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El onanista en su rincón

Terenci Moix publica el primer volumen de sus memorias, 'El peso de la paja'

El cine de los sábados es el primer volumen de las memorias de Terenci Moix, que acaba de publicar Plaza & Janés. El escritor las ha ordenado bajo el título general de El peso de la paja, frase de doble sentido muy lógica al venir de alguien que se considera a sí mismo un onanista: "El onanismo es un concepto presente en toda mi obra", afirma en esta entrevista. Terenci relata los primeros año de su vida: de cómo a los 14 años decidió ser homosexual, su soledad y, sobre todo, su inmensa pasión por el cine, porque al final, "los amores mueren, los afectos traicionan, la propia obra envejece. Sólo el cine se queda y manda".

Al final de Withnail and I, la primera película de Bruce Robinson, el atrabiliario personaje que interpreta Richard E. Grant se aferra a una verja para proclamar, desde la altura moral que le otorga la espléndida borrachera que acarrea, que nada le interesa y ninguna alegría pueden proporcionarle los hombres o las mujeres. Es fácil adivinar el futuro del pobre Withnail: mientras su amigo puede acabar formando una familia y llevando una existencia moderadamente feliz, todos sabemos que a él sólo le espera una soledad sin paliativos, húmedamente tamizada por el whisky y la ginebra.Terencia Moix no es Withnail. El uno es un escritor de éxito y el otro no era más que un actor en permanente paro, pero ambos son personajes tremendamente solitarios que parecen considerar la vida como una sucesión de timos y engañifas. "Aunque el mundo es mi ostra, no es más que una concha llena de recuerdos", cantaba Bryan Ferry en su melancólico himno A song for Europe; y el elegante piso de Terenci en la barcelonesa calle de Muntaner es también una concha llena de recuerdos traspasados al vídeo. Un sofisticado circuito cerrado permite a nuestro hombre recibir las emisiones de medio mundo, y una enorme pantalla que para sí quisieran algunos minicines le permite visionar las veces que haga falta todas las películas que le hicieron soportable su infancia en la calle de Ponent, cuando Terenci sólo era aquel niño Ramonet que, siguiendo las enseñanzas de su adorada Bette Davis, conseguía que todo el mundo le bailara el agua soltando un par de lagrimitas en el momento oportuno.

El refugio de la fantasía

Que nadie busque cuadros valiosos en casa de Terenci. En su lugar, cuelgan en las paredes roñosos carteles de Sinuhé el egipcio o el Julio César de Manckiewicz y Brando. Orgulloso, el anfitrión muestra a sus visitantes la última joya de su colección videográfica: la versión completa de Cleopatra. "Lo que va rabiar el Gimferrer cuando vea lo que he conseguido", se relame Terenci.El cine de los sábados es el título que Terenci le ha puesto al primer tomo de sus memorias, ordenadas bajo el nombre de El peso de la paja frase de doble sentido muy lógica al venir de alguien que se considera a sí mismo un onanista: "El onanismo es un concepto presente en toda mi obra. Una novela como Nuestro virgen de los mártires es un canto a la masturbación. El onanismo ha marcado mi vida y mi obra. ¿Por qué? Pues porque refugiarme en la fantasía siempre me ha dado mucho más placer que el contacto con cualquier cuerpo. La verdad es que soy mucho más feliz en un cine viendo La túnica sagrada que en la cama con quien sea. Soy un mirón nato, y estoy muy contento de vivir en una época que te permite por muy poco dinero montarte en casa tu propio circo. Puede decirse que hoy en día el onanismo está muy democratizado: basta con ir al vídeo club y elegir el producto que más te atrae. Si el marqués de Sade estuviera entre nosotros, no tendría que montar los números que se veía obligado a poner en práctica en su época: le bastaría con refugiarse en un sex-shop o en un club de vídeo".

"Las mujeres", cuenta Terenci, "siempre me trataron muy bien, por lo menos de pequeño, cuando no representaba ningún peligro para ellas. Las cosas cambiaron cuando, por mi edad, empezaron a esperar de mí algo distinto. Yo decidí mi homosexualidad a los 14 años. Después de ver durante tanto tiempo a mis padres enzarzados en discusiones que sólo me divertían cuando me recordaban dramones del estilo Inés de Castro, llegué a la conclusión de que el entendimiento entre los sexos era imposible. Frente a la relación disparatada y caótica de mis progenitores y de mis vecinos y vecinas, me encontré con que lo único que se parecía a mi idea del orden era la pareja homosexual que formaban un primo mío y su novio. Daba gusto verles: simpáticos, elegantes, asiduos del Liceo... Nada que ver con mi lamentable espectáculo familiar. Fue así como pensé que yo necesitaba un compañero, o un maestro, de mi propio sexo. Me dedique a buscar un doble hasta que, a base de palos, descubrí que yo era mi único doble, con lo que volvemos al onanismo. A mi edad he descubierto que el mundo heterosexual no me interesa, pero el homosexual tampoco. Con lo que puede decirse que, dejando aparte el prodigioso juego de muñeca con el que me solazo, soy un sujeto angelical que va por la vida sin integrarse en el mundo, ni en el de los hombres ni en el de las mujeres".

A guisa de terapia

Egipto es un tema recurrente en la vida y la obra del niño Ramonet. Pero siempre se tiene la duda de si el Egipto que le gusta es el de verdad o el de Edmund Purdom: "El de verdad, por supuesto. Pero el faraónico, que es el que tiene que ver con el cine. En Egipto alucino, pero pierdo cualquier impulso sexual ante tanta belleza. Recuerdo tina noche en que ligué con un tío que me propuso ir a pegar un polvo en el valle de los Reyes. Me quedé pasmado y acepté. Cogimos una barca, cruzamos el Nilo de madrugada y para allá nos fuimos. Lo malo es que al llegar me quedé sobrecogido ante tanta majestad y descubrí que no tenía ganas de hacer nada con aquel buen hombre. ¿Iba yo a cambiar tanta belleza por una vulgar felación? ¡Ni hablar! Pero el tío se cabreó y casi me mata a hostias".Terenci confiesa haber empezado la redacción de sus memorias en un momento especialmente depresivo, a guisa de terapia. Se sorprende de que muchos le digan que ya era hora de dejar de hacerse el frívolo: "Nunca lo he sido. En mi vida hay muchas horas de estudio y trabajo. Los seis idiomas que hablo no los he aprendido por inspiración divina". Uno llega a pensar que los ha aprendido para hablar con Pasolini o entender a Bette Davis, del mismo modo que, según propia confesión, tradujo a Shakespeare por el placer de ver a Enric Majó vestido de Hamlet. Su máxima identificación cinematográfica, sin embargo, es una película reciente: "Hay una secuencia de Annie Hall que me define a la perfección. Es cuando Woody está haciendo el amor con Diane Keaton y una parte de él sale de la cama y se pone a contemplar la escena. Ésa es la historia de mi vida".

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