El enigma Simeone
Vivió el doblete en el Atlético de Madrid. Llegó como entrenador y en meses logró dos títulos más, aparte de romper el bipartidismo en la Liga. Diego Pablo Simeone ha regresado a España únicamente para ganar. Su contagio sigue marcando carácter. Solo conoce un gen. El del triunfo.
Al parecer se le quedó grabado de por vida como cosa de Nilda. La obsesión por el horóscopo… “Eso es cosa de Nilda, su madre”, dicen sus amigos. A veces no cuadra, pero pocas. La mayoría se da. Esta manía por las cábalas no la toma a broma Diego Pablo Simeone. Ha sido acabar de hablar durante un buen rato sobre lo divino y lo humano cuando el técnico del Atlético de Madrid apunta: “Nos ha faltado tratar una cosa”. ¿Qué? “El horóscopo. Yo le doy mucha importancia al horóscopo. Vos, ¿qué signo sos?”. De hecho, cuando llega a un equipo, lo primero que pregunta sobre sus jugadores es el zodiaco. “Sagitario necesita cariño, si en cambio ha nacido Escorpio, caña, caña. A mí me tocó Tauro… Complicado. Aunque soy tranquilo, si me querés sacar algo, sacáme el corazón, pero habláme bien. No me forcés, porque forzado… soy el peor”.
¿Y si, por una de esas cosas del azar, la cuenta del horóscopo no sale? “Entonces pasamos al plan B”, comenta Cholo. ¿Y en qué consiste? “¿El plan B?: lo que yo digo”.
Para algunos, este detalle no pasará de la mera superstición. Para Simeone no. Se ha forjado como método. Tampoco quiere hacerse fotos en el césped. “Cosas mías… En la grada no me importa, en el césped sí”. No le da la gana aclararlo. Tiene pocos secretos. Pero los que no quiere revelar se desvelan inquebrantables a la curiosidad de cualquiera. Misterios.
Como viene a resultar un enigma su gen ganador. O más bien ciencia. Porque va con él. No tiene nada que ver con el azar. Queda como pura estrategia. “Se puede ganar de distintas maneras, lo importante es construirse muchas armas para lograrlo. Yo pienso como Ferguson [el técnico del Manchester United], que ganar te da poder”. Triunfó como jugador –cosechó títulos con el Atleti, títulos en Italia, títulos en las competiciones argentinas– y repite como entrenador. Rápidamente.
“Antes era más impulsivo. Tenía otra cabeza. Hoy trato de pensar las cosas un segundito más"
Allá donde se le ha requerido, el Cholo se ha presentado y se ha marchado generalmente cuando él lo ha decidido. Muchos se hubieran quedado más que satisfechos si a los equipos se les hubiese librado de la quema. Pero es que una vez entraba Simeone en el vestuario, la mentalidad se transformaba dejando patente su fama de gran motivador. Ocurrió en el Atleti. Nadie daba un duro por la plantilla y acabaron ganando en 2012 la Liga Europa y la Supercopa de Europa. Títulos a pares.
Ocurrió a mitad de la temporada pasada. Desesperado el Calderón, desesperada la directiva, perdidos los jugadores, tambaleándose por la tabla y descontentos con la falta de sustancia de Gregorio Manzano, había llegado la hora de llamar a Simeone. Él respiraba tranquilo. En Argentina. Haciéndose un nombre como técnico en clubes de sus amores como el Racing de Avellaneda; poniendo en práctica principios que aprendió en la escuela de Vélez, donde se formó. “Ahí me transmitieron valores: llevar tu ropa en el canasto, respeto, orden, todo eso que te ayuda en la vida. Desde el orden uno empieza a vivir mejor”.
Pero también, por ejemplo, ejerciendo en el River Plate, con algún salto a Italia – en el Catania Calcio– y preparado para demostrar quién es en algún grande de Europa. Pero no cualquier club. Solo uno tenía metido entre ceja y ceja: el Atlético de Madrid. “Sabía que iba a volver. Únicamente me dediqué a prepararme. Sabía que me llamarían en un momento de dificultad. Iba a ocurrir. Todo lo que me está pasando lo quise, lo busqué”.
