La película interminable
"La historia interminable", "Hollywood en Munich", "La mayor superproducción del cine alemán", la demostración de que el cine europeo puede competir con el norteamericano en su propio terreno, comentan, eufóricos, los productores y realizadores de la película La historia interminable, mientras que el autor del libro, Michael Ende, se niega a que su nombre aparezca en los títulos de lo que considera "un gigantesco melodrama comercial a base de cursilería, peluche y plástico".Casi cinco años lleva La historia interminable, de Ende, en la lista de libros más vendidos de la República Federal de Alemania (RFA). La tirada, todavía en edición cara, rebasa ya 1,5 millones de ejemplares en alemán y se ha traducido ya a 27 idiomas.
El libro se considera sintomático de la década de los ochenta. "De repente, la atención se dirigió a las imágenes apocalípticas que surgen en todos los horizontes. Progreso, ciencia, técnica, aparecen sólo como algo ominoso, y como el discurso racional parece conducir a un callejón sin salida, el interés se dirige hacia los viejos mitos y las religiones extrañas", escribe el crítico del semanario Die Zeit en su interpretación sobre el éxito del libro La historia interminable.
Ende, el autor del relato, ha dejado de ser un escritor para convertirse en una especie de guru de la nueva generación, y está convencido de que "uno de cada dos de los 300.000 manifestantes contra los misiles en Bonn llevó alguna vez bajo el sobaco Momo -su primer libro de éxito- o La historia interminable como en 1968 se llevaba la biblia de Mao.
Por 300.000 marcos (17 millones de pesetas), Ende y su editor vendieron los derechos cinematográficos del libro, y parece como si el autor hubiese vendido su alma al diablo. En los estudios Bavaria de Munich, los mayores del continente europeo, se puso en marcha un mecanismo productor que desarrolló una dinámica propia y devoró entre sus fauces a Ende como si el Comepiedras se hubiese rebelado contra su creador y le hubiese triturado. "Hollywood en Munich", los productores reunieron 60 millones de marcos (3.500 millones de pesetas), un tercio aportado por la Paramount, para hacer una película capaz de imponerse en el mercado norteamericano, según el esquema probado, y con éxito, en El submarino, a base de los mismos productores y director, Wolfgang Petersen.
La película se rodó en inglés, con unas claras referencias al american way of life para que no haya posibilidad de error; desde el primer momento se ve que aquello transcurre en una ciudad norteamericana, una cocina norteamericana y una cocina media norteamericana, donde el niño Sebastián y su padre desayunan antes de salir a la escuela o al trabajo. Los productores de La historia interminable han querido demostrar que en unos estudios alemanes occidentales -claro que con la ayuda de técnicos norteamericanos- es posible hacer hoy día una película capaz de competir con ET o todas las demás historias de las galaxias.
El resultado- cinematográfico tras el escándalo organizado con el autor, Ende, parece asegurado. Los 300 cines donde se estrenó -en todo el territorio de la RFA- están llenos de niños -y no tan niños- ansiosos de comprobar el resultado del intento de representar en la pantalla a Fantasía, La Nada o los seres, monstruos entrañables creados por la desbordante imaginación de Michael Ende.
Para Ende, el resultado no pudo ser más catastrófico, y definió la película como "una mezcla de ET y The day after", con "una lamentable falta de calidad, algo horroroso". Ende criticó que Fantasía, su país imaginario, queda convertido en "un club nocturno de grandes dimensiones", y las dos esfinges aparecen como mujeres de grandes pechos desnudos, como bailarinas de strip tease. Los calificativos de Ende para los productores de la película son de un gran radicalismo. "Les deseo que los agarre la peste. Me engañaron de mala manera, y lo que hicieron conmigo humanamente es una canallada es una traición artística. Si estuviese en mis manos, yo hundiría esa película en el Vesubio".
El caracol y el enano
Ende sostuvo en una entrevista que si dos personas leen un mismo libro, el resultado son dos libros diferentes. Aquí podría radicar el problema esencial de la filmación de la novela: la imposibilidad de concretar la fantasía. En la comparación del crítico de Die Zeit se llega a la conclusión de que la película es superficial, y el libro, profundo. La película, inofensiva y ligera; el libro, lleno de atenciones y significados difíciles. La película cuenta una historia de aventuras y el libro desarrolla un concepto para la curación de nuestro mundo enfermo".El guionista de la película, Herman Weigel, no admite, como es natural, la crítica de Ende, y dice que Comepiedras, el enano que monta en caracol que corre a 30 kilómetros por hora, es una figura tan concreta "como los siete enanitos de Walt Disney".
Weigel opina que Ende se distanció de la película, y no al revés. "El libro se ha convertido en un libro de culto, y Ende, en un guru.
"En una ocasión, él pontifica que la emperatriz Nina no sería en realidad un ser humano, sino algo con consistencia vegetal. Yo he leído de nuevo la novela y no encontré ningún punto que apoyase esa afirmación, y por eso la película conserva una forma humana".
Los tormentos de Ende podrían no haberse terminado con esta filmación de La historia interminable, porque la película se queda en la mitad del libro, en el momento en que Sebastián, desde el desván de la escuela, entra en el mundo de Fantasía.
A la pregunta de si bajo ciertas condiciones podría haber una segunda parte de la película, el guionista responde, categórico: "No bajo determinadas condiciones, sino que ésta es la intención". Por si fuera poco, desde los escaparates de todas las tiendas de juguetes empezarán a mirar a las calles las figuras del dragón Fújur, el Comepiedras o el lobo Gmork.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.