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FERIA DE SAN ISIDRO

El numantino

"¡Ánimo, Numancia!", le gritaba un paisano a José Luis Palomar hijo predilecto de la Soria taurina, cuando salió a pelear con el primer toro, que era como tirarse a los leones. Palomar y el toro se hicieron pasar malos ratos, uno desafiando, el otro tirando cornadas, y al público se le cortaba la respiración cada vez que el guadañazo del toro bronco e indómito le festoneaba el cuerpo al diestro numantino. Los malos ratos cada vez eran peores porque, al guadañazo, respondía Palomar metiéndose aún más en el terreno del toro, y este lo defendía acuchillando su espacio aéreo, cuanto le daba de sí en derredor el cuello-gaita. Finalmente Palomar cuadró, se fue detrás de la espada y cobró un estoconazo que tumbó al toro sin puntilla."¡Ánimo, Numancia!", le volvió a gritar el paisano a Palomar cuando salió medirse con el cuarto toro. Pero ya no era lo mismo, ya no era como tirarse a los leones, porque no había allí toro bronco e indómito, sino codicioso y noble, que no requería pelea ninguna sino toreo puro embellecido con las luminarias del arte.

Murteira / Palomar, Seseña, Rivera, Valdenebro

Toros de Marteira Grave, magníficamente presentados, con casta, 1º bronco, 3º, 4º (premiado con vuelta al ruedo) y 5º, de excepcional nobleza. José Luis Palomar: estocada (insistente ovación y dos salidas al tercio); estocada -rebasó un minuto el tiempo reglamentario (oreja con algunas protestas). José Luis Seseña: estocada corta (algunas palmas y pitos); pinchazo hondo trasero, rueda de peones y dos descabellos (vuelta). Juan Rivera: estocada trasera ladeada y descabello (pitos); pinchazo, estocada corta perpendicular atravesada, descabello -aviso con un minuto de retraso- y cinco descabellos más (silencio). Un toro despuntado para rejoneo de Antonio Arribas, que se inutilizó en la lidia. Luis Valdenebro: rejón bajísimo y, pie a tierra, dos descabellos (algunas palmas). Plaza de Las Ventas, 29 de mayo. 17ª corrida de feria.

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Hubo de quedarse perplejo Palomar con la mutación pues citaba al natural y la muletona se le revolvía groseramente entre las astas. Los hados táuricos le anatematizaban por no entender al toro, por perseverar en una pelea numantina que ya era historia, cuando procedía salir a campo abierto y enseñorearlo victorioso luciendo con arrogancia el dorado casco de Marte.

Tardó Palomar en advertir el anatema y sus porqués pero al fin lo advirtió y entonces fue cuando se caló el dorado casco victorioso, se enseñoreó del ruedo, embarcó al toro con la pureza que reclamaba su boyantía. Las tandas de redondos fueron de menos a más y en las últimas hizo ese toreo templado, hondo y reunido que sólo se puede crear cuando brota, cálido, del sentimiento.

Palomar cobró un estoconazo sensacional. Estaba clínicamente muerto el toro pero su casta lo mantuvo en pie, tragándose la agonía a impulsos de bravura. La excepcional nobleza y la espectacular muerte le valieron el premio de la vuelta al ruedo y desmerecieron la faena de Palomar, que cortó así una oreja un poco devaluada. Pero oreja al fin, la merecía, por lo numantino, por lo artístico, por los estoconazos a ley, que fueron los más auténticos de la feria.

Había aprovechado Palomar la oportunidad de triunfar en Madrid, tan esperada, y los otros diestros también tendrían la suya. El quinto Murteira le brindó las orejas a Seseña: "Tenga usted estas orejas", le mugía. Y Seseña, después de unos valerosos pases de rodillas, abría mucho el compás para ejecutar el redondo y el natural, corría la mano, pero con pico, sin gusto ni armonía, salvo en los pases de pecho, que ahí se echaba todo el toro por delante. El tercero le mugió a Rivera: "Tome usted las dos orejas y, por el mismo precio, el rabo", y Rivera desconfió de tanta generosidad. Sin cruzarse, acompañaba más que embarcaba su pastueño recorrido.

El segundo estaba aplomado y Seseña le ahogó la embestida. El sexto se quedaba algo corto y Rivera no se decidía a "traérselo toreado". Hubo intermedio de rejoneador, que no pudo completar su aseada tarea pues al salir de una reunión el toro se lastimó una pata y ya sólo procedió matarlo. Fueron la parte insulsa de una corrida interesantísima por el trapío de los toros y su casta excepcional, que unas veces demandaban sacrificios numantinos, otras creaciones artísticas. Quien pudo rindió ambas ofrendas, y ahora presume de haber triunfado en Madrid, que es tocar con la mano la gloria.

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