"El amor provoca en nosotros el lenguaje del entusiasmo"
Mi querida Eva (Lumen) es una novela realista. Pero hablar de ella con su autor, Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), supone traspasar las manchas del telón con el que cargan sus personajes de carne y hueso y adentrarse en el agujero incierto que conduce a la fantasía. "Hemos empezado hablando de realidad y hemos acabado comentando El sueño de una noche de verano, La flauta mágica, El mago de Oz...", advierte el escritor.
¿Acaso no son puro realismo? ¿Es que los personajes del bosque que creó Shakespeare no responden a su propio espejo? ¿Alguien se atrevería a decir que Papageno no es un reflejo de cualquier hincha de fútbol pacífico? Hasta ese punto, Martín Garzo se desliza por esa línea finísima que separa la realidad de la ficción. "Todas esas historias son de iniciación. Los personajes que las protagonizan acaban aprendiendo cómo afrontar la vida. La fantasía nos descubre las zonas de sombra, nos habla de los lugares ocultos, cerrados", dice el escritor.
"Nunca vuelvo a leer mis libros. Me pongo nervioso porque encuentro muchos defectos y no puedo hacer nada para solucionarlo"
"Mi querida Eva' no es una novela nostálgica. Estoy de acuerdo con Machado cuando decía: 'Ni el futuro ni el pasado nos pertenecen"
Él los ha escrutado toda su vida. Ahora, muy intensamente como escritor, porque se dedica exclusivamente a la literatura desde hace siete años; antes, como psicólogo infantil y de adolescentes. Por eso conoce bien los vaivenes de todas las edades. Como los que atraviesan los protagonistas de su última novela, Eva y Daniel, que se reencuentran por casualidad en la madurez y de paso aclaran una cuenta pendiente de su juventud, cuando fueron un trío inseparable junto a Alberto Mena.
"En realidad, la novela es una conversación entre un hombre y una mujer. Un planteamiento de lo más realista, lo que pasa es que ellos se internan en otra dimensión y viven el amor como hechizo".
Traspasan el bosque de El sueño de una noche de verano, una de cuyas citas abre el libro: "El amor es demasiado joven para saber qué es la conciencia". En ese viaje recorren un camino portentoso. "Entran en un territorio donde el amor provoca en nosotros el lenguaje del entusiasmo. Es una experiencia que no nos sorprende que nos marque cuando somos jóvenes, pero que nos afecta de igual manera cuando somos adultos", asegura Martín Garzo.
Ejerce en todo el mundo esa fascinación que nos rebota en cada esquina. En un parque, en mitad de un botellón, sabemos que cuando vemos dos amantes observamos algo sagrado: "A través de ellos, el mundo se salva, algo nuevo se está fecundando. Lo dice Hölderlin, cuando advierte de que no osemos perturbar la paz de los amantes; o Goethe, cuando afirma que una pareja enamorada es el mayor espectáculo que se le puede ofrecer a los dioses", explica con esa maña de predicador literario que se da el escritor vallisoletano.
Sin embargo, en el reencuentro de Eva y Daniel -que se produce en un frío congreso de urología y que desvía la atención de ambos sobre una ponencia de cirugía del carcinoma renal hacia otros órganos- no hay nostalgia. "No es una novela nostálgica. Yo estoy de acuerdo con Machado cuando decía: 'Ni el futuro ni el pasado nos pertenecen", añade Martín Garzo.
De hecho, cree que el paso del tiempo nubla y transforma la realidad en la misma proporción que mide el termómetro de nuestras equivocaciones. "¿Hasta qué punto no tenemos todos vidas equivocadas o el sentimiento de habernos equivocado? Aunque seamos felices, siempre nos quedará la duda. A mis dos personajes, esa sensación les obliga a regresar a ese bosque", explica el escritor.
Puede que nostalgia no haya, pero recuerdos, sí, y en Mi querida Eva Martín Garzo pasea a sus personajes por el Valladolid de su adolescencia, alumbrado por veranos infernales que es necesario aliviar en las piscinas, con boxeadores sonados, cines con películas en inglés que sonaban a música celestial, colegios de curas y una corriente de río que envolvía los paisajes.
Ese viento de la memoria se convierte en algo real cuando queda impreso en un libro. Lo mismo que la experiencia, que en el caso de alguien que ha sido psicólogo puede ser petróleo para la literatura, pese a que él no lo note: "No soy consciente de que mis años de consulta hayan influido en mis libros. Ni siquiera esos problemas influyeron en mi vocación. Lo que verdaderamente lo hizo fueron los libros".
Y es que no hay mejor autoayuda que la literatura. "Cierto, aunque en la gran literatura no vas a encontrar recetas para problemas concretos, pero sí vas a aprender las grandes cosas de la vida", asegura el escritor.
Junto a Mi querida Eva, la editorial Lumen vuelve a publicar otro libro del autor, La princesa manca, y así comienza lo que será la Biblioteca Gustavo Martín Garzo. Pero eso no le va a obligar a releer su obra. "Nunca vuelvo a leer mis libros. Me pongo nervioso porque encuentro muchos defectos y no puedo hacer nada para solucionarlo", dice el escritor. La suya es una separación que cuesta, pero que le resulta inevitable. "Cada libro es un refugio, cuando lo terminas quedas a la intemperie. Después te metes en otro refugio y ahí te aíslas hasta que lo acabas, pero cuando lo sueltas sabes que no te pertenece más, que es para otros".
Babelia
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