podría decir que el vinilo viva su edad de oro, pero sigue presente y es considerado, no ya por su precio, sino por su cualidad de fetiche, un objeto de lujo".
Dicho paralelismo, tanto para Víctor como para Jessica, es perfectamente compatible con su sector. "El libro, por supuesto, tiene una historia mucho más antigua que la de cualquier soporte de música o cine, y ha permanecido básicamente inalterable desde hace siglos, tampoco el objeto de papel y el electrónico son incompatibles. Sin embargo, la experiencia de leer es sin duda más placentera cuando se tiene un bonito libro entre las manos. Hay que mimar los sentidos de los lectores para que la experiencia de leer sea lo más agradable posible. Ése es nuestro cometido".
En medio de ese sándwich proteico de la juventud y la marcada experiencia quedan los editores en su etapa más madura, pertenezcan a grandes conglomerados o sean independientes. De una parte Belén López o Elena Ramírez, ambas con sellos del grupo Planeta, o Claudio López de Lamadrid y Pilar Reyes, enmarcados en el gigante Penguin Random House que recientemente adquirió también Alfaguara, Aguilar y Taurus al Grupo PRISA, son quienes juegan el papel más crucial en las nuevas alianzas, mientras que casos como el de Joan Tarrida, al mando de Galaxia Gutenberg, Luis Solano (Libros del Asteroide) o Sigrid Kraus resisten marcando tendencia en sus sellos independientes.
Para la responsable de Planeta, el apocalipsis, pese a que ofrece grandes titulares, "no es un escenario probable". Ella cree que nos movemos entre la agonía silenciosa y la reconstrucción trabajosa en torno a un nuevo paradigma. "Nos planteamos el dilema entre el editor esencial, centrado en ofrecer buenos textos a los lectores/compradores que resten y el nuevo editor transmedia multiplataforma". Eso da miedo, pero también agudiza el reto: "La dificultad de querer abarcar y apretar al tiempo nos está haciendo muy fuertes a quienes seguimos peleando por continuar en este mundo hasta nuestra jubilación".
Un probable medio plazo que no debería llamarse porvenir. A juicio de Ramírez (Seix Barral), "el futuro ya está aquí". Consiste, según ella, "en incorporar al sistema de trabajo y modelo de negocio una dinámica de cambio e innovación constante y creativa. Es la única atalaya desde la que se puede vislumbrar un panorama en el que el libro siga ocupando un lugar hegemónico en el mundo de la cultura".
Los últimos 30 años han puesto de manifiesto una enorme transformación que ha afectado al negocio en pleno: no sólo editores, también libreros. Joan Tarrida ha sabido interpretar un tiempo que ha vivido intensamente en carne propia a través de grandes grupos y, ahora, en solitario. "El mundo del libro vivió una revolución hace unos treinta años. Se replanteó todo: la edición, la distribución y la venta. Ello sirvió para que se vendieran cada vez más libros, algunos títulos superaran el millón de ejemplares, y algunas editoriales ganaran mucho dinero, lo que les permitió pagar grandes anticipos a algunos autores. Hoy estamos ante una revolución de dimensiones semejantes, con una diferencia esencial: los nuevos participantes en el juego (distribuidores online como Amazon, el libro digital, los sistemas de subscripción en la nube…) no añaden dimensión al sector sino que lo reducen", cree Tarrida.
Para colmo, sigue, "han desaparecido la venta por quiosco y a crédito. Las editoriales, si ganan, ganan poco dinero, todos los autores han visto reducidos drásticamente sus anticipos, ya no hay libros que vendan millones… Ello lleva a replantear de nuevo la edición, la distribución y la venta. Si esto es circunstancial (la crisis, la piratería) o duradero está por ver, pero en lo que se refiere al último punto, por ejemplo, es una vergüenza que nuestro país sea el segundo en venta ilegal a nivel mundial, por detrás de China".
Tarrida, como le ocurre a Luis Solano, al frente de Libros del Asteroide, es de esos editores que han sabido imponer su visión y sus convicciones en un mercado muy escorado en los últimos años hacia la búsqueda de santos griales superventas. Y eso ha convertido a ambos en hiperrealistas con ventaja, como el propio Solano describe, alejado de las visiones blancas y negras. "Desde que empecé a trabajar en el mundo del libro hace casi quince años, siempre he tenido la sensación de estar en un sector al borde del precipicio", recuerda Solano. "Cuando el mercado alcanzó su techo seguía escuchando lamentos de editores, libreros, distribuidores y autores, que hablaban de que el negocio era insostenible, que estaba al borde de la catástrofe. El mercado ha bajado casi un 40% desde entonces y los lamentos son exactamente los mismos, aunque quizá ahora con más razón. Lo primero que había que aprender del pasado es que el sector editorial es un espacio en el que se gana muy poco dinero, la mayor parte de los que trabajamos en él lo hacemos por otras razones además de las puramente crematísticas, y esto no creo que vaya a cambiar en el futuro".
De los factores que han conducido a la bajada de los últimos años, el verdaderamente preocupante, para el dueño de Libros del Asteroide, "es el cambio en los hábitos de consumo: la gente pierde tiempo en Twitter, Facebook o jugando al Candy Crush donde antes lo ganaba leyendo. La tableta es uno de los principales enemigos de la lectura porque proporciona un ocio mucho más sencillo y narcotizante que el libro, pero pienso que no somos tontos y nos sabremos dar cuenta de que nuestro tiempo es escaso y que hay que invertirlo en cosas que nos den la mayor satisfacción posible".
Pero el golpe afecta de manera más cruda a los grandes grupos editoriales. Todos ellos, aparte de alianzas, han tenido que aplicar la cirugía, como describe Claudio López de Lamadrid: "El reajuste ya está aquí. No hace falta esperar. Recorte de tiradas, recorte de adelantos, recorte del número de novedades… yo creo en la concentración, en el trabajo libro a libro, en proyectos editoriales con cara y ojos, con un editor muy reconocible detrás, que dialoga con su público y presta atención a la calle".
Pero hay lugar para una esperanza de enormes dimensiones: Latinoamérica. La balanza comercial así lo confirma. En 2012 aumentó hasta el 12% con 299 millones de euros netos. Para López de Lamadrid, "América abre asimismo muchas puertas al mundo de la edición, pero siempre que se cambie el enfoque", cree el editor de Penguin Random House. "Hay que superar el eje horizontal (los libros que viajan de aquí para allá y viceversa) y empezar a trabajar también de forma decidida el eje vertical (los libros recorriendo América de Norte a Sur)". Allí, añade Pilar Reyes (Alfaguara), "han surgido importantes editoriales independientes y los mercados ganan participación frente a España. Hay buenos autores y se abren librerías. Hay dinero público para bibliotecas; la educación y la creación de lectores son un tema. Es decir, ilusión y lugares por conquistar para el libro. En términos editoriales, llegó el tiempo de América Latina".
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