La vida es seria
La frase dice: "basta que un libro sea posible para que exista". La encontramos en La Biblioteca de Babel, relato en el que, según algunos, Borges anticipó Internet. Qué pena, por cierto, que nos falte el comentario irónico que habría dado Borges de haberse enterado de que fue un visionario que prefiguró la Red.
La frase borgiana abre La Biblioteca de los libros perdidos, de Alexander Pechmann, que llega ahora a nuestro país en traducción de Juan José del Solar. El divertido libro rescata una serie de obras que por muy diversos motivos, a causa, por ejemplo, de la locura o de la ira (Balzac quemando un manuscrito solo para fastidiar a su mezquino editor), se perdieron o fueron destruidas. Es un libro divertido, quizás porque conecta con el espíritu de "la vida es seria, el arte es alegre", variante que Schiller imaginó para un célebre lema sobre la vida breve y el arte largo.
El libro de Pechmann opta por el arte alegre, y sus páginas huyen de las máscaras de la solemnidad
El libro opta por el arte alegre, y sus páginas huyen de las máscaras de la solemnidad que tanto aterraban a Laurence Sterne, para quien la misma esencia de la seriedad era la maquinación, y en consecuencia, el engaño. El mismo Sterne aparece riendo en el capítulo de los libros falsos que surgen de textos perdidos. Cuando Sterne murió, su mojigato cuñado destruyó sus papeles y solo quedaron unos textos que también se perdieron, pero que reaparecieron años después en forma de memorias. El volumen autobiográfico siempre pareció falso, lo que a un amante del arte alegre como Sterne seguramente le habría divertido. ¿O no le faltan intencionadamente páginas a su Tristram Shandy?
He llegado hasta este discreto libro de Pechmann -puntuado por manuscritos póstumos o destruidos, memorias falsas, autores sin obra y libros que nunca fueron escritos- gracias a Robert Derain, buen amigo de mi amigo Jordi Llovet. Como si de un texto perdido de Sterne se tratara, Derain ha reaparecido después de pasar varios años en paradero desconocido. Me llamó y, tras recomendarme el libro, comentó que nuestro país le parece un camarote abarrotado de narradores que escriben como si toda la literatura desde Madame Bovary hubiese sido abolida. Considera, además, que con la próxima llegada al poder de la extrema derecha estas actitudes conservadoras se agrandarán. Habrá una época de sequía y se perderán muchos libros que, en un clima de más alto espíritu, habrían podido surgir. La vida se volverá más seria, dice. Quizás también por eso ha querido recomendarme esta suma de páginas extraviadas que podrá alegrarme en épocas que se prevén peores.
No es un libro precisamente completo, pero es lógico que así sea porque el material es interminable y el texto es breve. Falta, por ejemplo, en el capítulo de "los autores sin obra" una mención a Artistes sans oeuvres. I would prefer not to, de Jean-Yves Jouannais, libro sobre creadores que optaron por realizar obras para sí mismos en lugar de hacerlas para la lógica industrial y que cuenta entre sus héroes a Félicien Marboeuf. Nombrado "mejor escritor (no habiendo escrito nada)" de Glooscap, la ciudad del arquitecto Bublex, Marboeuf fue una especie de Pepín Bello, que tampoco aparece, por cierto, en el libro de Pechmann. Quien sí está es el empleado bancario Ernst Polak, un vienés que inspiró a Kafka un personaje de El castillo y que no escribió nunca nada propio, pero coleccionaba citas, como si toda su existencia estuviera contenida en esa colección de frases que, según todos los indicios, se ha perdido.
Si un capítulo me ha atraído especialmente, este es el de los manuscritos destruidos. Entre otras escenas, encontramos a Joyce queriendo quemar escritos en una chimenea, cayendo pues en la vulgaridad de tantos. He tomado muchas notas de lectura, pero las he destruido, quizás para poder recomendar con más autoridad este libro sobre páginas que nunca han sido y que, solo a primera vista, parece completo.
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