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VIGÉSIMO CUARTA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

La soberanía del palo

Ganaron los monosabios. La sorda y áspera disputa librada entre la autoridad de la plaza de toros y los ayudantes de los picadores por la soberanía del palo quedó zanjada a favor de quienes -disponían de fuerza más operativa: en este caso, y a tenor de los resultados, los legítimos propietarios del citado artefacto. Ha quedado sin aclarar si el final de la contienda obedece a un simple acuerdo de alto el fuego entre las partes contendientes o a la intervención de terceras potencias.A lo mejor ganó también, para qué nos vamos a engañar, José Cubero Yiyo, cuyo segundo enemigo en la corrida, el sexto en el llamado orden de lidia, de nombre Cigarrillo, salió directamente a fumarse un puro contra un burladero, con fatal resultado. El torero de Madrid no parecía hallarse en tarde de inspiraciones, y había provocado algunas ronqueras en los tendidos durante su ¿trabajo? al tercero de la tarde.

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Claro que el aburrido trance no parecía importar mucho a los espectadores sabatinos, la mayoría de los cuales hacen uso de su pefecto derecho a querer divertirse. Simoniat, por ejemplo, que es el hombre que más sabe de rotativas en este mundo, y que conoce a las que vomitan cada día este diario como si fueran hijas suyas, se mostraba entusiasmado en la tarea de explicar a un compatriota, recién llegado del otro lado de los Pirineos, las excelencias de la faena. Otro aficionado algo más exigente, Miguel Angel Albaladejo, que dirige un organismo de la administración tan escasamente taurino como el Instituto Social de la Marina, se quejaba amargamente de su escasa suerte en esta feria: cada vez que hacía intención de acudir a una corrida de buen cartel le llamaba el subsecretario.

Además de bastantes vulgaridades de los toreros, hubo otro variado catálogo de tales en el paisaje de la plaza, que, en momentos, parecía un coso de pueblo: polvo, por ejemplo; mucho polvo, de cuya conquista y rendición no se encargó, no se sabe por qué, la habitual cisterna municipal. O el espectáculo gay de los cabestros, haciendo monerías en el redondel. O los abanicos de la solanera, que, juntos, capaces son de hacer mover un capote.

Un misterioso incondicional de la autoridad competente, (¿un familiar, acaso?), tomaba para sí la defensa a ultranza del inhabilitado comisario García-Conde, mediante una pancarta reivindicativa: "Señor Conde: con su autoridad y prestigio, la afición de Madrid quiere verle de nuevo en su sitio", decía el cartel.

Mariví Romero conseguía llevar a su padre, don Emilio, a los toros. Y Salvador Cayo¡ devoraba su apetecible, incluso a distancia, diario bocadillo.

Y hoy, al fin, la definitiva. Se acaba la larga misa. Habrá que confiar en la última liturgia.

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