"Reaccionar es terapéutico"
Entrevistar a Ry Cooder (Los Ángeles, 1947) comporta ciertas limitaciones. Se prohíbe específicamente indagar en su relación con los Rolling Stones o preguntar por el histórico Buena Vista Social Club. Felizmente, Cooder siempre tiene algo caliente entre las manos. Como el reciente Pull up some dust and sit down (Perro Verde), donde revive el concepto folky de las topical songs, canciones de actualidad con voluntad crítica.
Abundan los asuntos para cantar, explica. La codicia de los banqueros, las guerras neocoloniales, el empobrecimiento de la clase trabajadora, la xenofobia, todo inspira a Cooder: "Cuando me enteré de las medidas contra la inmigración ilegal de Arizona, se me ocurrió Quick sand. La primera versión estaba en Internet pocos días después; de vivir ahora, Woody Guthrie hubiera hecho algo parecido".
"Nunca he sido capaz de tomarme vacaciones", confiesa el compositor
No se hace ilusiones respecto a su poder de influir sobre la opinión pública: "Los grandes medios en este país te ofrecen toda una gama que va desde la derecha a la extrema derecha. En las cuestiones fundamentales, son un monolito. Pero tienes que reaccionar, aunque solo sea por razones terapéuticas. Cuando te enfadas y no haces nada, se te envenena la sangre".
Si se están imaginando a un predicador seco y cabreado, cambien el chip. Cooder muestra en el disco un grato humor (El corrido de Jesse James, John Lee Hooker for president) que potencia su habitual dominio del blues profundo y las músicas fronterizas. Para los que echan de menos su faceta instrumental, mala suerte: "Estoy obsesionado por las canciones como vehículo de comunicación. Deben tener música excitante, claro, pero lo primero es la historia. De hecho, me sobran tantas historias que ahora publico un libro de relatos noir con City Lights, la editorial de Lawrence Ferlinghetti. Aunque ya nadie lee...".
Durante la conversación, conviene evitar que Cooder tome la autopista del pesimismo. Pone fecha al fin de la industria discográfica, a la democracia estadounidense, al circuito de salas de conciertos: "Es imposible presentar este disco en directo, con Flaco Jiménez y una banda mexicana de metales. Llenamos en San Francisco... y perdimos dinero". Se podría alegar que, en lo particular, Ry no puede quejarse: en la pasada década completó su trilogía californiana, ambiciosos discos narrativos con envoltorios lujosos. Y se permitió proyectos de fuerte implicación ideológica como We'll never turn back, repertorio de la lucha por los derechos civiles vocalizado por Mavis Staples. "Eso salió en 2007 y, desde entonces, nadie me ha llamado para producir un álbum. Lo mismo con Hollywood. Hace 15 años que no firmo una banda sonora".
En el dilema entre el vaso medio vacío o medio lleno, ya saben lo que elige Cooder. Ni siquiera celebra que el presidente Obama haya eliminado algunas restricciones para los viajes de estadounidenses a Cuba: "Mi mujer quiere ir y yo también, pero desearía hacer algo. Sabes, nunca he sido capaz de tomarme vacaciones. La Habana me pondrá triste: se han muerto todos los amigos con los que grabé".
El último fue Manuel Galbán, el guitarrista de Los Zafiros, con quien Cooder realizó un ejercicio de historia alternativa, Mambo sinuendo (2003): "Imaginábamos la música que podría haber surgido en los sesenta, de no ocurrir la ruptura entre Cuba y Estados Unidos. Ahora lamento no haberlo aprovechado más: resulta que a la vez yo estaba produciendo a Ibrahim Ferrer".
Cooder sí disfruta hablando de técnicas de grabación. Por ejemplo, rebate la teoría de que el mítico Robert Johnson cantaba y tocaba de espaldas al técnico de sonido por timidez: "Es estúpido psicoanalizar a alguien a distancia. Con toda seguridad, Johnson y el ingeniero sabían que, en una habitación de hotel, suena mejor si te colocas mirando a un rincón. Quería volumen, necesitaba ¡una guitarra eléctrica!".
No hay grandes misterios en la elaboración de su propia música, insiste. "Mi colaborador principal es Joachim, mi hijo. Él toca la batería y yo, la guitarra. Si la canción se sostiene, yo añado bajo, mandola, lo que pida. Para los coros y los vientos, vas a un buen estudio. Pero con las ideas muy claras: los estudios tienden a ser templos de la tecnología y yo no soy religioso. Voy a cumplir 65 años, necesito simplificar mi trabajo. Es lo último que me queda".
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