Una mueca genial y atormentada
El Louvre acoge una exposición de las inquietantes y misteriosas cabezas de Franz Xaver Messerschmidt, artista torturado y adelantado a su tiempo
Recluido en una cabaña cercana a Wiesenstein, su pueblo natal de Austria, y viviendo de la leche de una vaca y de la carne de unos corderos que le cuidaba el hijo de un vecino, el escultor Franz Xaver Messerschmidt comenzó en 1775 a esculpir la primera de sus misteriosas cabezas. En efecto, y aunque no lo parezca si se contemplan con detenimiento estas imágenes, hablamos del siglo XVIII, y no del XX o del XXI.
Hechas en bronce, en plomo, en mármol o en alabastro, plagadas de modernidad y de rasgos expresionistas e hiperrealistas que nadie podía siquiera imaginar en aquella época, este artista torturado por fantasmas que solo él veía llevó a cabo durante toda su vida una serie de bustos -muchos de ellos autorretratos- que se ríen, lloran, gesticulan grotescamente, cierran los ojos o abren la boca como si hubieran enloquecido. Se dice que hasta su muerte realizó 60 de ellas. Jamás vendió ninguna. Le acompañaron siempre a lo largo de su vida errabunda. Nadie ha sabido muy bien interpretarlas, qué quiso decir o gritar Messerschmidt con ellas. Ahora, el Museo del Louvre expone, hasta el 25 de abril, una treintena para estupefacción del público de París.
Fue rechazado como profesor de Bellas Artes por supuestos problemas mentales
Esculpió 60 cabezas en bronce, plomo, mármol o alabastro. Nunca vendió ni una
Nació en 1736 en Austria.Siempre fue escultor. Estudió en Viena y tras un viaje de formación en Venecia se instaló definitivamente en la capital austriaca. Su primera obra famosa fue un canónico retrato en bronce de la emperatriz Marie-Thérèse de Hungría. Vivía de los encargos de los burgueses de la época y de su puesto de profesor auxiliar de la escuela de Bellas Artes, en la que él mismo había estudiado.
Pero todo se torció. Los encargos comenzaron a escasear y en 1774, con 38 años, lo rechazaron para el puesto de profesor titular de la Academia de Bellas Artes. El tribunal alegó "problemas cerebrales". Y añadió: "A veces parece perder la razón".
Franz Xaver Messerschmidt tal vez padecía esquizofrenia. Se da también por cierto que le influyeron mucho las teorías heterodoxas y particulares sobre el magnetismo animal del médico Franz Anton Mesmer.
Arruinado, vejado, acosado por sus obsesiones, Messerschmidt lo vendió todo y volvió a su pueblo natal en busca de refugio en una cabaña construida en las afueras. Friedrich Nicolai, filósofo, editor e historiador austriaco, que le visitó en su casa en 1781, dos años antes de morir, describió a un hombre extraño que se pellizcaba frente al espejo y gesticulaba estrambóticamente con el fin de forzar el rostro y de llegar a componer una incomprensible teoría de las proporciones que, según él, gobernaba el mundo. El artista buscaba afanosamente 64 gestos primordiales. Los que, pacientemente, fue modelando en sus esculturas primorosas y alucinadas, según el filósofo. Nada creyente en fantasmas atormentados, Friedrich Nicolai atribuyó parte de la locura de Franz Xaver Messerschmidt a su castidad extrema y extremadamente militante. Cuando le preguntó por qué ocultaba siempre el labio inferior en sus esculturas, el artista le contestó: "Porque ningún animal de la naturaleza lo enseña".
A su muerte, su hermano, también escultor, encontró cerca de 60 de esos raros bustos. No se expusieron hasta 1794, en el Hospital de Viena. Allí, una voz anónima bautizó a su manera en un folleto las 49 obras que se conservaban, con la intención de despertar en el público más la risa y el sarcasmo que la emoción estética. Las esculturas reciben nombres como El hombre que sufre de estreñimiento, El hipócrita y el calumniador, El hombre que bosteza...
Con estos títulos azarosos se les conoció siempre y se siguen conociendo. A finales del siglo XIX, la colección se diseminó en una subasta en Viena. No era extraño: hasta los años veinte las extrañas cabezas de este escultor austriaco no comenzaron a atraer a los estudiosos y a los artistas, que veían en ellas una auténtica premonición de su propio expresionismo. Ahora constituyen un objeto de deseo por parte de cualquier museo o coleccionista, aunque se siga sabiendo tan poco como antes de su enigmático autor...
Babelia
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