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Gran actuación de Mirella Freni y Luciano Pavarotti en 'La bohème' del siglo

Una enorme nostalgia envuelve la celebración del centenario en el Regio de Turín

Fue una velada nostálgica, y seguramente no podía ser de otro modo. El centenario de La bohème, de Puccini, que anoche se celebró, por todo lo alto en el Regio de Turín, no es sólo una efemérides histórica, sino una cita inevitable de cada cual con el primer recuerdo de esta ópera inolvidable de Giacomo Puccini. Y una confrontación con la primera Mimí y el primer Rodolfo que uno oyó por boca de Mirella Freni y Luciano Pavarotti, protagonistas del evento. La conclusión, que parece igualmente fatal, puede resumirse diciendo que el tiempo no pasa en balde.

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Quede fuera de dudas: Pavarotti estuvo magnífico. Subió entero hasta el do de pecho, tal vez no con la potencia de otros tiempos, en el Che gelida manina, y regaló el otro do fuera de escena que cierra el primer acto, ese agudo que es de costumbre, porque Puccini no lo escribió en la partitura. Lo ha evitado siempre José Carreras, que es un Rodolfo extraordinario. Ningún percance, pues, ni nada parecido a los incidentes vocales que, recientemente en Nueva York o hace tres años en Milán, han hecho noticia mundial de este tenor señero.La voz del tenor de Módena, que ayer vistió por 301ª vez el papel de Rodolfo, aunque no lo había cantado desde hace 7 años, es más apta para Donizetti que para Puccini, como él mismo dice. Pero Luciano Pavarotti. conserva una ingenuidad natural que conecta espontáneamente con el poeta de La bohème. Su fraseo es fácil, aunque con frecuencia tienda a precipitarse, y el timbre, ya se sabe, sigue siendo uno de los más bellos de tenor lírico que se recuerdan en este siglo.

Mirella Freni es la mejor Mimí que los nacidos en los años cuarenta pueden haber oído en directo. La voz dúctil y clara, con esa agilidad para pasar del forte al pianísimo tan adecuada para el tipo de canto a que invita esta ópera romántica de Puccini, tiende hoy, sin embargo, a cerrarse. El vibrato se hace espeso, y la capacidad de matizar sin esfuerzo ya no es la de antes. Puede llegar a resultar enfática.

Todo ello es normal en una soprano que ha pasado por Adriana Lecouvreur, que desde hace años alterna Fedora con Mimí y que ha cumplido los 60 años, la misma edad de Luciano Pavarotti. Por la misma razón es lógico que en las escenas más dramáticas, en la Berriere de l'Enfer y en el lecho mortuorio del cuarto acto, Freni siga siendo una reina musical insuperable.

Memoria

Luciano Pavarotti y Mirella Freni nacieron ambos en Módena en 1936 y se criaron juntos, porque sus respectivas madres trabajaban en la misma fábrica de tabaco. Ambos debutaron también en La bohème hacia 1961. Nada de esto podía pasar desapercibido en una representación cargada de memoria, como fue la de anoche.La puesta en escena de Giuseppe Patroni Griffi tampoco intentó disimular las huellas del tiempo, aunque traslade la acción medio siglo hacia adelante. La buhardilla del primero y cuarto acto resulta excesivamente esquemática. Las actitudes y movimientos de los bohemios son los convencionales, y no hay nada que ayude a paliar las limitaciones teatrales de los intérpretes. Mucho mejor, limpias y claras las escenas al aire libre del Café Momus y el tercer acto.

Lucio Gallo es un excelente Marcello, Pietro Spagnoli encarna al músico Shunard, y Anna Rita Taliento resulta una Musetta desigual, pero ya se sabe que Puccini dijo que el papel de Musetta, entre característico y melódico, es de los más difíciles. El Colline de Nicolai Ghiaurov, marido de Mirella Freni, representó la veteranía en el segundo bloque del reparto.

La sala del Regio, que no es bonita, ya que fue reconstruida tras el incendio fatal que sufrió en 1936, estuvo a la altura de la ocasión.

Asistentes

Si al estreno del 1 de febrero de 1896 asistieron miembros de la familia Saboya y el propio Puccini, ayer estuvieron Susana Agnelli y parientes, que son lo más parecido a una familia real que hoy tiene Italia, ministros, magistrados, empresarios como Cesare Romiti, el cantante Zucchero, amigo pop de Pavarotti y Giorgio Armani.El israelí Daniel Oren ocupó el podio que hace 100 años fue de Arturo Toscanini. Sabe mucho de ópera, y logró concertar el todo y mantener la tensión en una sala que tiende a dispersar los sonidos más bien que a empastarlos. La emoción subió hasta los cuatro sí bemol que Pavarotti batió al final, con fuerza pero sin afán de verismo. La reacción no podía ser más que un gran bravo.

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