La orgullosa ignorancia de Mario Vaquerizo
Mario Vaquerizo, tan polémico, es hoy odiado por su antiguo público y alabado tanto por expolíticos como por periodistas de los que brincan de fiesta en fiesta
Ana Rosa Quintana nos prometió, para su nuevo programa, innovación, rigor, y futurismo. Y bueno, han pasado 20 días y tienen a… Mario Vaquerizo en esa lista de colaboradores a la que se puede tildar de muchas cosas, pero no de innovadora o futurista. Tenemos entretenedores, influencers, bocachanclas, y un torero. Y Vaquerizo, tan polémico, es hoy odiado por su antiguo público y, mientras, alabado tanto por expolíticos como por periodistas de los que brincan de fiesta en fiesta al asalto de la copichuela gratuita y del famoso. Hermosa simbiosis. Mario, hay que reconocerlo, siempre ha sido más listo que nadie, sobre todo cuando toca hacerse el tonto.
Dijo el jueves pasado que a él le encanta la contaminación. Una forma frívola de expresar la necesidad de utilizar el transporte, público o privado (aunque supongo que Mario es más de Uber) a la hora de hacer una visita familiar o lo que se tercie. Vaquerizo estuvo, hace muchos, muchos años, en Noche sin tregua, donde entre risotadas animó al público a piratear su disco. Vaquerizo es, ante todo, famoso: polifacético, bienqueda. Ahora ha dado un paso hacia otro público menos numeroso, pero que seguro paga mejor que aquellos medios que le encumbraron. Es consecuente con su propio personaje, y quién sabe si con su fuero interno (dos enigmas hay en España: Garabandal y Mario Vaquerizo).
Su simpática charlotada sobre la contaminación contó con un coro de palmeros partiéndose de risa mientras Ana Rosa controlaba el ruedo alzando la ceja. Risas de quienes saben que aplauden una barbaridad, pero una barbaridad que da muy bien de comer. Ay, Mario, cómo eres. Las barbaridades entre amigos son divertidas. Las barbaridades en la tele siembran más ignorancia, por si teníamos poca. El problema no es que Mario Vaquerizo sea (o se haga pasar por) un ignorante, sino que se le dé un altavoz para trivializar sobre cosas serias en una época de orgulloso analfabetismo.
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