El futbolista habla con una seguridad pasmosa. Sin quiebra. Proféticamente. “Nunca me gustó ver que van a tomar decisiones cuando vos las leés antes de que las tome yo”. ¿Por orgullo? “Llamálo como quieras: no espero a que los demás resuelvan situaciones que me afectan”.
Para entender al Cholo es preciso analizar la curiosa alquimia que lo define: una mezcla de instinto, inteligencia animal y sexto sentido que ni sus más próximos saben definir. “Suelo adelantarme a lo que sé que puede suceder”, asegura. Pepe Pasqués, su sombra, su asesor, su mano derecha, encargado de organizarle las relaciones con la prensa, admite no saber en qué consiste ese punto que le convierte en diferente. Pero asegura que lo tiene, que lo ve. “Es difícil definirlo, pero te juro que ha nacido con ese don para ganar”.
“Sabía que me llamarían en un momento de dificultad. Todo lo que me está pasando lo busqué”
Y eso que vive con él, que ha hablado horas, días, la intemerata con él desde que se conocieron en 2008. Eso que cada mañana comparten desayuno juntos. “Una linda tandita de mate, tostadas, una rápida mirada a la prensa y al trabajo”, dice Pepe. Eso que se ha chupado kilómetros viajando a su vera y al son de la música que programaban en Radio Rivadavia. “Desde el principio, cuando nos podíamos hacer casi 200 diarios para ir y venir del entreno en una camioneta negra que cuando vendió dijo: ‘Este carro tiene dos campeonatos”: el Torneo Apertura, con el Estudiantes de la Plata, en 2006, y el Clausura, con el River, en 2008.
Recuerdos recientes… Una carrera más que meteórica como joven entrenador. Simeone, de 42 años, es como si aún no se hubiera retirado de la cancha. La adrenalina le funde con el césped y conecta el mismo espíritu depredador desde el banquillo que desperdigaba como jugador. “Yo no creo a algunos cuando dicen que no son en la vida como se les ve en la cancha. Uno juega como es. No creo que un tipo pasional, sentimental, no se entregue en el campo. No lo creo. Hay comunión en los sentimientos. El campo es donde uno se expresa”.
Una autenticidad que multiplica sus efectos en el Calderón, el hábitat que el Cholo entiende como nadie. “El Calderón es pasión, quien no comprenda esto es difícil que triunfe. La gente no va a protestar por una derrota, sino por dejadez y por falta de ambición”. Cuatro años como jugador fueron suficientes para que captara como un brujo la complicada, muchas veces imprevisible, voluble, en ocasiones caprichosa, ansiosa psicología del hincha atlético. Pero él la intuyó al instante. “Y no era fácil. No lo era”, recuerda. Pero lo hizo tan bien que logró armonizarse con la afición y convertirse en un buen pedazo del alma poco transmutable del club. Fueron años en los que vivió la época del doblete: Liga y Copa de la temporada 1995-1996.
Simeone sabía que el Atleti podía ganar más y llorar menos. “Cuatro años aquí son muchos: en el primero nos salvamos del descenso, en el segundo ganamos Liga y Copa, y en el tercero fuimos muy competitivos en la Champions…”. Pero si para algo ha regresado es para contagiar hambre de títulos. También a deshacer un entuerto. “No puede ser que esta Liga sea solo cosa de dos. No lo concibo”.
Esta temporada va cumpliendo. En la Liga ha destrozado el bipartidismo y se ha colado entre el Barça y el Real Madrid. Será difícil que el año que viene el equipo no juegue la Champions. Luchará por otro título y por quedar bien arriba. “El esfuerzo no se negocia”. Es su lema. Si a ello le añadimos el talento y estado de gracia de jugadores como Falcao o el carácter que aportan los Costa, Juanfran, Filipe Luís, Adrián, Arda Turan, Mario Suárez o un portero como Courtois… estamos ante una época de probables delirios junto al tridente de Neptuno.
En buena parte por culpa de Simeone. El pive criado en el barrio de Palermo en Buenos Aires, donde vivía Borges y donde aquellas cuadras no parecían ni por asomo las del lugar chic que son ahora, se ve a sí mismo en un espejo donde rebotan los partidos callejeros que jugaba de acera a acera. “En el potrero, como se dice, sobre el empedrado. También en diagonal, cruzado, y si teníamos suerte, con portones”. Era ese chaval que salía de casa con sus botines Fulvencito, “que yo solía atarme hacia arriba”.
