Vázquez Rial narra el horror del tráfico de niños en Argentina
"Buenos Aires es la capital del olvido como fue la capital de un imperio. El imperio era imaginario. El olvido, también", escribe Horacio Vázquez Rial en La capital del olvido, su nuevo libro que ha ganado el V Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. Se trata de una novela policiaca que retoma el tema de la dictadura argentina, y fue presentada ayer en Madrid, junto a Una tarde con campanas, de Juan Carlos Méndez Guédez, obra finalista del mismo premio. Ambos textos acaban de ser publicados por Alianza.
Para Vázquez Rial (Buenos Aires, 1947), el libro supone la continuación de un proyecto literario que ya suma 26 títulos. "Romeu, el protagonista, me acompaña desde hace dos novelas. En ésta quise recrear los últimos años de la dictadura para hablar de uno de sus horrores: el tráfico de niños", apuntó el autor, quien vive desde hace 30 años a caballo entre Barcelona y Madrid.
La acción comienza cuando Romeu recibe el encargo de un hombre poderoso para seguir y proteger a una mujer. Esta escena inicial es deudora de El sueño eterno, la película de Howard Hawks, y marca una constante: la relación entre cine y literatura, que Vázquez Rial trabaja a lo largo de toda la novela.
La elección del género policiaco, afirmó Vázquez Rial (finalista del Premio Nadal 1986 con Historia del triste) se relaciona con una intención clara: "Que el lector lo pase bien, que se quede pegado. A mí cuando un libro me aburre, lo dejo, por eso quise retirar al narrador y que el 90% de la acción pasara por los diálogos".
Aunque hablar de novela policiaca puede resultar engañoso en este caso. "Usa el género pero lo trasciende. Hay en él una poética de la vida presente. Es una novela política en el sentido más profundo, que se pregunta si debemos olvidar para seguir viviendo", definió Fernando Rodríguez Lafuente, encargado de la presentación.
Sin papeles
En Una tarde con campanas, cuarta novela de Juan Carlos Méndez Guédez (Venezuela, 1967), el narrador es José Luis, un niño que llega a Madrid con su familia y narra con naturalidad y sin maquillaje la experiencia cotidiana de los sin papeles. "Me bastó leer el primer capítulo para saber que estaba ante un autor de gran talento, y como escritor sentí una gran envidia", confesó Eduardo Jordá al referirse a la
obra. "Juan Carlos ha tocado, quizá por primera vez, un tema que estaba pidiendo a gritos que alguien lo tocara, el de la inmigración ilegal, con una voz llena de ternura."
La voz del niño estuvo allí desde que Méndez Guédez comenzó a soñar la novela. "Un día, en un autobús, escuché a un niñito de rasgos indígenas hablar en perfecto español", contó el autor, "y pensé que así hablará mi hija".
Esa imagen fue el disparo que desencadenó la historia y un reto: "Lograr medir 1,25 y ver el mundo con los ojos de un niño, contarlo con su lenguaje y su perplejidad, y que sonara creíble".
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