“La sociedad se está volviendo cada vez más mojigata y ultrasensible”
Berto Romero supo que era gracioso con el primer chiste que contó en su barrio El cómico catalán, que cree que la gente escucha al que hace reír, huye del humor sobre la actualidad o que es demasiado blanco
Puede que sea porque no lleva sus gafas falsas. O por la huella en su cara de las noches sin dormir por culpa de sus tres hijos, dos de ellos gemelos casi recién nacidos. O por el supuesto efecto engordante de la tele. El hecho es que el Berto Romero real difiere ligeramente del que uno tiene en la cabeza después de verle en incontables programas de Buenafuente. No es más feo ni más guapo: solo es un Berto –espero que me perdone–más adulto. Acorde con sus 38 años.
Lo que sí encaja con el personaje televisivo es su socarronería, acompañada de una amabilidad por encima de la del entrevistado medio. En las dos horas que compartimos en el barrio de Gràcia de Barcelona, el humorista catalán se muestra relajado y razonablemente contento a pesar de –o a causa de– haber abandonado hace poco más de un año el medio que le hizo famoso. Desde entonces, Berto se ha centrado en los dos ámbitos que le vieron nacer como cómico. En el teatro dirige y protagoniza el espectáculo de un solo hombre Sigue con nosotros. Y en la radio comparte con Andreu Buenafuente el Nadie sabe nada de la cadena SER, un programa sin guion en el que divagan sobre cuestiones planteadas por los oyentes.
Conversaciones frescas en compañía de personajes singulares de la vida pública española. Tras Ada Colau, Jesús Carrasco y Erika Lust, Mikel López Iturriaga aborda al cómico y actor Berto Romero.
PREGUNTA: ¿No le da pánico que no se le ocurra nada gracioso?
RESPUESTA: Sí. Nunca me ha gustado la improvisación, me da mucho miedo. Pero he dado con un tipo que lo que más le mola es improvisar. Cuando empecé con Andreu [Buenafuente], lo llevaba todo preparado, pero a las dos semanas de trabajar con él ya me estaba desmontando la sección. Me hacía lo que llama “romper la cintura”, dejarme en pelotas para ver cómo reaccionaba. A fuerza de hacer, al final se ha creado entre los dos una especie de dinámica en la que la improvisación funciona.
P: ¿La inspiración depende de su situación anímica?
R: El estado anímico tampoco afecta demasiado. A mí me pilló la muerte de mi padre en el último Buenafuente con un timing diseñado por el mismísimo Satanás, porque murió en medio del programa. Tuve mitad de agonía, mitad de duelo. Me llamaba mi hermano por teléfono para decirme que se moría ya, que le habían puesto un parche de morfina, yo colgaba el teléfono y me tenía que hacer unas fotos sonriendo. Elsa Punset me explicó que esto pasa porque en el cerebro las emociones intensas son incompatibles: si estás muy contento no puedes estar un poco triste, así que cuando entras en modo comedia y te activas, se borra absolutamente todo.
P: También hace monólogos cómicos. ¿No ve este género cada vez más lastrado por los tópicos?
El humor sobre la actualidad, al público se la pone muy dura”
R: Hay temas que los has oído demasiadas veces: que si los hombres y las mujeres conducen diferente, que si mancho la tapa del váter, la guerra de sexos… ¡vale ya, hombre! Pero al final se produce una cierta selección natural: los monologuistas que más trabajan son los que tienen un discurso muy personal, como Goyo Jiménez, Dani Rovira o Tony Moog. Yo hablo de amor en mis monólogos, de muerte, de hijos, de parejas… son temas absolutamente tradicionales, pero es en la manera de tratarlos donde tienes que buscar la sorpresa, porque al final la sorpresa es lo que produce la risa.
P: ¿Hay temas conflictivos que no quiera tratar?
R: Los asuntos de actualidad, política o economía me cansan porque siempre están muy trillados por la maquinaria informativa. Y eso que el humor sobre actualidad al público se la pone muy dura: siempre que haces un chiste sobre algo actual tiene mucha mejor acogida que si es algo atemporal. Luego hay temas en comedia que son más complicados y que los cómicos más vanguardistas exploran: la incomodidad, el dolor, la enfermedad… A mí me gusta coquetear con ellos, pero sin meterme demasiado. Si el público se siente incómodo, yo tampoco me lo paso bien. Pero esa es la base del poshumor.
P: Generar mal rollo.
R: Sí. Es un territorio que a veces está cercano al terror.
P: O sea, que su humor es más blanco.
