Porque sueño no estoy loco, repite Léolo
Se ha reestrenado un poema insólito que descubrí el último día de un fatigoso festival de Cannes hace treinta y tantos años


Leía frecuentemente poesía cuando era joven. Ya no, aunque imagino que personas con sensibilidad privilegiada seguirán creándola. Pero después de tanto tiempo permanecen inalterablemente en mi memoria los poemas de Claudio Rodríguez, César Vallejo, Gil de Biedma, gente que utilizó inmejorablemente el verso para expresar sensaciones y sentimientos perdurables. También mágicos. Esos momentos fulgurantes que te remueven muchas fibras emocionales, que te dejan perturbado, los he sentido también con determinadas películas. No forman parte del cine clásico, el que más amo, pero me alteraron y me conmovieron con mucha fuerza, con los sentimientos al límite, cuando las descubrí. Me ocurrió con Lo importante es amar (ya sé que el título es infame), con El Último tango en París, con El árbol de la vida. En todas ellas hay momentos que me aceleran el corazón, que me ponen al borde del llanto. Y existe algo muy duro y terrible en ellas.
Me cuentan que se ha reestrenado Léolo, un poema insólito que descubrí el último día de un fatigoso festival de Cannes. Hace treinta y tantos años. El motivo es que la Cinemateca de Canadá la ha digitalizado. Cualquier razón es válida para que esta joya retorne a la sala oscura. Cuando la vi, le supliqué a un amigo, distribuidor, productor, dueño de muchas salas, que observara esta película e intentara estrenarla en España. Lo hizo. Y creo que no fui el único espectador al que impresionó esta historia terrible y lírica. La protagoniza un niño de Montreal que repite obsesivamente “Porque sueño no estoy loco”. Se ha acorazado en su propio mundo, plagado de imaginación y de deseos. Los segundos, fallidos, pero también irrenunciables. Le rodea una familia pobre sobre la que planea la locura. El director Jean-Claude Lauzon, que moriría poco después, a los 43 años, plasma un guion sorprendente, lleno de ternura y de lucidez, de situaciones crueles y esperpénticas, de imágenes que pueden aterrar (un crío que está hasta arriba de droga se folla a una pobre gata mientras suenan los Rolling Stones), de una casi permanente voz en off contando lo que siente el pequeño Léolo, hablándonos de soledades inconsolables, del miedo paralizante, de momentos de exaltación, de la compasión hacia los tuyos, de la fuerza que proporciona la imaginación, de los intentos para demorar la tragedia. Y la voz prodigiosa de Tom Waits cantando Cold Cold Ground, acompaña frecuentemente a los sentimientos de ese niño tan prodigioso como resistente a su feroz destino.
Es probable que no vuelva a ver esas películas que hicieron Zulawski, Bertolucci, Mallick, y Lauzon. Ya no tengo el corazón para esos riesgos, para esa temperatura. Pero la huella que me provocaron será eterna.
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Muere en un accidente de avioneta Jean-Claude Lauzon, director de 'Léolo'
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