‘Bellas Artes’: CaricaturizArte
La serie creada por Gastón Duprat y Mariano Cohn y protagonizada por Óscar Martínez pasa del atractivo y chispeante tráiler que la promociona a la planicie según avanzan sus capítulos
Sala 14 del Museo del Prado. Un hombre postrado ante el Cristo crucificado de Velázquez reza en silencio sin inmutarse por el ir y venir de los visitantes. Bandeja de entrada del correo electrónico de una funcionaria de uno de los 16 museos estatales (los gestionados directamente por el Ministerio de Cultura). Un mensaje con una petición: la de una pareja que quiere hacerse un reportaje de fotos de boda en ese museo. Vitrina de la Dama de Elche en el Museo Arqueológico Nacional. Un vigilante de sala retira una postal que han dejado allí los alumnos de un colegio del municipio alicantino. “¡Te echamos de menos!”, se lee en la carta que reclama que la figura íbera regrese al lugar donde fue encontrada. Los tres casos son reales y ninguno aislado. Todos podrían haber sido usados para Bellas Artes, las serie de Movistar Plus+ creada por Gastón Duprat y Mariano Cohn.
Los profesionales del ámbito museístico y artístico la esperaban con ganas. A todos nos gusta que hablen de nosotros. Que nos retraten y que salgamos bien, pero... ¿y si ese retrato es una caricatura?, ¿y si esa caricatura no está bien rematada? Se puede pasar de la risa al desastre, a sentirse ofendido. Y en Bellas Artes se pasa del atractivo y chispeante tráiler que la promociona —cual efigie de Frans Hals— a la planicie según avanzan sus capítulos (seis episodios de una media hora cada uno, lo que facilita que, con más o menos interés, se vea entera). Al final, y tras una sucesión de clichés del mundo del arte, casi un seis y un cuatro, la cara de tu retrato. Pero también hay que saber reconocerse, los tópicos suelen responder a algo.
¿Es necesario que los proyectos, programas o actividades que tienen relación con el arte se llamen paseArte, inspirArte...? ¿No se puede ser más creativos en un mundo en el que precisamente se trabaja con la creación? En la ficción: DestapArte es el colectivo que ataca reiterativamente una escultura situada en las puertas del museo para criticar y hacer visible la conducta reprobable y misógina del autor. En la realidad: la semana pasada el Ministerio de Cultura y la UNED pusieron en marcha DigitARTE, una formación en capacidades digitales para profesionales de la cultura. O las becas formARTE (alabadas sean), también de este ministerio. Y hay ejemplos hasta hartarse. Entiéndase y perdónese, por tanto, el titular de este texto, pretende ser una caricatura.
De una forma más o menos buscada la serie aborda temas de actualidad en el sector cultural: ¿se puede o se debe separar la obra del autor? ¿Hay que juzgar un trabajo según la categoría personal de quien lo ha hecho? A Duprat y Cohn me remito. El cubo blanco, ese gran contenedor: el Museo Iberoamericano de Arte Moderno (MIDAM, las siglas no podían faltar; en la realidad tampoco: MoMA, IVAM, CA2M, MALBA, CCCB...) es el centro en torno al que gira la ficción y lleva la globalización en sus cimientos, ni un rasgo de personalidad en el edificio, está situado en Madrid, pero podría esta en Shanghái o en Dallas. Y al final el mundo (el planeta y el del arte) es un pañuelo y nos conocemos todos. El saludo entre Antonio Dumas, el director del museo interpretado por Óscar Martínez, y el comisario es una prueba: “Te conozco”, le dice. Y en ese “te conozco” se incluye: y tengo una opinión sobre tu trabajo. ¿Ficción o realidad?
Algunas de las historias de los artistas y sus obras que se cuentan en la serie no distan demasiado de la intención de la Bienal de Venecia, la gran cita del arte contemporáneo que acaba de inaugurar su 60ª edición y cuya exposición principal se titula Foreigners Everywhere (extranjeros en todas partes). Salvando las distancias y sin olvidar que Bellas Artes es televisión y una caricatura. Y esa es la pena porque esta caricatura tenía intención de divertir y va decayendo. Se esperaba más de los creadores de El encargado. Y hay tintes mordaces y de incorrección política en Dumas, pero no los suficientes para considerar redondo este retrato. Una sucesión de sketches cuya cadencia disminuye según avanzan los capítulos. Y eso no es lo más conveniente para fidelizar al público, algo fundamental tanto en museos como en series. “Un museo para todes”, dijo una de las personas que optaban al puesto de director (en la ficción). Un museo como nosotr@s, dice uno de los programas de un museo madrileño (en la realidad). Uno delante de un espejo, a veces se reconoce; otras, se rechaza, pero también pueden suceder las dos cosas a la vez.
Mientras tanto, parafraseando a Banksy: la salida está por la tienda de regalos.
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