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El interés por los escritores españoles dispara a competencia por contratar sus libros

La figura de las agentes literarias gana poder en el agitado mercado literario

Andrés Fernández Rubio

Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite, ha vendido en España más de 80.000 ejemplares, mientras que Ripley ha vuelto, de Patricia Highsmith, unos 17.000. El interés del público por los autores españoles, ha conseguido que los adelantos que las editoriales les pagan lleguen a cifras hasta hace poco impensadas. Cela, Muñoz Molina o Vázquez Montalbán rondan o superan ampliamente los 20 millones de pesetas. Los editores se lanzan a la competencia y en el estallido del mercado ganan poder las agentes -la mayoría son mujeres-, sobre las que destaca la figura imponente de Carmen Balcells.

Como ejemplo del fenómeno, José María Guelbenzu, autor de gran prestigio pero no de enormes ventas, tiene novela acabada y ha recibido ofertas de cuatro editoriales: Siruela, Alfaguara Plaza y Janés y Alianza, que la publicará por ocho millones.Las agentes cobran, en líneas generales, el 101/6 de lo que gana el escritor, y, dado que éste obtie ne el 10% de lo que logra el libro, se quedan con un 1% del total. Carmen Balcells, Raquel de la Concha, Mercedes Casanovas y Antonia Kerrigan, todas con oficina en Barcelona, forman la élite de las agentes literarias. Kerrigan, norteamericana de 43 anos, sitúa en más de un 90% el número de mujeres dedicadas al tema en España, algo para lo que no en cuentra explicación. La inaccesible Balcells es la reina dentro del gremio, y basta con citar su lista de representados para saber por qué: Camilo José Cela, Rafael Alberti, Jorge Amado, Eduardo Mendoza, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Álvaro Mutis, Guillermo Cabrera Infante, Isabel Allende... Y su trío favorito: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Juan Marsé, más Manuel Vázquez Montalbán o Ana María Matute.

Javier Marías nunca ha tenido agente. Se ocupa él mismo de las negociaciones y deja a su editorial que sea la que contrate las traducciones. Dice que no le lleva mucho tiempo, aunque comprende que haya autores que prefieran que otros traten por ellos los temas de dinero. "No he visto claramente la necesidad de un agente", afirma, "aunque no descarto que en el futuro lo tenga. Quizá he estado bastante inerme, ahora que lo pienso. Pero no tengo queja de los contratos de mis libros".

Enrique Muríllo, editor de Plaza y Janés, sugiere que la agente ideal es la que busca al editor ideal, "que no siempre es el que paga más, sino el que mejor edita, produce y sitúa un libro en el mundo". "No siempre se llega a un acuerdo con los agentes con este enfoque, aunque cada vez es más frecuente, porque los resultados son buenos".

A los autores suele costarles mucho pedir. Sin embargo, el agente no pide, sino que vende un producto, y no tiene la identificación con la obra que sufre el autor. 'Tos agentes desconfían, con razón, porque no creen que las editoriales liquiden todos los ejemplares vendidos", dice una fuente del sector. "Por eso tienden a conseguir anticipos gigantescos, dejando prácticamente aparte los royalties".

Rosa Montero resume en una frase la influencia que ejerce sobre ella su agente Carmen Balcells: "Te hace sentirte Marilyn Monroe". "Intenta ayudarte a ser lo que tú quieres ser, y eso es lo que hace al buen agente", añade. Como. ella, muchos autores lo que buscan en el agente es una relación de confianza, aparte de que les libere de los asuntos contables y legales. "No sé cómo se las arregla Javier Marías".

Juan Cruz, editor de Alfaguara, defiende la figura de las agentes literarias. "Creo que, con sus conveniencias e inconveniencias para el sector editorial, han con tribuido a dignificar la relación del autor con sus editores", ex plica. "Estoy en contra de los que usan la cifra de lo que ganan los escritores y no se preocupan, sin embargo, de lo que ganan, por tiempo y dedicación simila res, otros profesionales, sean éstos intelectuales o técnicos. Muchas veces los editores tendrán enfrentamientos con las agentes por las exigencias de éstas, en las que alguna vez supongo que los autores no están de acuerdo. Pero, en términos generales, la de la agente literaria es una figura insustituible e ineludible en nuestro trabajo".

Las exigencias de las agentes tiene revuelto el mercado editorial. Y mientras un editor opina que algunas de ellas negocian los contratos esgrimiendo poco menos que armas de fuego, otro piensa que son los propios editores, y no las agentes, los que compiten entre ellos y encarecen la obra de arte. Antonia Kerrigan dice: "Somos un eslabón de la cadena, y no creo que se nos pueda achacar el pedir adelantos demasiado altos. Se trata de un proceso cíclico: de pronto suben; luego se dice: 'Esto está por las nubes, ¡no se cubren los adelantos!' A veces, son los mismos editores los que quieren a un autor por encima de todas las cosas y ofrecen cifras altísimas".

Juan José Millás, que tiene por agente a Mercedes Casanovas, intenta explicar el fenómeno: "Puede haber sucedido que hemos pasado en muy poco tiempo de la novela artesanal a tiradas sorprendentes que en este país no podíamos soñar hace unos años. Son momentos de transición en los que todos han cometido errores".

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