R: No tanto blanco, sino comercial en el buen sentido. Quiero que se ría la mayor parte de mi público, no del público en general. Si intentas que se ría todo el mundo, entonces igual lo que muestras es demasiado desvaído, demasiado blanco. Yo a veces aprieto por escatológico, por marrano, por surrealista, por cínico o por resabidillo, y sé que hay gente a la que puede resultarle pretencioso.
P: El humor que se hace en España parece más suave que el de países como Reino Unido o EE UU. ¿Hay autocensura entre los cómicos nacionales para evitar meterse en líos?
R: Es cierto que hay autocensura, pero tú tienes que trabajar aquí, y la gente a la que vas a hacer reír es la de aquí, así que tampoco tiene mucho sentido fustigarse pensando: hay que ver, es que sois muy tontos y yo soy muy listo y no os reís de lo que a mí me gusta. No, tú formas parte de esta cultura, cuyos referentes históricos en comedia están más cercanos al cine de Berlanga y a las comedias de Azcona que a los Monty Python. Los que lo han hecho muy bien son los de Muchachada Nui o incluso José Mota, que tienen una parte muy castiza, pero lo mezclan con una comedia surrealista de referentes elevados muy anglosajona.
Cómico hasta en la Red
El pelo, la nariz, las gafas y, por qué no decirlo, las réplicas brillantes en Buenafuente convirtieron a Berto Romero en una estrella del humor televisivo. Ahora, este treintañero de origen barcelonés disfruta de la tele como espectador, enganchándose a programas como Masterchef, Pesadilla en la cocina, Salvados o Un príncipe para Corina. O viendo los discursos "pomposos y vacíos" del presidente Mariano Rajoy, uno de los personajes que más gracia le hacen de la actualidad, especialmente cuando aparece en un televisor de plasma. Cuenta con casi un millón de seguidores en Twitter, un medio en el que se burla de compañeros famosos que hacen publicidad encubierta o provoca a los más cazurros defendiendo a Cataluña. Desea un cambio para España que acabe "con un sistema corrupto desde los cimientos", pero reconoce que no tiene "ni puñetera idea de por dónde puede petar esto".
P: ¿Cómo anda nuestra sociedad de sentido del humor?
R: Somos Jekyll y Hyde. En el mundo se nos conoce por ser muy alegres, pero tenemos una capacidad de autocrítica cercana a cero. Y va a más: la sociedad se está volviendo cada vez más mojigata y ultrasensible. Todo ofende. Eso es malo para el mundo en general, pero para los cómicos es tristísimo. El humor siempre ofende: en cualquier chiste hay alguien que pringa muy fuerte, que al final le cortan un pie o se caga encima. Pero hemos llegado a un punto en el que parece que molesta más nombrar el hecho que el hecho en sí. Si haces un chiste sobre anorexia, minorías, inmigración, discapacitados o enfermedades, temas más tabú que la política o la religión, enseguida se te echan encima, aunque no te rías del discapacitado, sino que trates de poner en evidencia otro tipo de situaciones.
P: ¿La corrección política lastra el humor?
R: Te vuelve un imbécil, y a los humoristas los deja sin alma. Cuando eres muy políticamente correcto, no haces gracia.
p ¿Se considera usted una persona moderada?
R: Sí, hasta que dejo de serlo. A mí normalmente me gusta la moderación y la contención hasta que, como a cualquiera, se me hinchan las pelotas.
P: ¿Es así desde siempre o se ha ido suavizando con la edad?
R: Siempre he sido bastante conciliador. Me gusta el buen rollo, el cachondeo, y no las posturas extremas. No me siento cómodo. En mi humor, aunque tenga que meterle una hostia a alguien o ser un poco desagradable, me gusta teñir todo de buenrollismo.
P: ¿Cómo era el ambiente familiar en el que creció en Cardona (Barcelona)? ¿Hasta qué punto le marcó?
R: Mi padre trabajaba en las minas de extracción de potasio de Cardona y mi madre es ama de casa y costurera. Con mi hermano éramos cuatro. La típica familia de clase media tirando a baja. Mis padres se quisieron mucho entre ellos, había mucho amor en casa, lo cual me ha hecho una persona muy cariñosa y muy amorosa. Son ese tipo de cosas que ves y luego reproduces. A mí me decían: “Tú no te compres nunca nada hasta que tengas todo el dinero”. Yo pensaba que estaban locos, pero de repente un día me di cuenta de que gracias a eso no me metí en créditos para comprar coches o casas, vivo de alquiler, no tengo nada y por la noche duermo de puta madre.
