Tremendo pulso entre Évole y Yolanda Díaz
El periodista apuesta fuerte, acorrala y encalla, mientras la líder de Sumar muestra, a la vez, con transparencia, sus fortalezas y sus debilidades
“Entre usted y yo existe cierta sintonía”, le dijo Jordi Évole a Yolanda Díaz apenas comenzó el programa emitido este domingo en La Sexta. Y los espectadores, pensamos: “Uy, cuidado”. Cuando el periodista catalán, con su estilo casual y su abrazo con puñales envuelve, el peligro para el entrevistado se huele. Luego le contó una anécdota que tuvo con Alfredo Pérez Rubalcaba, en la que se habían planteado algo similar y más o menos, el líder socialista, uno de los políticos más sagaces de la historia de España, acabó arrepintiéndose de haber aceptado el reto.
Así que, a base de ese tono cercano y ambiguo, informal pero cargado de dinamita, el programa empezó con un aviso. Quien lo conoce, sabe a qué se expone. Y hoy es el día en que aun los espectadores seguimos preguntándonos cómo es posible que quienes se la juegan en algo, acepten ir. Ese plató ambulante es un campo de minas.
Esta vez, el escenario era un restaurante japonés. Buscaron una introducción de mafia Yakuza para anunciar lo que sería el nudo gordiano al que nos íbamos a enfrentar: una división interna de familia que clamaba por la unidad. En eso andan también las fuerzas progresistas hoy en España, salvo el PSOE, y nótese que no digo a la izquierda del mismo, porque Yolanda Díaz aspira a rascar en todo el espectro, incluso captar en el centroderecha. ¿Por qué no?
Sirvieron un menú ligero, pero no probaron bocado. El sushi esperaba sobre la mesa. Yolanda Díaz avisó de que no comía carne, quizás, con la esperanza de no ser devorada. Llegó con una camisa en azul claro que le trae suerte porque se la ha regalado su padre. Sí, Suso Díaz, el histórico sindicalista gallego, que le manda a menudo paquetes con ropa desde Ferrol, para que no se sienta tan sola en Madrid y perciba el abrigado abrazo de su progenitor.
Yolanda llegó nerviosa de un consejo de seguridad en el que había coincidido con el Rey. Évole lanzaba pelotas de calentamiento sencillas de responder y en las que intentó que ella se sintiera cómoda. Al rato le saltó lo de la sintonía y eso, en cierto modo, ya descolocó las piezas. En la mente de la líder de Sumar, probablemente se encendió un mecanismo de defensa: ¿Por dónde tirará?
Hablaron de Pedro Sánchez… Todo bien, salvo que en su nada disimulada transparencia, probablemente se les escaparon afirmaciones o reacciones nada deseadas. Díaz dejó claro que tanto él como Pablo Iglesias le parecían en ciertos aspectos machistas en los modos de hacer política. “Muy masculinos”, matizó después. Évole olía sangre. Pero esa posición le conviene, porque ella aparece dentro del espectro progresista para ejercer un liderazgo alternativo a quien da puñetazos sobre la mesa y coloca encima sus atributos a la brava.
¿Son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dos killers? “Ellos se entienden bien en la forma de hacer política, ahí la que distorsiona soy yo”, afirma Díaz. La misma que en el acto de presentación de Sumar había dejado claro: “No soy de nadie, las mujeres no somos de nadie”. Una frase que puede marcar un antes y un después en la izquierda, tradicionalmente entregada a ser liderada por hombres.
También dijo que le había parecido una falta de respeto el hecho de que Iglesias en su día la designara a dedo. “Te voy a joder la vida”, le dijo metafóricamente. Ahí Évole entró a matar. Muy hábil y con gracia. “Lo que no le dijo es que tanto…”. Pasó del símil brutal a la realidad actual del asunto, porque realmente, desde el liderazgo disfrazado en Podemos, Iglesias lo que anda, es jodiendo.
