Antonio Machado sube al altar
El poeta español recibe miles de cartas en el buzón instalado junto a su tumba en Collioure - Sus admiradores le piden perdón y favores como a un santo laico
El poeta que nunca persiguió la gloria está en un altar. Antonio Machado (Sevilla, 1875) cruzó a pie, empapado de lluvia y congoja, el último trecho de la frontera francesa el 27 de enero de 1939. Atrás dejaba una guerra perdida. Por delante, no veía nada: sobrevivió 26 días. En la pensión Quintana de Collioure hizo varias cosas por última vez: pasear hasta el mar, corregir un poema, escribir un nuevo verso ("Estos días azules y este sol de la infancia") y anotar en inglés el comienzo del monólogo de Hamlet ("To be or not to be") sobre un papel arrugado que su hermano José encontró en el bolsillo del gabán varios días después. El escritor Jean Cassou, en nombre de un grupo de artistas franceses, propuso que sus cenizas se trasladasen a París, pero José Machado declinó la oferta. "Preferimos que durmiese el último sueño en el sencillo pueblo de pescadores de Collioure. Y en él esperará hasta que la bárbara guerra termine con el triunfo de la libertad y pueda ser trasladado, con la madre, y ya para siempre, a Madrid, la heroica ciudad cantada por él", escribió a su llegada a Chile, en 1940, en Últimas soledades del poeta Antonio Machado.
Collioure lo tiene claro. Ni hablar de un traslado de los restos a España
Esta semana, los escritos acumulados estos años serán de acceso público
A la tumba acuden diplomáticos, niños, conserjes, amantes, solitarios, profesores
Buscan en él ayuda para aprobar, tener suerte, ser poetas, encontrar amores
La libertad se hizo de rogar 40 años, demasiados para que un símbolo descanse en un nicho provisional. En 1958, los restos de Machado y su madre, Ana Ruiz, fallecida pocos días después de su hijo, pasaron a una tumba propia, financiada por un centenar de donantes, entre los que se incluyeron el escritor André Malraux, el expresidente colombiano Eduardo Santos, la librería Gallimard o el sindicato UGT. Lo provisional se eternizó. Más o menos entonces, calcula la historiadora Verónica Sierra, profesora de la Universidad de Alcalá de Henares, comienzan a aparecer escritos sobre la tumba. Le pedían favores, como preces laicas, y perdón. Con los años, va a más. La Fundación Antonio Machado de Collioure instala en 1983 un buzón junto a la lápida para evitar la destrucción de los mensajes. En los seis años siguientes se recogieron 2.000 cartas, aunque la mayoría se han perdido.
El buzón ha funcionado entre una mezcla de voluntarismo particular y dejadez institucional hasta que, el pasado verano, Verónica Sierra y las investigadoras Carmen Serrano y Guadalupe Adámez viajan a la localidad francesa movidas por la curiosidad. Su interés -catalogan casi 2.600 documentos- aviva el del Ayuntamiento de Collioure que firma un convenio con la Universidad de Alcalá de Henares y la Fundación Antonio Machado para crear el archivo Palabra en el tiempo, con los escritos acumulados estos años.
A partir de esta semana será de acceso público y en el futuro se depositará en el centro Antonio Machado, que el alcalde Michel Moly proyecta frente a la pensión Quintana. La compra del hotel donde murió el poeta se ha abandonado por razones económicas: mientras que el municipio ofrecía 700.000 euros por la casa, el actual propietario reclamaba un millón de euros.
Collioure sigue estrechando lazos con Machado. Ni hablar de un hipotético traslado de los restos, ahora que no hay dudas sobre la libertad recobrada en España. "Es importante que los jóvenes sepan que la gente importante de su país ha tenido que irse y morir fuera. Machado no es Collioure, es la representación de toda Europa. Creo que el pueblo español lo ha entendido cuando vemos el desfile ante su tumba", sostiene Michel Moly.
Al cementerio acuden diplomáticos, conserjes, niños, ancianos, amantes, solitarios, profesores... La escritura y las tarjetas de visita delatan que hay peregrinos de toda condición. Algunos son conscientes de la extravagancia. "Es un poco absurdo escribirte porque tú no nos vas a poder leer", anotó alguien en junio de 1992. Otros creen en el más allá: "Un besito para ti y otro para mi abuelita. Recuerdos a todos y ayúdanos a vivir y morir". Le piden amparo para todo: aprobar oposiciones, tener suerte, ser poetas, encontrar amores. Le dejan tarjetas de visita, como hizo el escritor Manuel Vicent en el verano de 2003. Le agradecen sus versos, su romanticismo, su compromiso republicano y su integridad. "Tus recuerdos de infancia son un patio en la ciudad de Sevilla; tus poemas son los recuerdos de mi infancia", parafraseó María Luisa el 27 agosto de 2010. Le anotan direcciones, teléfonos y, últimamente, correos electrónicos. Le escriben para darle recados, como hizo Jacqueline: "Este invierno, Paco Ibáñez vino a cantar a Angers. Cantó uno de tus poemas y dijo: 'Si van a la tumba de Antonio, díganle que Paco le cantó'. Ya está dicho". O para decirle lo que no pudieron, como su amigo V. B.: "Querido e inolvidable Antonio: A principios de 1937, nos vimos por última vez en Madrid y me pediste una copia de esta poesía. ¡Ninguno de los dos podíamos imaginarnos el trágico fin de nuestra 'justa guerra' y lo que sería el camino de cruz que nos esperaba. Por primera vez he pasado cinco días en Collioure y al depositar un ramo de flores en tu tumba dejo en tu bôite aux lettres la poesía que me pediste".
Hay cartas enviadas por correo y también mensajes escritos sobre cualquier soporte (piedras, libros, servilletas, recibos, kleenex, partituras, folletos, facturas, entradas, papel higiénico, hojas secas o papel de fumar). En su última recogida, Soledad Arcas, encargada del buzón de Machado, encontró el guante de una masona. Le han dejado tierra y hojas de un olmo de Soria.
Soledad Arcas y Joelle Santa-García comparten rasgos: ambas son hijas de emigrantes españoles, profesoras de español en liceos de Perpiñán y apasionadas machadianas. Su última contribución a la memoria del poeta es la creación de un premio juvenil para incentivar a sus estudiantes a conocerlo. Los profesores, a ambos lados de los Pirineos, son vitales para avivar la memoria del autor de Campos de Castilla. María José Vicente lleva 16 años llevando a sus alumnos del instituto Campclar, de Tarragona, a la tumba de Machado. El viaje es la culminación de un vehemente trabajo pedagógico. Esta semana regresó. Los alumnos se desplegaron en semicírculo y recitaron versos ante la tumba del poeta que nunca persiguió "dejar en la memoria de los hombres mi canción".
Babelia
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