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¡Cielos, la rana!

Ibán / Armillita, Lozano, Cordobés

Cuatro toros de Baltasar Ibán (uno fue rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), terciados,

flojos y deslucidos. Dos de Puerto de San Lorenzo, ambos sobreros -uno en sustitución de otro de] mismo hierro, con trapío: 2o con poder, encastado y noble, 5o inválido.

Armfflita Chico: bajonazo descarado (silencio); estocada trasera baja (silencio).

Fernando Lozano: bajonazo descarado (pitos); estocada corta caída y dos descabellos (pitos).

El Cordobés, que confirmó la alternativa: media atravesada baja y rueda de peones (silencio); dos pinchazos y otro hondo (ovación); pasó a la enfermería.

Enfermería: El Cordobés fue asistido de cornada menos grave en un muslo.

Más información
El Cordobés resultó herido menos grave

Plaza de Las Ventas, 20 de mayo. 13ª corrida de feria. Lleno.

Y llegó El Cordobés y dio el salto de la rana. ¡Cielos, la rana!: aquella suerte mundial del toreo, el número del saltimbanqui, la creación artística más rentable que haya conocido la historia de la tauromaquia. Fue su inventor un tal Manuel Benítez, apodado El Cordobés. ¡Oh, exactamente igual que el restaurador de la suerte aquella! La misma suerte, el mismo salto. Y no sólo eso, pues El Cordobés novísimo dio también los llamados pases del desprecio, que instrumentaba su omónimo, hace de la vaina lo menos 30 años.¿Será casual tanta coincidencia? Quizá, pero uno no pondría la mano en el fuego. Uno, que ya está mayorcito para creer en las casualidades, intuye que debía de ser más bien plagio. Plagio de los pases del desprecio y plagio de los saltos de la rana. Plagio del gañán caminar y de los frenéticos giros (llámanse también virulentas revueltas o dos de mosqueo) que asimismo perpetró El Cordobés coetáneo, a semejanza de El Cordobés antiguo. Plagio del flequillo trigueño. Y plagio del nombre de guerra, El Cordobés, símbolo de toda una época -el seiscientos, el turismo, el desarrollo, el opus, la dictadura, la caraba en bicicleta- la más sórdida, fraudulenta y bufa que haya conocido la tauromaquia en toda su historia.

El salto de la rana lo dio El Cordobés plagiario, herido. Poco grites había intentado naturales y derechazos con voluntariosa insitencia y el toro reservón le enganchó por un muslo volteándolo sobre el eje del asta. Hubo unos instante de emoción intensa, mientras el toro rebañaba derrotes buscando al torero caído; pero en cuanto se incorporó y se puso a pegar brincos, a la gente le dio la risa.

Dios bendiga a quien, plagiario u original, sabe hacer reir a sus semejantes. Sobre todo si sus semejantes están dormidos. La plaza de Las Ventas permanecía sumida en el sopor. Ni siquiera la afición militante y rebelde tenía ganas de alegar. Los tres diestros la habían aburrido de muerte. Un Armillita, torero de calidad contrastada, no tuvo decisión para cruzarse con sus toros y tirar de ellos embebiéndolos en la pañosa. Un Fernando Lozano sí la tuvo, pero no sabía embeber. Un El Cordobés, segunda parte (edición ni corregida ni aumentada), fugazmente serio para instrumentar unas verónicas aceptables y unas ceñidas chicuelinas, le pegaba trallazos a otro toro de codicia escasa, que, a cambio, hizo así y lo achuchó por detrás, a manera de aviso.

Los toros titulares, hierro Ibán, tampoco daban motivo alguno de felicidad. Terciados, y flojuchos, resultaron mansos en su mayoría y deslucidos en general. Sólo uno de los sombreros, hierro Puerto de San Lorenzo, sacó la casta propia de un toro de lidia verdadero, derribó aparatosamente dos veces y embistió con nobleza. El público disfrutó con la bravura del toro y aplaudía. Fue una de las pocas ocasiones de aplaudir que disfrutó en la, tarde. Las restantes las provocaron los subalternos. Primero Joselito Calderón, en un quite al mexicano Felipe Kingstons, perseguido de cerca tras un par de banderillas. Luego -ya estábamos en el cuarto toro, recrecido en el segundo tercio- Paco Lucena, que reunió dos con enorme valentía. Y El Pere, que prendió uno al sexto asomándose guapamente al balcón.

Un picador, conocido por Chocolate, picó en el morrillo. ¡Un puyazo en el morrillo! El público pudo ver cómo y dónde se pican los toros si la suerte se hace en regla. Era norma en tiempos de los que la afición ya había perdido memoria, y pese a la evidencia del puyazo en lo alto, no se lo,podía creer. Nadie aplaudió, e incluso muchos espectadores protestaron, sospechando que el picador guardaba intenciones malévolas y pretendía descabellar al toro.

El acontecimiento se produjo en el sexto de la tarde, que El Cordobés brindó al público, de esta guisa: avanzó al centro del redondel, trazó allí un lento saludo circular y arrojó violentamente la montera a la otra parte de la plaza. Más que un brindis pareció una pedrada. Una pedrada en el momento del brindis abre insospechadas perspectivas. Cuando un torero confunde un brindis con una pedrada, puede acabar en la enfermería, o pegar el salto de la rana o convertir en un circo la fiesta de los toros. Y todo ello ocurrió. ¡Oh, sí, cielos! ¡Por estas que ocurrió!

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