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Tribuna
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Lo penúltimo y lo último

Amelia Valcárcel

La España protagonista del siglo XX pierde con Laín Entralgo una memoria singular. En la cultura española, el médico de vocación humanista es una presencia reconocible y repetida. Laín también la encarnó. Y si no fuera por los desdichados acontecimientos que interrumpieron su juventud, ahí quedaría. Otro talento plural que va desde la medicina, su arte primero, a la curiosidad histórica y metafísica. Pero, dado el caso extraordinario y tenebroso de haber vivido y vencido una guerra civil, su figura tiene otros planos y muy distintas proyecciones.

Laín Entralgo fue parte de la España vencedora. De menor edad que el grupo joseantoniano primero, se unió al falangismo intelectual agrupado en la revista Escorial. Y, como varios de ese grupo -aquellos tocados por el magisterio y la sombra de Ortega-, evolucionó desde posiciones victoriosas a la desazón y la nostalgia de una historia española distinta. Lo que no es poco en quien, como en él, la conciencia histórica era aguda. Sus posturas intelectuales se acabaron fijando en un personalismo de raíz católica. Utilizó para ello también el magisterio que todo su grupo -Aranguren incluido- reconoció, el de Zubiri. Esto, no obstante, por giro mediano que ahora pueda parecer, en su día no fue bien visto ni apreciado por el nacionalcatolicismo vigilante, que, por boca del padre Ramírez -dominico que volvió a la escolástica hasta el punto de escribir en pleno siglo XX en latín su obra capital de varios tomos- lo desautorizó a modo. Esto sucedía cuando Laín se declaraba formalmente orteguiano a las horas fúnebres del filósofo. Aceptadas estas embestidas, que contribuyeron a afirmarle su liberalismo, vivió el resto de la dictadura y, a su fin, escribió una interesante obra autobiográfica, Descargo de conciencia, como resumen de lo vivido y padecido.

Su curiosidad intelectual no decayó con la edad y siguió trabajando con delicadeza y acierto sus temas más personales. Con todo ello compone Laín un personaje digno de aprecio por lo liberal, producto de una historia amarga, pero afortunado al cabo, cuya capacidad de ejemplo ahora acaba. Sin embargo, esto es solamente lo penúltimo. 'Lo penúltimo y lo último' titulaba Laín Entralgo el capítulo final de uno de sus postreros textos, Qué es el hombre, por el que recibió el Premio Jovellanos en 1999. Lo penúltimo es la certeza de las cosas comprobables -escribía-, ésas en las que andan los saberes científicos; y lo último será siempre incertidumbre, afirma. Preguntas últimas que insistió en dotar de aliento hasta el final.

Amelia Valcárcel es filósofa.

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