El ensayista de todas las casetas
El filósofo y teórico del arte Georges Didi-Huberman multiplica su presencia en las librerías españolas mientras prepara una exposición para el Reina Sofía
"Cada pregunta general requiere una respuesta particular", avisa Georges Didi-Huberman (Saint-Étienne, 1953). "No creo en el intelectual que opina sobre cualquier cosa. No tengo nada que decir en general sobre la sociedad. El reto filosófico no es la generalización sino la precisión". Profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Didi-Huberman es uno de los pensadores europeos más destacados de su generación, un filósofo e historiador del arte cuya obra bucea en el poder de las imágenes. "Las imágenes", argumenta, "no son nunca absolutas, no tienen más que valor de uso. Siempre son relativas. Y parciales. Basta pensar que hay un encuadre para comprobarlo. Lo importante es cómo las cortas y qué les pones al lado. Yo no soy igual si usted me saca en el periódico al lado de un gran poeta o al lado de un fascista". Y además de relativa, la imagen es fugaz, como una mariposa: "Si quieres conservarla estás obligado a matarla. Nunca más la verás volar. Si la dejas vivir no verás bien sus alas. No podemos tenerlo todo".
"No creo en el intelectual que opina sobre cualquier cosa"
Autor de una veintena larga de títulos, Didi-Huberman ha llegado a España en tromba. Es difícil pasear estos días por la Feria del Libro de Madrid (cuyo país invitado es Francia) y no toparse con un libro suyo. En los últimos meses, y en media docena de editoriales diferentes, han aparecido títulos como Ante el tiempo (Adriana Hidalgo), La imagen mariposa (Mudito & Co), Cuando las imágenes toman posición (Antonio Machado Libros. Premio de Ensayo del Círculo de Bellas Artes de Madrid), Ser cráneo (Cuatro Ediciones) y El bailaor de soledades (Pre-Textos), dedicado a Israel Galván. Además, la editorial Abada trabaja en La imagen superviviente, su obra magna, un oceánico ensayo sobre Aby Warburg, que forma con Walter Benjamin y Carl Einstein la trinidad de heterodoxos que inspira en parte el nuevo montaje de la colección del Museo Reina Sofía y a partir de la cual Didi-Huberman ha desarrollado sus propias nociones de anacronismo y montaje. Todo para plantear la relectura crítica de una historia del arte que considera demasiado lineal y monolítica.
Warburg, experto en el Renacimiento, compuso a principios del siglo XX Atlas Mnemosyne, una monumental memoria visual de la civilización occidental. Y eso es fundamentalmente lo que ha traído al pensador francés a Madrid. En 2010 podrá verse en el propio Reina Sofía una muestra comisariada por él en torno a la idea de atlas y archivo. "Me interesan los restos de la cronología. Hay que arrancarle a la tradición el conformismo que la pone en peligro, trabajar en el espacio que dejan las oposiciones al uso: entre la tábula rasa de la modernidad y esa especie de supermercado de la memoria que es la posmodernidad. Inocentemente, la vanguardia cree que podemos olvidarlo todo (y digo vanguardia, no artistas de vanguardia, porque Malevich no olvidó jamás los iconos y Picasso nunca olvidó a El Greco). La otra inocencia es la de los que creen que la memoria consiste en conservar el pasado. Unos creen que pueden matar la memoria y otros, hacer de ella un tesoro".
Para Didi-Huberman "la memoria es algo vivo, una forma de renovar nuestra relación con el pasado. Es lo que hace el Ulises de Joyce. También la Revolución Francesa se hizo siguiendo el modelo de la Roma republicana". En cada imagen, insiste, confluye un conjunto de "tiempos heterogéneos". ¿Y cómo enseñar en las escuelas a partir de un sistema asistemático? "Es una pregunta terrible... Tal vez haya que reescribir la historia caso por caso. De todos modos, el sistema aparece fatalmente. Puede que la mejor manera de enseñar sea transmitir nuestra fascinación".
Una de sus grandes fascinaciones es el flamenco, al que llegó a través de un amigo gitano y sobre el que lleva años tratando de escribir un libro más allá de El bailaor de soledades: "Es un tema mucho más difícil porque depende más de la experiencia que del saber". Para él no hay duda: el flamenco es arte contemporáneo. Además, dice, "nos propone una forma de ser artista que es todo un contramodelo. Claro que también se ha convertido en una industria, pero cuando veo bailar a Israel Galván pienso que su trabajo funciona de forma no académica, mientras que el del arte contemporáneo -galerías, mercado- es un sistema académico. El flamenco plantea una crítica a aquello en lo que hemos convertido el arte. Aparte de dinero y contactos, esperamos muy poco del arte contemporáneo. El aficionado, sin embargo, lo espera todo del flamenco. Como mínimo, que le hable de la vida y la muerte".
Babelia
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