Los ojos que cuentan historias
El festival de fotoperiodismo 'Visa pour l'image' ultima la espera para abrir sus puertas y transformarse en un lugar de encuentro para profesionales y amantes de la instantánea
Perpiñán y sus visitantes hablarán a partir del sábado 31 de agosto hasta el 15 de septiembre el mismo idioma, el lenguaje de la fotografía. La ciudad instalada en la frontera franco-española acogerá por vigesimoquinta ocasión el festival de fotoperiodismo Visa pour l'image, donde se reúnen aficionados y profesionales de la instantánea. Las numerosas exposiciones, veladas de proyección, talleres y coloquios servirán de excusa para acercarse a los trabajos de Joao Silva, Don McCullin, John Godfrey Morris y Michael Nichols, entre otros.
El proyecto que atrajo a 123 fotógrafos en su primera edición en 1988 se ha convertido en un espacio clave para el fotoperiodismo internacional y una cita señalada en el calendario. La muestra busca, asimismo, facilitar y servir de lugar de encuentro tanto para miembros del gremio (agencias de comunicación, editores, distribuidores y freelance), como para una masa ingente de amantes de la fotografía gracias a una filosofía de cercanía y familiaridad. "El año pasado acudieron 225.000 personas de más de 60 países, de los cuales 3.000 eran profesionales y, de estos, 1.300, fotógrafos", explica Jean-François Leroy -presidente de Visa pour l'image- con un fuerte acento al teléfono, "es el anti-Facebook: no son amigos virtuales; visitas el festival y bebes algo con ellos en el mundo real".
Entre las 23 exposiciones que se desarrollarán en museos, iglesias y otros puntos de la ciudad, los asistentes descubrirán colecciones con temáticas que abarcan desde las fotografías sociales de Sarah Caron o Pascal Maitre, imágenes de la naturaleza de la mano de Michael Nichols y los ineludibles conflictos que sacuden Siria, Egipto, Turquía y Brasil con una retrospectiva del periodista de The New York Times Joao Silva, el madrileño Rafael Fabrés o Goran Tomasevic (Reuters). "Queremos enseñar buenas historias. Excepto National Geographic, una revista publica máximo ocho o 10 fotos. Nosotros, 50 o 60 y contamos la historia al completo", valora Leroy, "tratamos de estar pegados a la actualidad y resulta difícil no mostrar algo de estos países este año, pero no creo que Visa se centre en la guerra. El año pasado, la muestra de matrimonios forzosos de niñas yemeníes de Stephanie Sinclair fue la favorita del público y la crítica".
¿Pero qué convierte una captura en una fotografía de calidad? Aunque el criterio se nuble por el subjetivismo y no exista ningún manual para la instantánea perfecta, como coinciden los fotoperiodistas, existen algunos elementos que distinguen a la mayoría de las elogiables. "Me fijo en la composición, la luz, el contenido, la historia, lo fotogénico...", apunta Silva desde su casa en Sudáfrica. Ese talento se esconde a veces en aspectos que trascienden a la técnica y apelan directamente a un impacto sentimental. "Lo ves y lo sientes o no. Algo básico es el equilibrio entre la emoción y la información que te da. Eso es lo que importa", opina Caron.
La habilidad para captar esos momentos implica desarrollar un espíritu viajero que en algunas ocasiones supone un serio riesgo para la vida de los profesionales. Este es el caso del reconocido Silva, quien perdió sus dos piernas por culpa de una mina antipersona en Afganistán hace tres años. "Para mí se trata de una curiosidad innata por documentar el mundo que me rodea. La dificultad en los conflictos es el acceso: hacia el final de la guerra de Irak era difícil sacar fotos de la vida cotidiana y solo podía ir empotrado con el ejército estadounidense, los insurgentes no paraban de secuestrar periodistas", recuerda el sudafricano de origen portugués. En estas situaciones, asegura, sentir miedo es tan positivo como la ansiedad que brota antes de una nueva aventura y que permite anticiparse a los posibles escenarios. "No hay garantías. La única manera de estar a salvo es quedarse en casa. En el momento en el que pisas el terreno, todo puede pasar. Todo va bien hasta que ya no".
El miedo forma parte del equipaje, cohabita con los fotoperiodistas. La inseguridad tiende, sin embargo, a olvidarse una vez sobre el terreno debido a la velocidad de los acontecimientos. "La peligrosidad la piensas, pero no la evalúas en su totalidad. No piensas en las consecuencias hasta que estás allí. Pasa tan rápido que no te da tiempo a digerirlo. Hay veces que estás acojonado", se sincera Fabrés tras sus experiencias en Afganistán y ahora la pacificación de las favelas en Brasil. Para templar los nervios los profesionales defienden que sus cámaras levantan un muro que los protege del mundo en el que se adentran. "Es como un velo. Todo te afecta, pero con ella enfrente tapas algunas emociones o excusas ciertas cosas que no podrías en otras circunstancias. Funciona un poco como un escudo".
El festival, que adoptará como sede el Palacio de congresos de Perpiñán, aspira a poner en valor una manera gráfica de narrar historias humanas, lo que obedece a su función social, según los protagonistas. "Supone un compromiso comunitario y político. Puede servir como denuncia o para descubrir otro modo de vida, cultura... Es como un periodista que quiere contar o mostrar injusticias y cosas que la gente debe saber con su bolígrafo", defiende Caron.
Acorde con los tiempos, la profesión se encuentra inmersa en una etapa que oscila entre las dificultades económicas y la transición hacia nuevos modelos aún por definir empujados por los avances tecnológicos y la ampliación de contenidos ofertada por Internet. "El nuevo medio está en la Red pero no hay reglas bien definidas. Existe esa idea de la gratuidad pero un trabajo intenso y completo necesita tiempo y dinero. Cuando haya leyes que controlen eso y se valore la materia prima, puede que mejore la situación”, argumenta Caron. La "reinvención" y las herramientas venideras no supondrán, sin embargo, una catastrofe en un gremio donde lo que en realidad prima son las manos y los ojos. "Estamos sufriendo unos cambios tremendos, como el periodismo. Pero, ¿va a desaparecer? No, es un bien necesario. Mutará, variará... Lo único que está en nuestra mano es adaptarnos a nuevos formatos", razona Fabrés.
Crisis al margen, el fotoperiodismo atraviesa un momento delicado ante la creciente polémica sobre la posproducción y el excesivo retoque de imágenes del que se acusó, entre otros, al ganador del World Press Photo 2012 Paul Hansen. "Se puede modificar mientras que no se pase un límite, como la luz si la foto se toma a mediodía con un sol duro. Al final es como las películas, todo está hecho con Photoshop y se nota. Parece un videojuego y no crees en lo que ves", critica Caron. Numerosos profesionales aseguran no entender el debate, ya que la modificación y uso de filtros han formado siempre parte del negocio y, aunque la mayoría se posiciona contra un uso generoso del programa informático, asumen que la batalla está perdida. "Ahora se acepta pero yo soy de la vieja escuela. La imagen ganadora del World Press es increíble, como un cuadro, pero así no es como se nos presentan las cosas ante la cámara", se suma Silva. "Me inundan los recuerdos. He visto escenas asombrosas. Vi a una mujer dar a luz a dos gemelos mientras hacía la cola para conseguir comida después de caminar cientos de kilómetros en Somalia durante la hambruna del 92. Esto, dos días después de fotografiar a un niño morir en brazos de su madre. Es paradójico".
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