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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Todos los niños

Rosa Montero
Tomaz Levstek (Getty)

En este mundo hay muchos infiernos, pero uno de los más extendidos es el infierno doméstico. Cuando las parejas se pudren, la intimidad se convierte en una guerra sangrienta. A mi mesa de trabajo, como a la de todos los articulistas, llegan a menudo cartas desesperadas, restos del naufragio de esos conflictos bélicos. La mayor parte de las veces no puedes hacer nada con lo que te mandan: son tristes, confusas y largas peleas en las que muy probablemente ambas partes han terminado siendo al mismo tiempo verdugos y víctimas.

Pero hay algunos casos especialmente terribles, y son aquellos en los que los niños son utilizados como metralla. Batallas de adultos que se encarnizan con los menores. Últimamente me han enviado dos trágicas historias de este tipo: la primera es el calvario de Raúl Pérez, de Ayamonte, Huelva. Su expareja, una suiza con la que tiene un niño de cuatro años, ha convertido la separación en una tortura. Durante casi dos años, e incumpliendo todas las sentencias judiciales, ha hecho lo imposible por privar a Raúl de todo contacto con el crío. La mujer llegó a presentar una denuncia contra el padre por malos tratos, con tan poca base que fue archivada, y secuestró al niño llevándoselo ilegalmente a Suiza. Raúl, de 36 años, soldador de profesión y con un sueldo de 1.400 euros, ha tenido que gastarse una fortuna para pleitear en el país helvético. Los jueces suizos también han fallado a favor de él y obligaron a la madre a regresar con el niño a España. Lo ha hecho, pero se ha ido a vivir a Gerona, lo más lejos posible de Ayamonte, para dificultar el contacto con el hijo. En esta mísera situación se encuentra el caso ahora; agotado y arruinado, el padre está profundamente deprimido y se siente abandonado por la justicia.

A veces, munición en los conflictos conyugales. Otras, en enfrentamientos sociales”

Aún más espeluznante es el caso de Belén de Colsa, madre de dos niños de 13 y 11 años. Su exmarido ha sido imputado en tres procedimientos penales por maltrato a sus propios hijos. Pero hace seis meses, y contra el parecer del ministerio fiscal, una jueza de El Escorial decidió retirarle la custodia a la madre y dársela al padre, prohibiendo a Belén todo contacto con sus hijos durante tres meses y concediéndole después el derecho a unas visitas que nunca se han cumplido: la madre lleva medio año sin poder estar con sus hijos. El pasado 26 de diciembre, los niños fueron citados a declarar en un juzgado por unas supuestas lesiones que les habría hecho el padre hace más de un año (apoyadas en un parte de lesiones de un hospital público). Los niños declararon tener miedo a su progenitor y dijeron que querían vivir con la madre. Pese a todo esto, volvieron a entregar a los niños al padre.

Dos semanas después, los servicios sociales hicieron un informe diciendo que el niño de 11 años había pedido ayuda a su profesor porque su progenitor le trataba mal, porque le tenía miedo y estaba pensando en suicidarse (otra jueza acaba de abrir nuevas diligencias contra el padre por esta razón). Una podría pensar que, con estos indicios, habría que tener cuando menos una duda más que razonable sobre la posible indefensión de esos pequeños. Pero no, los niños siguen bajo custodia paterna. La jueza aplicó ese comodín llamado síndrome de alienación parental. El SAP lo inventó en 1985 un tal Gardner, psiquiatra norteamericano. Según él, si un niño dice que su padre le ha pegado, es probablemente por el SAP, o sea, porque la madre le ha comido el coco. Este síndrome ha sido mayoritariamente desautorizado por la comunidad científica; no está aceptado por la OMS ni por la Asociación Americana de Psiquiatría, y la Asociación Española de Neuropsiquiatría denunció su falsedad. A mí no me cabe la menor duda de que hay exparejas que manipulan la mente de sus niños y les instilan odio hacia el otro cónyuge, del mismo modo que hay denuncias de maltrato que no son ciertas, como habría sucedido en el caso de Raúl. Pero la aplicación del SAP resulta abusiva, porque, además, la parte afectada no puede defenderse, ya que cualquier alegato que presentara puede ser perversamente utilizado como prueba de su odio contra el exmarido y, por consiguiente, de su culpa. En fin, yo no soy quien debe decir quién tiene la razón en este caso: lo decidirán los tribunales. Pero los indicios son lo suficientemente graves como para tomar medidas que protejan de manera más eficaz a esos pequeños. ¿Y por qué no se hace? Pues, tal vez, porque los hijos no son sólo munición en los conflictos conyugales, sino que también son carne de cañón en los enfrentamientos sociales, en la crispada, sectaria y artificial guerra ideológica entre los partidarios de las “mujeres” y de los “hombres” durante los procesos de divorcio, como si no pudiésemos ser unas y otros víctimas de los naufragios domésticos, y en especial, por desgracia, todos los niños.

Twitter: @BrunaHusky

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