‘Get Millie Black’, el primer (y muy potente) Jamaica ‘noir’ de la historia
Marlon James, el ganador del Booker por su epatante ‘Breve historia de siete asesinatos’, se pasa a la televisión e inventa a una detective de Scotland Yard que decide volver a casa, y ajustar cuentas con un pasado, y un Caribe, feroz
Marlon James, el escritor, nació en Kingston, la capital de Jamaica, en 1970. Sus padres trabajaban para la policía. Él era un buen estudiante. Cuando en 1991 se graduó en la universidad, se subió a un avión y se largó de allí. Huía, ha explicado en alguna ocasión, de la homofobia y de la pobreza, una precariedad congénita que jamás, dijo, le hubiese dejado despegar, ni como escritor ni como nada. Hoy es profesor en una universidad de Minnesota, ha publicado cuatro novelas, y una, monumental, extraña, noir, se alzó con el Booker el año 2015. Se titula Breve historia de siete asesinatos. Nada ha sido fácil, sin embargo. La primera recibió alrededor de 70 notas de rechazo de otros tantos sellos que hoy probablemente se pregunten en qué estaban pensando. O tal vez no. Porque el desequilibrio sigue intacto, como evidencia su muy potente primer asalto televisivo, Get Millie Black (Max), el primer Jamaica noir de la historia, con mayúsculas.
Olviden todo lo que saben del noir, o en este caso, quizá más del hard-boiled, ese policíaco clásico —el del detective privado entre el glamour y los bajos fondos— que para siempre encabezará Raymond Chandler, y prepárense para resituarse. Esto es Kingston, y no hay aparcamientos de lujo, ni siquiera aparcamientos, para el coche que conduce Millie-Jean (soberbia Tamara Lawrance), la ex detective de Scotland Yard que decidió regresar a casa —no fue el clima de Londres, por más que lo aborreciera, fue la necesidad de salvar a alguien insalvable: su hermana, una mujer trans que sufre la violencia de la vida en el Canal, un olvidado barrio marginal—. Todo lo que hay son descampados, y casas medio derruidas, y niños en la calle, y luego, mansiones repletas de blancos. Y como dice Millie, “detrás de cada familia de blancos hay el fantasma de un esclavo”.
Porque he aquí lo que debe reprogramarse antes de viajar al abismo que habita Millie Black, y la chica desaparecida, Janet Fenton —sólo tiene 16 años, pero el hijo de un tipo rico se ha encaprichado de ella, y ella está tratando de escapar a un padre que no existe y una madre que nunca ha ejercido de madre—, y Curtis, el compañero de patrulla de la protagonista —un detective gay en un país en el que no ser hetero sigue siendo un crimen—: cómo distinguir la paz, o eso que podría llamarse civilización, en un contexto en el que la violencia se acumula por capas, y, como dirían los animales de Rebelión en la granja de George Orwell, no importa por igual para unos y otros, porque hay ciudadanos, allí, “más iguales” que otros. Así, mientras Millie se indigna con el agente de Scotland Yard recién llegado para encontrar al hijo de la familia rica que se ha encaprichado de Janet —y que está, como ella, desaparecido—, su hermana sufre una desprotección aún mayor.
Porque la vida de una mujer trans en Jamaica no sólo importa menos que la de un hombre blanco, y la de una mujer negra, sino que la sensación es la de que vive por debajo de la ley —y de la propia sociedad—, y que está sola, porque ha osado seguir un camino proscrito. Ocurre que los hombres organizan batidas para intentar poner fin a cualquier desvío de la norma, propinándoles brutales palizas que a veces acaban con ellas. Y se diría que la cualidad principal de Get Millie Black es ese doble filo de denuncia —no lo olviden, uno de los ejes de la ficción criminal—, en esta época de true crimes, por completo oculto, o ausente, de toda historia con detective al frente. Eso, y el juego de pistas —el homenaje al detective que se abre camino a través de un ingenio basado en pequeños hallazgos: la clásica caja de cerillas—, tan, cada vez también, menos habitual en el género.
Y sí, Kingston. A la manera en que el último e imprescindible True Detective colocaba Alaska —y su noche eterna— en el mapa de la ficción criminal, Get Millie Black descubre su opuesto: una ciudad caribeña en la que siempre hace un calor infernal. La sudorosa y bruta capital de Jamaica, en la que el mundo parece vivir a un par de décadas, o tres, del presente. Y en la que una mujer —llegada del Londres del siglo XXI, el Londres, como ella misma admite, “con su racismo institucionalizado”— ajusta cuentas con lo inevitable —el pasado que no pudo ser otra cosa que lo que fue, y un presente rabiosamente injusto—, y parece alzarse, cada vez, la voz de su creador, Marlon James, contra todo aquello que no le gusta de lo que dejó atrás, y que sigue, ferozmente, ahí.
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