Inmigrante bueno, inmigrante malo
Romain Puértolas traza un retrato irreverente y liviano del fenómeno de la inmigración en su nuevo libro que ha convencido a 300.000 franceses para comprarlo y alzarlo como fenómeno editorial
La cita con Romain Puértolas es en el primer piso de un hotel de Barcelona. Busco a un francés rubio, de ojos claros y cara aniñada por un salón circular. No lo encuentro. Opto por esperarle en un rincón de sofás que cuenta con un enorme baúl a modo de mesa. Viene a presentar su libro –casi tan corto o tan largo como su título–, El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de IKEA (Grijalbo), y me da por pensar que el autor podría salir de ese viejo cofre en cualquier momento, tras echarse una siesta cansado de tanta promoción. En la oscuridad y en posición fetal podría estar emulando a Dhjamal, su ingenuo protagonista, que tras un patoso accidente viaja en el cajón de un camión de mercancías de París a Londres encerrado en un armario de IKEA. O de Mohamed, el inmigrante que en su relato sube clandestinamente –junto a otros cuatro compatriotas– al mismo furgón. Con esos mimbres se traza un retrato irreverente y liviano del fenómeno de la inmigración que ha convencido a 300.000 franceses para comprarlo y alzarlo como fenómeno editorial de la temporada.
Pero no. Contra mi pronóstico, Puértolas, un filólogo francés bien preparado a sus 38 años, que ha sido disc jockey, auxiliar de controlador aéreo e inspector de policía antes que autor de best seller, aparece por un lateral del salón. Dice que su viaje más increíble ha sido el de su propia vida: “Cada dos años me mudaba (de todo)”. Parece un tipo espabilado, un listo y –valga la redundancia– listo para todo, desde que de niño aprendió a hacer agua en el desierto o a enfrentarse a la improbable mordedura de un tiburón con los manuales de supervivencia que le regalaba su padre (militar). No pasa desapercibido. Lleva una bufanda naranja y unas zapatillas amarillas. Tiene el aspecto de un “buen inmigrante” que acaba de obtener la nacionalidad española tras casarse con una granaína y de tener dos hijos en España. Los de su novela, dice, son los “malos inmigrantes”. Calificación irónica para explicar el absurdo de una injusticia racista mundial: “Simplemente porque nacieron en un sitio”, supuestamente equivocado: Sudán, Afganistán, India…
Aclara: “Los ‘malos inmigrantes’ son los que nadie quiere”. Así se trasluce en esta novela delirante –su octava, aunque la primera publicada–, donde no se quieren ni ellos mismos, incapaces de regresar fracasados a sus países de origen. El indio Dhjamal o su amigo Mohamed son prototipos de los casos que ha archivado Puértolas a diario en su despacho de la Dirección General de Extranjería Francesa, donde ha trabajado durante años. Son los que emprenden un viaje sin nada más que perder que la propia vida y sin conocer siquiera las reglas que imperan en el tablero de juego del mundo. Hasta que caen en la casilla equivocada y, con suerte, les mandan de vuelta a la de salida o sencillamente lo más lejos posible: de India a Francia, de Francia a Inglaterra, de allí a España, luego a Italia y Libia, y finalmente de vuelta a Francia. Son esos que no quieren en Suiza –que ya le ha dado un portazo en la cara hasta a los europeos con el reciente referéndum promovido por la derecha–, ni en Francia –donde Marine Le Pen ya ha dicho que “no hay más sitio”–, ni tampoco en Italia –que los hacina y los desinfecta a manguerazos en la isla de Lampedusa–, ni en España –donde cada vez ponen las vallas más altas y con más pinchos en Ceuta y Melilla–…
“Yo no entro en política, para mí solo hay una raza, la humana. Me he limitado a escribir lo que he vivido, desde un punto de vista humano”, se escurre el “buen inmigrante” Puértolas, metiéndose en el baúl. Sus protagonistas se dan de bruces con las fronteras, pero este año cruzarán con él las de 36 países, donde se editará en otros tantos idiomas y donde les recibirán con los brazos abiertos.
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