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COLUMNA
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La película biográfica de J. D. Vance es un tostón y no explica mucho

‘Hillbilly. Una elegía rural’ cuenta los traumas de infancia y juventud del hoy candidato de Trump a la vicepresidencia, que presenta como una historia de superación. Es tediosa y no ayuda a entender el malestar social que aspira a retratar

Una imagen de 'Hillbilly, una elegía rural': desde la izquierda, Haley Bennett, Glenn Close y Owen Asztalos, que interpreta al adolescente J. D. Vance.Foto: LACEY TERRELL / NETFLIX
Ricardo de Querol

Hay películas que se hacen largas, pero en esta miras el reloj antes de que hayan pasado 15 minutos. Hillbilly. Una elegía rural es un filme de Netflix basado en la autobiografía de J. D. Vance, y eso basta como gancho, ahora que el autor ha sido elegido candidato a vicepresidente en la papeleta de Donald Trump. Vance representa el futuro del trumpismo que ha tomado el control del centenario Partido Republicano. Es muy joven si lo comparamos con el resto de la élite política de EE UU: tiene 39 años, y tenía ocho menos cuando escribió el libro Elegía campesina: una memoria de una familia y una cultura en crisis, que fue un repentino superventas. Es un relato de su infancia y juventud que, ahí estaba su punto, retrata el malestar de la América profunda, la sensación de abandono de la población blanca de pueblos o ciudades pequeñas, el drama de las zonas desindustrializadas por la globalización. Los factores que explican que haya tanta clase trabajadora votando a Trump y a otras derechas populistas, aunque se dispongan a desmantelar los ya precarios servicios públicos que los protegen.

El libro de Vance es previo al inicio de su carrera política (en la que es un recién llegado: fue elegido senador en 2022) y le abrió las puertas de las tertulias de la CNN. La película es de 2020, y los nombres que la firman tienen nivel: el director es Ron Howard, las actrices principales son Glenn Close y Amy Adams. Los tres han trabajado en películas mucho mejores. Esta se hace tediosa, y la crítica la vapuleó sin piedad: tiene una estrella, de cinco, en la media que calcula Rotten Tomatoes.

Respecto al libro, la película sortea lo que haya de pensamiento político. Y entonces nos perdemos lo interesante, por reaccionario que sea su discurso. Nos quedamos solo con un drama lacrimógeno sobre las desdichas de este niño y joven criado entre Kentucky y Ohio, y sobre su afán de superación. J. D. Vance, en efecto, tuvo una infancia dura, porque su padre estaba ausente y la madre cayó en la adicción a la heroína, perdió su empleo de enfermera y acabó en la pobreza y la marginalidad. Al adolescente Vance lo vemos rebelarse contra la situación y, cuando en algún momento empieza a rodearse de malas compañías, da un paso decidido para instalarse con su abuela, una mujer igualmente pobre, y con arrebatos violentos, pero muy enérgica (Vance presume ahora de que tenía 19 armas cargadas en casa cuando murió).

En otro plano temporal, tenemos al joven Vance en la muy elitista Universidad de Yale y en sus inicios profesionales tras graduarse en Derecho. En los ambientes más selectos él hace gala de su orgullo de hillbilly, como se llama a la población de los Apalaches, y cuida de su madre lo que ella no cuida de sí misma. La narración no sigue su biografía más allá, y eso que habría material: sirvió como marine en Irak, fue inversor de capital riesgo en Silicon Valley, se hizo millonario y su ascenso en política ha sido meteórico.

La película contiene mensajes del gusto conservador: la reivindicación de la familia, porque hasta la más disfuncional posible se salva si está unida; la meritocracia, esa palabra tan gastada para justificar la inequidad; la guerra contra las drogas; la denuncia de la burbuja de las élites urbanas. El contexto del declive industrial del llamado cinturón del óxido, que marca el libro, apenas aparece aquí como paisaje de fondo, el de esas plantas siderúrgicas abandonadas. Tampoco se entiende a quién hay que culpar del entorno problemático de este chico, tan creyente en la responsabilidad individual.

En todo el mundo crece la brecha entre la visión política mayoritaria en las ciudades (es absurdo identificarlas con las élites) y la de las periferias que se sienten excluidas. Nada que pase solo en EE UU: se ha visto en Francia, en el Reino Unido, en Alemania, en Polonia o en México. Las grandes urbes son hoy el sostén del progresismo (una de las pocas excepciones es Madrid, bastión de una derecha libertaria) y los que viven lejos de ellas se entregan a la derecha dura. Hay mucho que reflexionar sobre esa fractura social. El libro de Vance quizás aporta algo a ese debate, pero la película se queda en una exhibición, casi pornográfica, del hundimiento personal de una madre y en una inmodesta presentación del propio Vance como un héroe hecho a sí mismo. El final feliz llegó hace unos días: Trump eligió a J. D. Vance como su número dos y la madre, Bev Vande, que lleva diez años rehabilitada, pudo presenciarlo orgullosa en la Convención Republicana y fue ovacionada.

Puestos a buscar una descripción sociológica del malestar de tantos territorios, se entiende mejor cualquier libro del francés Michel Houellebecq. Quien dice en esta entrevista: “Me compré una casa en el campo. Ya no hay médicos (...). Es un fracaso enorme. Hay geógrafos que lo han teorizado. Ahora el mundo será una red de megalópolis, y el resto nos da igual, ahí la gente vive como puede”. Ese párrafo ayuda más a entender que las dos horas, se hacen largas, de Hillbilly.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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