El centro de Atenas
¿Por qué tantos ejecutivos chinos en este vuelo de Barcelona a Atenas? ¿Qué han podido ver en las dos ciudades en crisis para moverse entre ellas? Me hundo en mi asiento y dejo que mi mirada se pierda en la prensa del día y, al ver imágenes de las protestas ante Wall Street, me dedico a imaginar que pronto podrían volver con toda su aura los años sesenta y su rueda de revoluciones juveniles y grandes propuestas para cambiar la vida. Pero no tarda nada mi leve sonrisa en quedarse helada cuando la nuca rasurada del chino de delante me devuelve a la realidad. ¿Tan ilusorio era lo que imaginaba? Quizás no tanto. Después de todo, algo se mueve y del 15-M cabe esperar cambios en el paisaje moral: sería bueno que incidieran también en el cultural.
Aquí uno termina por juzgar increíble que en el fondo la vida siga tan vibrante
Voy a Atenas pensando en esto y aquello y acabo recordando el reciente caso de la subcontratada de la limpieza del Museo Ostwall de Dortmund que, valiéndose de una bayeta, destruyó la obra de arte Cuando los tejados comienzan a gotear, de Martin Kippenberger. Era una obra valorada en más de un millón de euros: una torre de más de dos metros montada con tablas de madera por el propio artista, que la completó colocando una palangana de goma negra entre sus cinco pies. Por lo visto, la limpiadora creyó que la capa de una "sustancia clara" que cubría la bacía debía ser mugre acumulada desde su creación en 1987 y cumplió con su deber: se dedicó largo rato a fregarla.
Creo que una brigada artística del 15-M podría tomar cartas en el asunto y considerar fundacional esa acción que tanto nos recuerda que para evitar las grandes estafas solo es necesario que la buena gente se rebele. Una brigada moral del 15-M podría utilizar como modelo el gesto de la dama de Dortmund y comenzar a fregar la mugre en el mundo del arte.
Ya en el aeropuerto, el taxista ateniense me recibe con un cierto humor trágico y me da las gracias por no hablarle en alemán ni chino. Algo más tarde, camino de la ciudad, la inesperada articulación entre la puesta de sol y la música griega de la radio me hacen creer que llevo aquí toda la vida. Pienso en Godard cuando dijo que deberíamos hasta darle las gracias a Grecia: "Occidente es quien está en deuda con ella. Siempre olvidamos las relaciones entre democracia y tragedia".
"Es dramático", comentó el director del museo de Dortmund al advertir la pérdida de la pátina en la palangana. Y alguien, por lo visto, le recordó que no era la primera vez que una obra de arte resultaba destruida por exceso de celo en la limpieza. En 1986, por ejemplo, Fettecke (literalmente punto graso), de Joseph Beuys, una pieza que consistía en una mota de mantequilla sobre una superficie, fue destruida al pasarle el trapo en un museo de Düsseldorf.
Por la noche, en el barrio de Plaka, escucho las voces amigas de Nanna, Anteos y Mikela. Estamos en una taberna cercana a la plaza Sintagma, a cuatro pasos del Ministerio de Finanzas, fuertemente resguardado por gente que va armada hasta los dientes. Afuera, lejos de la gran sonoridad tabernaria, un dios parece sigilosamente recorrer la vieja Atenas caminando con alegría secreta. Este país, se lamentan las voces, ha entrado en un túnel sin luz y estamos sin futuro. Pero se diría que entre los lamentos se filtra un brillo tenue de tímida alegría, como si fuera este el único lugar de la tierra donde es verdad que la vida sigue. Aquí, en el centro de Atenas, uno termina por juzgar increíble que en el fondo la vida siga tan vibrante, renaciendo con fuerza a cada momento. La ciudad de Epicuro, Sócrates, Pericles, Platón, Eurípides, Aristóteles. Alguien, dice una voz, tendría que reclamar a Europa millones en concepto de derechos de autor. Y uno piensa que sería lógico dárselos. A fin de cuentas, fue aquí donde se inventó la Lógica.
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Babelia
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