En el fútbol hay que tener miedo. El miedo te da coraje. A los jugadores se lo digo: cuidado con el miedo”
Aquellas veredas, aquellos aires, aquellas raíces de familia media, hijo de una madre peluquera y un padre, don Carlos, vendedor de calefactores –“todavía hoy sigue trabajando”–, explican al Cholo. Su argentinidad –“somos nostálgicos”–, la nobleza, una fuerte autodisciplina que desarrolla aun con cierto culto al cuerpo en el gimnasio para que le luzca lindo la pilcha, es decir, para que le cuelguen bien los modelos de ropa que le gusta comprar como uno de sus vicios confesados…
El ejemplo que trataba de observar en otros, los lenguajes corporales que intuía en sus héroes, los de la selección argentina que ganó el Mundial de 1978. “Me fijaba en la actitud del capitán, de Passarella, cómo saltaba al campo, su andar, cómo se colocaba el buzo como le dicen ustedes al chándal…, en Kempes, desequilibrante, en el Tolo Gallego. Siempre me fascinó la gente con personalidad, la gente que vos la ves y te transmite algo: caras, gestos”.
Detalles. “Uno va copiando aquello en lo que se fija. En mi casa recibí una educación esmerada. Tengo la suerte de aprender de todo lo que veo para ir mejorando yo mismo”. Desde el olor del asado, cuyo arte ahora, dicen amigos suyos como Pepe o Pablo Balbis, domina, hasta el vínculo con la familia, como buen descendiente de genoveses.
Y como precio del éxito. Porque a la cercanía de la familia es a lo que renuncia y lo que sufre por triunfar en Europa. La lejanía de los tres hijos, de 17, 14 y 10 años, que también siguen el camino del padre. Como el mayor, figura ascendente en el River, donde están los tres, “aunque”, dice Simeone, “el mejor de todos es el chiquito”.
El constante arrope de sus dos hermanas, especialmente Natalia, abogado, que lleva sus negocios y sus contratos, también se echa en falta. “La ausencia de los hijos se siente; queda la felicidad de hacer lo que uno ama, el fútbol, pero la otra parte no está… Tratamos de compensar. La calidad del tiempo por la cantidad. Los chicos saben lo que su padre busca y ellos son felices disfrutando de lo que me fascina. Su madre los atiende y los sostiene de la mejor manera. Es una situación nada simple, pero se da”.
“Pienso mucho en ellos”, sigue el Cholo. “Me gustaría que fueran tipos decentes, educados, buena gente, trabajadores, que no caigan por vencidos, tipos nobles, queridos por sus amigos. Los veo y sé que puede pesarles tener un nombre conocido como el del padre, pero son sencillos, y eso toca y pasa por la educación de la mamá y la nuestra y por lo que nos tocó vivir cuando estuvimos juntos”.
Pero Simeone cuenta con fibra de sobra para bancarse esa ausencia y aguantar. Vive el aquí y el ahora intensamente. “A veces me pregunto qué es la felicidad. Consiste en vivir el presente de la mejor manera. Pensar en el futuro no conviene demasiado; si lo hacés, a menudo se te escapa lo que tenés delante”.
Ha llegado a Europa para triunfar y quizá volver allá. ¿Un sueño? La selección argentina. “Fue mi vida. Tres mundiales. No sé cuántas copas América. No tuve vacaciones. Cada vez que veías tu camiseta colgada en el vestuario desaparecía el cansancio, las horas de vuelo. Hacía lo que tenía que hacer y más por estar”.
Ni oculta ni ocultará quien durante algún tiempo fue el jugador que más veces vistió la albiceleste su aspiración de entrenarla. Aunque ahora hay que dejar trabajar al equipo que dirige Alejandro Sabella de cara al Mundial de 2014. Van bien encaminados, según él y los suyos. Pero más tarde, ¿quién sabe? “Ahora no lo pienso. Como entrenador, yo siempre estoy sintiendo que me van a echar. Por eso no me queda otra que ganar”. En ese equipo, como en el Atleti, Simeone impondría su estilo.
