_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La crisis actual de los teatros nacionales

Sería una banalidad por parte de cualquiera no reconocer que en el terreno intrínseco del espectáculo teatral los Teatros Nacionales han jugado en ocasiones un papel positivo. Frente a un hecho escénico producido en condiciones materiales, ideológicas y estéticas miserables, ellos poseían un margen de juego mayor en todos los sentidos. Ni Luis Escobar hubiera podido en otras condiciones incorporar ciertos hallazgos aislados del teatro europeo, ni Buero estrenar Historia de una escalera el año 1949,`ni montar José Luis Alonso un Jardín de los cerezos sin concesiones a comienzo de los sesenta.La raíz del problema estriba en que nunca estos posibles éxitos parciales se articularon en una dirección coherente, con vistas a alcanzar unos objetivos concretos y respondiendo a una política teatral y cultural específica y meditada. No se articularon porque el régimen político en que se producían se caracterizaba por su horror pánico a toda forma de cultura que intentara responder a las necesidades y contradicciones de la sociedad que la generaba.

El cambio histórico. y político que España vive desde hace un año alentó, en un principio, a pensar que la cultura y el teatro encontrarían pronto una definición y lugar propios en la sociedad española. Los signos que se evidencian en la actualidad indican más bien lo contrario. Sabido es el talante democrático de los actuales responsables de la Dirección General de Teatro y de su interés por acabar definitiva y totalmente con lacras atávicas como la censura y, sin embargo, la crisis teatral que hoy vivimos y la tormenta que amenaza descargar en breve indican, en principio, una gestión poco afortunada. La verdad de los hechos es que no toda la responsabilidad compete a la Dirección General de Teatro y que en el transfondo laten concepciónes de gobierno e incluso hábitos del conjunto social, viejos de tiempo y agudizados por la forma de vida, mentalidad y tipo de prioridades creadas por el franquismo, corregido y aumentado por la penetración colonia¡ americana.

El incendio del Español ha privado a Madrid de uno de sus tres escenarios nacionales, contando la Zarzuela Esto, que llenaría de tristeza y pesadumbre a cualquier organismo cultural vivo y actuante, parece más bien dar un respiro, dada la penuria global en que se mueve nuestro teatro. La rescisión de los contratos que la dirección general de Teatro -a través de su organismo autónomo correspondiente- mantenía con el señor Colsada (Español, de Barcelona; Princesa, de Valencia, y Monumental, de Madrid), la ha liberado de una carga fabulosamente onerosa e inútil, pero ha reducido el parco número de locales mantenidos por el sector público. Sin concretarse el acuerdo con el Municipio sevillano, sólo queda el Principal, de Zaragoza, como solitario representante del proyecto de expansión del sector público con vistas a su descentralización.

Lo descabellado de aquel proyecto tal y como se planteaba nada quita para que la postura actual sea defensiva, desmoralizante y carente de ideas.

El primer síntoma lo constituye la desaparición de las compañías nacionales. En lugar de dar un paso hacia adelante constituyendo un par de centros piloto sobre los que asentar el modelo de una futura descentra lización teatral articulada en la política y administrativa, se abandona brutalmente el teatro a lo que las leyes de mercado de terminen. Se arrincona toda no ción de rentabilidad social por el puro principio del dinero constante de taquilla, cuyo resultado puede ser espectáculos de la solera ultrarreaccionaria y el mal gusto de La rosa del azafrán. La cuestión es que incluso en estas circunstancias, con un presupuesto oficial que sobrepasa en poco los doscientos millones, era posible poner en pie una política coherente y con perspectiva de futuro, con toda la modestia que se quisiera. Era. posible canalizar los recursos económicos existentes, administrados por pulso firme, promoviendo ante todo la austeridad burocrática, para se guir manteniendo el principio de las compañías del sector público, no como parches, sino como plataformas que señalarán la dírección por donde el teatro deberá caminar si quiere ser. Ensayar una forma nueva de programar, de relacionar al espectáculo con los espectadores, de crear la idea de investigación y del edificio teatral como lugar de trabajo y tantas otras cosas. Delimitar nítidamente el campo del teatro como bien de cultura del teatro co mo mercancía.

Respuestas

A muchas cosas pudo y puede la Dirección de Teatro dar respuesta, La primera de todas qué destino y qué esperanza ofrecer a los hombres de teatro que no desean hacer «su carrera», ni «su éxito», ni «su negocio» particular, que no lo conciben como exhibición de sus inhibiciones o zona de libertad a sus particularidades sino como lugar de trabajo desde el que servir, como lo puede hacer un técnico, un profesional o un obrero, a la sociedad en que vive. La segunda, romper con ese mal de nuestra política por el que todo aquel que ocupa un cargo, aunque lo ignore todo sobre la cuestión, se convierte en sabio y sancionador desde el momento en que se sienta en el sillón decisorio. Es hora ya de que se establezca una relación entre políticos y técnicos en una dirección consecuente y se elabore un plan claro a seguir para la transformación de nuestro teatro.

Indudablemente, o el teatro se convierte en una necesidad o dejará de existir. Quizá subsista un extraño espectáculo híbrido al que se denominará «teatro», pero que tendrá poco que ver con la realidad de lo que auténticamente supone como hecho cultural y social. La clase dominante de este país, a través de los políticos del búnker o la reforma, habrán sido sus sepultureros. Una buena parte de la crítica y la profesión teatral, con su ceguera, su ignorancia petulante, su frivolidad, habrán colaborado a la defunción. La sociedad en su conjunto -Y con ella la oposición democrática, tan contundentemente silenciosa sobre cuestiones culturales- habrá aceptado como bueno el asesinato y sólo ella, en definitiva, exigiendo e imponiendo la necesidad de la cultura, lograría cambiar auténticamente la situación. Porque sinceramente: ¿Interesa a alguien el teatro en este país?

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_