P: ¿Cuándo se dio cuenta de que era gracioso?
R: Con el primer chiste involuntario que hice en una tienda de ultramarinos del barrio. Yo tenía siete años, y mi madre me mandó a comprar “queso cortado fino”. Entonces el tendero empezó a cortarlo, y lo quiso hacer tan fino que le salían lascas de queso a medias. Entonces le dije: “Mi madre me ha pedido queso cortado fino, no rallado”. Al hombre le hizo mucha gracia y se lo contó a todo el mundo. Después me di cuenta de que si hacías reír, la gente te escuchaba. En la adolescencia me escuchaban las tías, que de otra manera no me hacían ningún caso. Luego se iban a follar con otro que estuviera bueno, evidentemente, pero por lo menos un rato me habían escuchado. Y eso ya es una droga que no puedes dejar de inyectarte.
La corrección política te vuelve imbécil y deja al cómico sin alma”
P: Algún éxito tendría.
R: Tampoco te creas. Mi relación con el sexo femenino ha sido siempre muy calmada. Encontraba a una novieta y estaba con ella un montón de tiempo, porque lo que me gusta es profundizar en la gente y explorar, y luego ya me cambiaba con otra. Pero muy bien, dejaba una liana y tenía ya otra a punto, tipo Tarzán.
P: Dicen que eso le pasa a la gente que no sabe estar sola.
R: Puede ser. Vengo de una casa muy pequeña en la que vivíamos todos apiñados, y ahora tengo cinco personas en la mía, así que quizá en el fondo no sepa estar solo.
P: Con 18 años vino a Barcelona a estudiar Periodismo, pero no acabó la carrera.
R: No me interesaba. Cogí Periodismo por eliminación, no tenía ninguna vocación. A mitad de la carrera, en 1998, empecé a hacer teatro y colaboraciones en radio, y además en casa dejaron de pagarme los estudios porque se quedaron sin cuartos. Tenía que ir a trabajar y luego a estudiar. Ya estaba haciendo de cómico y no tenía mucho sentido el esfuerzo de acabar la carrera.
P. ¿Y de qué trabajaba?
R: Pues trabajé, por ejemplo, en una inmobiliaria. La peor época de mi vida. No alquilé ni vendí nada, nada. No podía engañar a la gente, estaba en contra de mi persona, de mi alma. Recuerdo un piso que en la encimera había una cinta de casete que con la mierda se había quedado pegada y no se podía arrancar. Entraba con los clientes y me decían: “Este piso está muy mal”. Y yo: “Pues sí, este piso está muy mal, así que vámonos”. Luego de allí pasé a Presscut, una empresa que hacía resúmenes de prensa para otras empresas. Leía noticias de Brasil en portugués, porque había aprendido algo en la cama con una novia portuguesa. Estuve mogollón de años, hasta 2003 tranquilamente. Y ahí conocí a la que sería mi mujer, que aún sigue trabajando allí.
P: ¿Cuándo empieza a ponerse las gafas falsas?
R: La primera vez que hago teatro. Eran unas gafas de mercadillo de filtro amarillo, horripilantes, de las que ya no se fabrican de malas que son. Como solo tenía esas y estaban hechas polvo, hace tres o cuatro años tuve que ir a una óptica para que hicieran siete copias. Ya he perdido dos.
P: ¿Por qué decidió ponérselas?
R: Pues un poco tipo rollo máscara: te las pones y eres otra persona. Se juntaron dos cosas: en esa época estaba con el complejillo de “ay, qué nariz tengo y con las gafas lo disimulo”, y luego me remitía a humoristas que me gustaban, a Woody Allen, al rollo gafapasta.
P: ¿Lo suyo con Buenafuente fue amor a primera vista? No te creas. Había una relación tensa, la normal entre dos personas que no se conocen, siendo una de ellas un tipo con un programa potente en la tele, y el otro, uno que viene. Pero dentro del programa era otra cosa. Cuando estoy muy nervioso, doy aspecto de todo lo contrario, porque me tenso por dentro, mi cara pierde toda expresión y parezco tonto. A la gente le hacía mucha gracia, porque parecía que me daba igual lo que me dijera Andreu. Además, con los nervios yo me venía arriba y le daba una caña que no era normal; le decía: “te estás equivocando”, “pero qué tonterías dices”, o me levantaba y le daba dos besos. Él flipaba porque le rompía los esquemas: estaba acostumbrado a que todos fueran muy apocados con él. Artísticamente parecía que lleváramos trabajando años, pero fuera, no. Con el tiempo, las dos relaciones fueron acompasándose y llegó un momento en el que nos hicimos amigos.
