¿Dónde está John Oliver cuando más lo necesito?
No voy a rasgarme las vestiduras porque las plataformas apuesten por la telerrealidad, el deporte y las series clónicas, pero no deberían orillar ni hacer desaparecer sin dar explicaciones los pocos espacios que justifican sus elevadísimas tarifas


Me tranquiliza comprobar que a Marco Rubio ya se le ha borrado la cruz de ceniza de la frente. En mis tiempos escolares se desvanecían antes de volver al banco; la suya parecía pintada con Kanfort. De Rubio me sorprende menos su fe ostentosa que la sintonía que exhiben él y Trump después de decirse lo más grande en las primarias republicanas. Solo les faltó mentarse la gambita como Montoya y Manuel. Para entender el carácter veleidoso del presidente es útil The Apprentice. La historia de Trump (Movistar Plus+). No hay estreno reciente que aterre más, ni monstruo más espeluznante que el repulsivo hacedor de reyes que borda Jeremy Strong. No exageran, pueden comprobarlo en La historia de Roy Cohn (Max). Un judío homosexual fue uno de los susurradores más influyentes del pío partido republicano. La alemana Alice Wiedel no inventó la hipocresía.
A comprender la vida política norteamericana me ayuda John Oliver. Su Last Week Tonight, un informativo humorístico semanal, es mi luz de faro. No pone el foco en los temas candentes que abren los noticieros, va a lo supuestamente menor: los menús de los comedores escolares, el coste de los cuidados paliativos o las apps del tiempo. Gracias a uno de sus programas entiendo mejor la inquina de los conservadores por las agencias públicas de meteorología. En Estados Unidos hay empresas que presionan al gobierno para que los ciudadanos solo puedan acceder a la información sobre huracanes, tormentas o tornados previo pago. Para detectar la mezquindad no es necesaria ninguna aplicación.
El show de Oliver tiene como pieza central un monólogo de 20 minutos y ustedes se preguntarán cómo puede ser hilarante una perorata sobre cuidados paliativos. La explicación es lo que le ha valido más de 30 premios Emmy: investigaciones exhaustivas y un prodigioso equipo de guionistas que consiguen que uno se tronche y se indigne al mismo tiempo. Tan compatible como terapéutico.
Digo “me ayuda” y debería decir “me ayudaba”. No hay rastro de su última temporada ni en Movistar, la plataforma que lo emitía en España, ni en Max, a quien pertenece en Estados Unidos. Precisamente ahora, cuando más necesario es su humor inteligentísimo. No voy a rasgarme las vestiduras porque las plataformas apuesten cada vez más por la telerrealidad, el deporte y las series clónicas, pero no deberían orillar ni hacer desaparecer sin dar explicaciones los pocos espacios que justifican sus elevadísimas tarifas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
