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EL PULSO
Columna
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Memoria en ruinas de los Panero

Cuando llegué a la finca de la familia Panero me di cuenta de por qué no la había visto: no existía

Leopoldo María Panero, retratado en 1970.
Leopoldo María Panero, retratado en 1970.César Malet (album)

En marzo de 2012, en un viaje en coche de Madrid a A Coruña, se me ocurrió buscar la finca de la familia Panero, situada, según mi escasa información, en Castrillo de las Piedras, pueblo cercano a Astorga. La casa había tomado presencia en la película El desencanto, de Jaime Chávarri (1976), y en 1994 aparecería en otra cinta no menos imprescindible, Después de tantos años, de Ricardo Franco. En la primera, Felicidad Blanc, viuda ya del poeta Leopoldo Panero, pasea por el bosque anexo y las dependencias de la casa para evocar el deseo nunca cumplido de vivir allí, acompañada de su marido, la vejez. En la segunda película, Ricardo Franco propicia el reencuentro de dos de los hijos, Michi y el recién fallecido Leopoldo María, quienes tras años sin verse recorren una construcción abandonada, pero en pie. Las palabras de Michi en tanto la cámara nos enseña el palomar semiderruido no dejan lugar a dudas del zeitgeist familiar: “Lo que es un error es vivir, recién nacido deberías de suicidarte”.

Con estas imágenes en mente, pero sin dato real alguno, me desvié de la autovía A-6 y pregunté en varias estaciones de servicio; nadie supo decirme. Sin smartphone, consulté mapas físicos; ni rastro. Fue indagando aquí y allá como, pasado el mediodía, llegué al letrero que anunciaba el pueblo. Un llano arbolado de encinas, al fondo un grumo de apenas 50 casas, que atravesé sin detectar la de los Panero ni nadie que me saliera al paso. A punto ya de desistir, una mujer que apareció tras una ventana me informó de que la casa de los Panero ya la había pasado, que estaba al principio del pueblo.

Cuando siguiendo sus indicaciones llegué al lugar me di cuenta de por qué no la había visto: no existía. Tan solo una gran explanada de tierra, y a ras de suelo el vestigio perfectamente visible de lo que habían sido los muros de la casa y del palomar. Pareciera que las edificaciones hubieran sido cortadas con una sierra radial, o directamente segadas. Algo equivalente a observar un mapa a escala real de lo que fuera la finca, o una imagen radiográfica salida a la superficie. Recorrí el terreno, atardecía –registré en vídeo todo–, encontré pequeñas piezas de lo que parecía haber sido un lavabo, quizá un váter; no soy fetichista, pero me guardé en el bolsillo uno de esos trozos. Vi que alguien había clavado allí dos bancos de hormigón, recientes, de esos que acostumbran a poblar jardines públicos y paseos marítimos, y una papelera de plástico verde, a la que, naturalmente, me asomé: tan solo un paquete de tabaco, que exhibía en su lomo la fotografía de un feto humano. Imposible no pensar en las palabras de Michi: “Lo que es un error es vivir, recién nacido deberías de suicidarte”. Lo que hasta entonces había sido una sucesión de fantasmáticas imágenes cobró un carácter de predicción absurdamente cumplida, cuando la línea de flotación de lo real se sitúa sobre la ficción.

Después, La 2 Noticias, me invitó a su plató y les sugerí una indagación de todo aquello, que quedó reflejada en su emisión del 4 de mayo de 2012. Supe que el Ayuntamiento quería dotar de wifi gratuita a aquella explanada y a aquellos dos bancos, y también “de una farola similar a la estética que se empleaba cuando el poeta vivió aquí. El objetivo de aunar todos los esfuerzos es resucitar el alma de Leopoldo Panero”, declaró el alcalde al Diario de León. Una consulta a Google Maps revela que hoy todo sigue prácticamente igual.

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