Nada de relatos
¿Por qué? Ahí encalló todo. Évole pasó del esgrima al hachazo. Media hora de programa versó sobre ese asunto y poco más. Un pulso dramático en el que el periodista no parece que sacara lo que buscaba, pero la política sí dejó unos cuantos mensajes contundentes: dos no se ponen de acuerdo si uno no quiere; que sabe cuándo la ataca cada vez que alude a ella en las redes sociales o en sus diatribas mediáticas; que está cansada de tutelas; que, con lo inteligente que es, anda hecho un gruñón; que no se puede pedir la unidad a torta limpia; que su gente no entiende que no caminen juntos…
Desde hace tiempo, Iglesias ha pasado del idealismo al nihilismo. Es decir, si de alguna manera hubo una época en la que albergó en sus discursos y acciones intenciones transformadoras, las de ahora son brutalmente destructivas. ¿Por narcisismo? ¿Por mala digestión de lo que ha podido representar en su espectro? ¿Por no soportar que la alternativa a sí mismo congregue más unión de lo que él mismo fue capaz? Da lo mismo. El caso es que aquella mujer por la que él, con visión y conocimiento de sus cualidades, apostó, se ha convertido en una referencia. No solo en una esperanza.
Porque lo que se puede esperar de Yolanda Díaz resulta comprobable. Se trata de una figura que denigra de lo que llaman relato, ese artificio preferido por los politólogos en boga. El cuento habría que decir… Las promesas, las argucias, las mandangas. Díaz basa todo su arsenal en hechos, en resultados a través de los cuales arma después argumentos propios incontestables, basados en su propia acción. Nada de relatos. Y el suyo es un legado enorme, labrado en pocos años, con las circunstancias más desfavorables encima. Por eso, cuesta desarmarla. Évole lo intentó en la última media hora de programa. A punto estuvo, pero encalló.
Antes le había picado con cierto arte: “Usted dijo que no quería ser ministra, ni vicepresidenta, ni candidata, ¿no sería de aquellas que salían de los exámenes diciendo que le había salido fatal y luego sacaba nota? Porque eso daba mucha rabia”. Un puro dardo marca de la casa.
La persistencia en querer buscar su parte de culpa en la guerra contra Podemos hizo desaparecer su nerviosismo. Ya antes vimos a una Yolanda Díaz dura, pero con ideas claras sobre la guerra de Ucrania: a favor de la defensa del agredido y sin dudas sobre quién es el agresor, sin hacerse líos retóricos de izquierdismo trasnochado anterior a la caída del Muro. También en contra del ministro Marlaska y de la nueva política referente a Marruecos y el Sahara.
Hubo interludios simpáticos. Llamaron a Alberto Casero, el diputado del PP que al equivocarse hizo que saliera adelante la reforma laboral para darle las gracias. Maruja Torres terció pidiendo que sonriera menos. A la líder de Sumar le resulta genéticamente imposible, pero Évole le borró la alegría dejando al desnudo su transparencia. Un arma que le beneficia porque saca a relucir ideas claras, fundamento, dureza pero también sensibilidad, lo que le duele, lo que le preocupa, con un viso de autenticidad poco común. Sin poses, ni artificios.
El drama acabó, como no, con sonrisa. Pero el espectador se quedó con ganas de saber algo más sobre los aspectos íntimos de una mujer que aspira a ser presidenta del Gobierno. No tanto de las armas que día a día la vemos emplear para defenderse contra esa política de machos alfa. ¿Quién es Yolanda Díaz? ¿Qué lee? ¿Qué ve? ¿Qué escucha? ¿Cómo carga con ese saco de contradicciones y paradojas que le empuja a decir que no quiere, pero al final se convence de que debe? ¿Qué le enseñaron sus padres? ¿Qué aprende de su hija como madre? ¿Qué cree del amor? ¿Cuánta vida exprimió en su trabajo como abogada laboralista…?
El metraje se dirigió hacia otro puerto, más estéril, antipático y abrupto, pero en ese sentido, al final, cabe preguntarse, ¿cuándo tendremos un Programa de Évole en que apriete tanto a Pablo Iglesias —líder verdadero de esa facción— para que nos explique por qué está dispuesto a destruir lo que en parte los suyos han logrado empeñándose en desunir a la izquierda?
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