La última fiesta del 'boom' latinoamericano
El gran movimiento literario latinoamericano se gestó en la Barcelona de los setenta. Un libro recorre sus escenarios principales y la amistad y rivalidad entre Vargas Llosa y García Márquez
Mario Vargas Llosa está sentado en primera fila, entre la ministra de Educación y el ministro de Defensa de Perú. Sobre los escenarios móviles del Gran Teatro Nacional, en Lima, un ballet folclórico representa escenas de sus novelas y su vida ante invitados del mundo hispano a la entrega del premio literario que lleva su nombre. Esto es lo que Vargas Llosa debe de considerar una velada íntima.
Durante la última semana de marzo, el Nobel recibió a los expresidentes de México y Chile, y arremetió públicamente contra el régimen chavista. Saludó a una dirigente opositora venezolana, recitó a César Vallejo en público, ocupó la portada del semanario Caretas y sugirió posibles candidatos presidenciales. Un día salió en dos noticias diferentes del mismo periódico. En la televisión, los tertulianos ilustraban sus opiniones con citas de su novela El héroe discreto. En la radio, los cómicos lo imitaban. Hoy día, no queda ningún intelectual tan influyente en español.
Nadie habría dicho que todo empezó en Barcelona. Xavi Ayén publicará en mayo Aquellos años del boom (RBA), una crónica sobre la temporada catalana de los grandes escritores latinoamericanos. Vivían en Sarrià, que a finales de los sesenta aún era un pueblo en las alturas de Barcelona, con huertos y cultivos. Sarrià empezaba a ponerse de moda entre parejas jóvenes de clase alta. Ahí nacieron editoriales emblemáticas como Anagrama, Lumen o Tusquets. En 1972, Mario Vargas Llosa se mudó al 50 de Osio, a 50 metros del apartamento de García Márquez en la esquina con Caponata.
–El boom nació y murió en Barcelona –explica Ayén–. Cataluña estaba cerca de París. Gozaba de más libertad que Madrid. Pero, sobre todo, aquí estaba Carmen Balcells, que gestionaba alquileres, ingresos mensuales e incluso indemnizaba a las amantes despechadas de sus escritores.
García Márquez llegó a la ciudad justo tras publicar Cien años de soledad. Y fue un éxito rotundo de crítica y traducciones. Además, la revolución cubana había puesto a América Latina en el centro del debate. Balcells decidió apostar fuerte. Voló a Londres, donde Vargas Llosa enseñaba, y le ofreció el sueño de un escritor: ella le pagaría lo mismo que ganaba en la universidad si se dedicaba solo a escribir. En Barcelona.
Ayén me enseña el apartamento de 130 metros cuadrados y cinco dormitorios en un edificio con jardín que Vargas Llosa alquilaba por 198.000 pesetas anuales. El propietario aún recuerda a su antiguo inquilino:
–Vargas Llosa todavía no era tan famoso. Vino aquí por su amigo, el de la esquina. Ese sí que era famoso entonces.
En Sarrià, los dos futuros premios Nobel formaron un equipo literario y político. Gabo y Mario frecuentaban los mismos bares. Conocían a los mismos editores. Escribían unos sobre otros. Recibían juntos a guerrilleros. Donoso, Cortázar, Carlos Fuentes residían ahí o viajaban con frecuencia.
Hoy, mientras un teatro nacional ovaciona a Vargas Llosa, pienso en 2007, cuando asistí al Congreso de la Lengua dedicado a García Márquez en Cartagena de Indias. Cartagena se vistió de gala. Bill Clinton asistió. Y los Reyes de España. También vi a Carlos Fuentes durante los actos de sus 80 años en México, ofreciendo un discurso en un imponente coliseo deportivo, visitado por los grandes escritores de su lengua.
La bienal Vargas Llosa celebra en su país al último de los vecinos activos de Barcelona. Cuesta imaginar a otro escritor con el liderazgo y la dimensión de los jóvenes de Sarrià. Pero a juzgar por la vitalidad que despliega el anfitrión, esta fiesta tiene para rato. De momento, regresa en 2016.
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