Otros quince minutos de aplausos
Se estrenó en Sevilla; y ya publicó aquí Joan de Sagarra lo que le pareció de las excelencias de la obra; y después del estreno de Madrid, me recordó Marsillach esa maestría que siempre he reconocido en Sagarra y que, por tanto, sería inútil que yo discurriese sobre el acontecimiento. Hombre siempre prudente y justo. Yo lo pasé generalmente bien en esta repetición madrileña, sobre todo porque tengo una especie de ternura por el teatro de Cervantes y siempre me conmovió el prólogo a sus Comedias y entremeses, donde contaba cuántas de sus obras habían sido recitadas "sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritos ni barahúndas". Pero después llegó Lope de Vega y "alzóse con la monarquía cómica": se quedó sin estrenar ya Cervantes, metió sus obras en un cofre, y nunca más se las pidió nadie; un librero le ofreció algo por su colección de teatro, advirtiéndole que ya le habían dicho que de su prosa se podía esperar mucho, "pero que del verso, nada"; y le dio "pesadumbre el oírlo". Se las vendió. Y allí estaba La gran sultana doña Catalina de Oviedo, que ha adaptado Luis Alberto de Cuenca, y esta adaptación le debe mucho a la visión escénica de Adolfo Marsillach"; sin que vea yo que traicione mucho el texto que no se estrenó en su tiempo del que no recuerdo ninguna representación, sino la lectura en la famosa colección Universal (Calpe, 1921), que nos ilustró a todos los de entonces, y que compré en la guerra.Obras hubo mucho peores en la epoca de ésta, incluso del "monstruo de la naturaleza" -él le dio ese nombre a Lope, sobrecogido-, pero siempre hubo esas dictaduras en el teatro. Muchas obras perecieron por la hegemonía, y muchos autores prefirieron huir de Madrid: quién sabe lo que se perdió.
La gran sultana
De Miguel de Cervantes; adaptación del texto: Luis Alberto de Cuenca. Intérpretes: Mario Martín, Carlos Mendi, Miguel de Grandy, Paco Racionero, Silvia Marsó, Manuel Navarro, Héctor Colomé, Arturo Querejeta. Músicos: David Sanz, Begofia Olavide, Rosa Olavide, Juan Carlos Mulder y Dimitris Pesonis.Coreografia: Elvira Sanz. Música: Pedro Estevan. Escenografia, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección: Adolfo Marsillach. Compañía Nacional de Teatro Clásico, teatro de la Comedia, 22 de septiembre.
Ahora la obra está limpita por un bonito decorado de, claro, Cytrynowski, que tiene también la hegemonía de este teatro con Marsillach, y que la merece algunas veces: colorista, inventor, exagerado en los trajes elegantes y pesados; vivo en los juegos de luz, sorprendente en las trampillas, y muy colaborador de las invenciones de Adolfo, que van con su temperamento irónico y gracioso, nada ajeno al que puso Cervantes. Bajo todo esto, el texto no siempre se entiende si no se recuerda -lo llevé fresco,. sospechándolo-; mejor, por ejemplo, en Cayetana Guillén Cuervo, por sí misma y su tradición, que en la pequeña gran sultana Silvia Marsó, más enredada; y más en los graciosos, porque parte de la gracia está frecuentemente en que se les entienda y en que se dirijan minuciosamente al público; más que en los vejetes y en los enamorados. Los subrayados sobre alguno de estos cómicos, muy abundantes, se hacen sobre todo en el travestido en mujer, personaje raro en la comedia de la época, donde lo frecuente es la mujer vestida de hombre, que parecía excitante, y no lo contrario. Y, claro, en los eunucos; daba risa la sola palabra.
Más tomada en serio, si mereciese la pena, se subrayarían las pinceladas turquesas que Cervantes imaginó de su cautiverio argelino su vocación incesante por el amor libre. La tolerancia la aprendió de los musulmanes, y no de los cristianos. Para el buen fin, se deja en el aire situaciones como la del padre de la sultana, que hubiera debido matarla por acostarse con un infiel; deja preñada sin bendición la muchacha de la obra pareja y nos da la esperanza de un mesticito que ocupará el imperio: como una posibilidad de entendimiento turco-hispánico que trajera una paz, que alguna vez se elogia.
En fin, para la crítica de todo me remito a la del querido Sagarra, y me limito a la reseña del suceso, que en este periódico parece necesaria: tuvo también sus 15 minutos de aplausos, o más, y sus aclamaciones de entusiasmo. Faltó la salida a hombros de Marsillach, como pasó en el Apolo con el director de Los miserables: hubiera sido interesante de ver.
Babelia
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