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La Real Academia Española vuelve a estar completa

Madariaga leyó su discurso de ingreso cuarenta años después de su elección como académico

Ángel S. Harguindey

«Pues claro que la tuve la tentación de comenzar este discurso con un resonante Decíamos ayer...» Con estas palabras comenzaba Salvador de Madariaga su discurso de ingreso en el la Real Academia de la Lengua. Electo desde el 20 de mayo de 1936, cuarenta años de exilio o emigración, como gusta de decir, impidieron la celebración del acto hasta el pasado domingo, 2 de mayo de 1976.La apariencia externa de seriedad de la Academia y de los académicos cae por tierra, al menos en gran parte, al asistir a los corrillos que forman momentos antes de pasar al salón de sesiones. Salvador de Madariaga, que llegó con más de media hora de antelación, recibía y saludaba a sus compañeros en un pequeño salón biblioteca. Allí estaban los Pemán, Dámaso Alonso, Antonio Hernández Gil, Díaz Plaja, Vicente García de Diego -el académico de mayor edad- y un amplio etctera. Todos se acercaban a estrechar la mano del nuevo académico. Anécdotas, chascarrillos, chistes y una amplia gama de recursos retóricos muy distantes de la imagen tópica de quienes en Francia, por ejemplo, reciben el título de inmortales.

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Poco antes de comenzar el acto -previsto para las siete de la tarde-, llegó el ministro de Educación y Ciencia, señor Robles. «Le saluda -dijo- un viejo lector suyo, don Salvador». En esta ocasión Madariaga se levantó de la silla en donde reposaban sus ochenta y nueve años. Sólo se levantaría una vez más: al llegar Claudio Sánchez Albornoz.

El señor Torrente Ballester comentaba a EL PAIS: «Creo que hay que celebrar el regreso de un intelectual tan distinguido». Mientras lo hacía, se acercó a saludarle el subsecretario de Educación y Ciencia, señor Olivencia.

-Gonzalo, ¿no te acuerdas de mí?

-Sí, hombre, sí; eres el subsecretario...

-Sí, pero nos conocemos desde hace mucho. Desde los tiempos del César Carlos . Claro, claro. Hemos cambiado tanto los dos desde entonces.... contestó el académico, no sin cierta retranca gallega.

Al poco llegó Miguel Delibes, último miembro de pleno derecho de la casa y al que contestó a su discurso de ingreso en nombre de la Academia, al igual que hoy, Julián Marías: «Siento una gran satisfacción -comentó- por el hecho de que don Salvador pueda ingresar después de cuarenta años». Abrazos, saludos, preguntas sobre la temporada de caza y deseos de volver a encontrarse con más tiempo y calma.

La biblioteca comenzaba a llenarse y algunos académicos formaban grupos con cierta coherencia. «Los de ABC», por ejemplo, entraron juntos en el salón de sesiones: Pemán, Torcuato Luca de Tena, Joaquín Calvo Sotelo y el conde de los Andes. Madariaga seguía recibiendo las felicitaciones de sus compañeros.

El ministro de Educación y Ciencia declaró a EL PAIS: «Creo que el acto es una contribución importante a un clima de comprensión y entendimiento entre los españoles, que tiene la enorme trascendencia de la reintegración a su patria de un hombre cuyas opiniones políticas pueden ser discutidas, pero que no ha dejado de trabajar en su papel de escritor e historiador de España». Al preguntarle sobre qué opinaba de la portada del último número de Fuerza Nueva, en la que se destacaba una frase de Madariaga sobre Franco, respondió que: «Bien; a eso me refería cuando comentaba lo de que sus opiniones políticas podían ser discutidas. Fuerza Nueva tiene su propia opinión política».

Llega Sánchez Albornoz

Con su andar renquenate, su bastón y su sonrisa no exenta de cierta ironía, entró Claudio Sánchez Albornoz, disculpándose por no llevar el reglamentario frac. «Yo no vengo con indumento apropiado porque, ¿quién viaja hoy con frac? Madariaga se acercó a él y se fundieron en un gran abrazo; cuarenta años de exilio, ochenta entre los dos. El señor Garcóa Valdecasas, presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, se acerca a Sánchez Albornoz. «Don Claudio, soy García Valdecasas...». «Hombre, hombre -exclamó el historiador-, cuántos años. Nos vimos, la primera vez, en Berlín. ¡Qué tiempos aquellos! Claro que entonces era usted un niño...» Pedro Sáinz Rodríguez, que con Eugenio Montes y Torrente Ballester son los únicos académicos que todavía no han leído el discurso de ingreso, respondía bote pronto sobre la buena cara que tenía: «No es de mala cara de lo que yo me quejo».

«Es mucho más joven»

El humor continuaba imperando en el austero salón. La mayor parte de los académicos ocupaban ya sus lugares en la sala principal. Madariaga departóa con los periodistas minutos antes de leer el discurso que le daba derecho a ocupar su silla de académico. «Creo que Sánchez Albornoz es nuestro primer historiador, pero es mucho más joven que yo: sólo tiene ochenta y tres años. El discurso lo tengo preparado desde hace un mes y medio, aproximadamente. A primeros de junio iremos a Barcelona; después no sé que haré, y a primeros de julio iremos a Galicia». Poco después se acercarían en su busca Miguel Delibes y Manuel Alvar, los más recientes académicos para acompañarle al salón de sesiones en donde le esperaban 850 personas.La presidencia estaba formada por Alonso Zamora, el señor Olivencia, Dámaso Alonso, el señor Robles, Pemán, García Valdecasas y Antonio Hernández Gil. Marariaga, con voz segura y pausada, comenzó a leer su discurso: «Pues claro que la tuve: la tentación de comenzar este discurso con un resonante Decíamos ayer...

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