Aunque ahora se limita a dotar de fuerte personalidad a los rojiblancos. Una personalidad que les devuelve perfeccionado su legendario carácter de contraataque letal: desde una defensa fuerte hasta una delantera también fuerte. El Cholo lo encarna: “Cuando uno siente pertenencia, la transmite. A los 20 días de estar acá, con estos jugadores, me sentía como si llevara años. Nunca hubo nada forzado, todo resultó muy natural, ellos querían recibir y quieren más, me piden más. Acá, más allá de jugar bien, deben mostrar talento, ambición y coraje. Eso es mucho más importante que jugar bien”.
Sabe inculcarles su filosofía. Jugar en cualquier posición, como le enseñó uno de sus maestros, Bilardo. “Yo jugué de todo, desde chiquitito. ¿Cuento las posiciones? Menos de portero, jugué de lateral derecho, de central, de central izquierdo, de carrilero por la izquierda, de doble cinco, de volante por la derecha, de segunda punta, de punta. Eso lo aprendí con Bilardo, que el futbolista lo es más allá de desarrollar su labor en una posición u otra”.
Ahora, de elegir… Todavía sueña con haber sido delantero centro: “Me hubiese gustado ser número 9. El gol es lo más lindo del fútbol: el éxtasis… La situación que te permite empezar a disfrutar del juego, ahí está. Son centésimas de segundo que te olvidás del mundo…”.
Enseña su manual a poder ser sin ansiedad. “¿Ansioso? ¿Soy ansioso, Pepe?”, pregunta a su hombre de confianza. Cuando este responde afirmativamente, el Cholo cae. “Sí, puede que sí sea ansioso y muy crítico conmigo mismo, pero al tiempo no me siento convencido de tener siempre la razón. Sé escuchar, tengo la tranquilidad de saber escuchar y comprender para luego poder resolver. Antes era más impulsivo. Tenía otra cabeza. Hoy trato de pensar las cosas un segundito más”.
Y disfrutar de una visión de conjunto: “Como entrenador lo vivo de otra manera. La cabeza es espacio y estoy entregado al cien por cien a esa situación. Pero cansa. Es un esfuerzo mental. No hay nada que se me cruce. Y me gusta. Son 90 minutos. El entrenador se imagina un partido, sueña un juego, vive un juego que no juega y trata de ver lo que trabajó, lo que preparó. Cuando uno logra plasmar lo que se imaginaba, llega la felicidad. Me ha pasado esto dos veces acá. Las dos finales: el partido con el Chelsea y el del Bilbao. No hubo nada que rompiera el plan”.
El ‘cholismo’ inyecta un permanente estado de alerta. Sale a cuenta el miedo en este negocio, según Simeone. “Los partidos aparentemente más fáciles son los que se te pueden torcer. Me preocupa cuando piensas que esto es simple, sencillo. Hay que estar siempre atento. Pensar que se puede perder. Me aíslo de cualquier situación que me haga sentir cómodo. Me preocupa esa palabra. Comodidad. Estoy más inquieto en un partido supuestamente accesible que en uno complicado. En este deporte hay que tener miedo, el miedo te da coraje. Cuando estás encerrado y no tenés salida, buscas una solución, pero si no la encontrás, quedas a expensas de que te ocurra algo. A los jugadores se lo digo: cuidado con el miedo. Tener miedo es estar preparado para pelear, para matar, siempre hablando futbolísticamente…”.
Pero también lo puede aplicar a la vida, a la política, a su país. Aunque se niega a hablar de esas cosas. “No opino ni de política ni de economía. Cuando tengo que votar, lo hago. No estoy en el país para saber más allá de lo que pasa por mi familia y por mis amigos. No quiero opinar de eso”.
Ahora, sí analiza en términos generales y con arreglo a su teoría del miedo en clave comparativa: “El miedo en mi país siempre nos ha hecho estar más preparados para todo. Si tengo que decir algo sobre la Argentina actual es que me gustaría que nos pudiéramos sentir más seguros. Aunque si comparamos y vemos lo que está sucediendo ahora en España, en Europa, siento que les cuesta más a ustedes salir hacia adelante. Nosotros estamos más alerta, fuimos más golpeados, nos tuvimos que regenerar y volver a ponernos de pie. Vos vas a ver al argentino y el argentino pelea, se levanta, es un tipo que se entrega”.
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