P: ¿Ha sentido la necesidad de desmarcarse profesionalmente de él?
R: No, porque desde el primer momento a mí me gustaba más mi papel que el suyo. Él es más showman, tiene una personalidad artística más compleja, y yo soy más cómico. Hemos mantenido nuestra vida aparte del otro, no es que hayamos creado una pareja que si no estamos juntos no funciona nada. Yo hacía teatro solo y lo he seguido haciendo solo, y de vez en cuando me encuentro con él o con otra gente.
P: ¿Qué le apetecería hacer ahora en televisión?
R: Quedé tan hartito con cinco años de programa diario… La televisión es bañarte en sosa cáustica. Te quema la piel. Es una máquina de sacarte de dentro todo lo que tengas. Es ponerte en la boca una aspiradora que chupe lo que tienes dentro, y tú lo que haces desesperadamente es meterte más cosas en la cabeza para que tenga más cosas que chupar. Yo tuve una buena experiencia televisiva, exploré todos los campos. Y todo, todo, todo, me dejó muy agotado. Este año me he dedicado más al teatro y estoy buscando en los proyectos que me llegan que sean cosas que realmente me gusten, porque me acostumbré a una televisión chula y no quiero hacer televisión por televisión. Además, la tele cómo está: no hay presupuesto, es todo un lamento continuo, gente tocando la bandurria con pañuelos negros en la cabeza diciendo “aaay, payo, no tengo dinero”. Bueno, pues si no tiene usted dinero…
Al principio, mi relación con buenafuente fuera del programa era tensa”
P: ¿Hay vida inteligente entre los programadores de televisión?
R: Cada vez menos, aunque no quiero ser muy injusto con esto porque en la tele hay gente haciendo programas muy buenos. Pero hay que dedicar partidas a explorar, a buscar nuevos formatos que funcionen… ¿Hay vida inteligente? Sí, pero debería haber una vida un poco más cuidadosa con su propio futuro. Una tele que solo está pendiente del resultado del programa de hoy y del de mañana no tiene futuro. La tele tiene que sembrar 10, 15, 20 plantas para que le crezca una. Si no, es una tele que se retroalimenta, que se estanca. Como la que tenemos ahora, que se come a sí misma, y que desgraciadamente está en retroceso: mucha gente deja de verla y se va a Internet.
P: Cumple 40 el año que viene. ¿Algún atisbo de la crisis de la mediana edad?
R: No. Estoy muy contento de la madurez a la que estoy llegando. Tengo una situación emocional muy equilibrada, soy muy feliz en casa. Se me come la vida, pero es un infierno de amor. Creo que me ha ayudado mucho la comedia y la gestión positiva de lo que me ha pasado con la fama. Este trabajo mío o te pone como una puta cabra o te hace un tío muy equilibrado, no hay término medio. Es muy extremo mostrarte al público haciendo humor, buscar la aprobación de la gente continuamente… Fernán-Gómez ya lo decía: “¡Nosotros somos putas! ¡El público viene y se nos folla, y si no follamos bien, se van con otro!”. Emocionalmente, esto de ser puta del arte te puede llevar a dar tumbos de un lugar para otro hasta acabar muy mal. Y si lo llevas bien, te tienes que equilibrar tanto para soportarlo que al final eres casi zen.
P: ¿Conoce muchos casos de cómicos que hayan perdido la cabeza?
R: Sí. Las historias de cómicos son bastante desastrosas en general: parejas que acaban peleadas, drogas, problemas económicos muy bestias… Los cómicos son personas que normalmente tienen un físico bastante desastroso, pero que acceden a posiciones de poder social que nunca hubieran soñado. Pon el caso de Fernando Esteso en los ochenta: con el aspecto que tenía, lujo, coches, oro, mujeres bonitas… Eso es un peligro porque de repente es como uauuuh, no puedo con todo.
P: ¿Y cómo ha logrado esquivar ese peligro?
R: Mi gran suerte es que el éxito me pilló con 32 años, y yo a esa edad ya estaba hecho. Mis estructuras cerebrales, mis relaciones… Ya tenía mi novia cuando empecé en la tele, y ni se me ocurría salir de fiesta porque me iba a casa con ella. Me veía por la tele y decía: “Sí, sí, estás muy bien, pero vamos a ver una peli”. No he vivido esa vorágine loca de la fama. Y no olvidemos que yo entré en la tele en 2007, justo cuando la economía empezó a hundirse. Soy un producto de la crisis, y nunca pude venirme arriba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.