¿Vivimos ya en un mundo ciberpunk (o posciberpunk)?
La serie de ‘anime’ ‘Cyberpunk: Edgerunners’, en Netflix, basada en un videojuego, abre la reflexión sobre este género de ciencia ficción y sobre el futuro que estamos construyendo
Es posible imaginar un mundo donde la tecnología se ha hecho central en la existencia de la especie humana, incluso llegando a modificarla físicamente, pero no ha cumplido sus promesas de emancipación, sino al contrario: ha ahondado en la concentración de poder de las élites y el crecimiento de la desigualdad. Un mundo donde las grandes corporaciones son más poderosas que los Estados. Un mundo poblado por hackers, cíborgs, luces de neón, ingeniería genética y pelos de colores, en el que la frontera entre la realidad física y la virtual se vuelve cada vez más borrosa y en el que la inteligencia artificial es cada vez es más poderosa y amenazante. Es la descripción del mundo que proponen las distopías ciberpunk. Pero, bien mirado, también podría ser la descripción del mundo en el que vivimos ahora mismo.
La serie de anime Cyberpunk: Edgerunners está teniendo éxito en Netflix: la historia transcurre en la ficticia ciudad californiana de Night City durante el año 2077, un escenario ciberpunk canónico, con sus modificaciones corporales, sus coches voladores, su crisis de vivienda, sus ambientes violentos y delincuenciales y sus grandes empresas (las también ficticias Arasaka y Militech), que manejan los designios de una sociedad desestructurada. Mucha oscuridad y muchos colorines dentro de esa oscuridad.
Ahí un chaval dominicano, David Martínez, se convierte, después de la trágica muerte de su madre y mediante una transformación corporal, en un mercenario tecnológico de alto nivel (un edgerunner). Todo con el fin de escapar de la pobreza, el mismo objetivo que perseguía su madre, matándose a trabajar, sin éxito. La serie está basada en el videojuego Cyberpunk 2077 (que comenzó causando gran decepción, pero que está ganando seguidores, en parte gracias a la serie), que estaba basado, a su vez, en el juego de rol clásico Cyberpunk 2020, creado cuando esa era una fecha que sonaba futurista, y nadie esperaba una pandemia.
El cielo era del color de una tele desintonizada
El género tiene su historia: surgió en los ochenta de la mano de novelistas como William Gibson (autor del clásico Neuromante, que comienza: “El cielo sobre el puerto era del color de un canal desintonizado en la pantalla de una televisión”, en una muestra de poesía tecnodecadente) o Bruce Sterling, que se dedicaron a generar una mezcla de novela negra con las características distópico-tecnológicas antes señaladas. Algunos animes clásicos del género son Akira o Ghost in the Shell. Para el gran público, tal vez la puesta de largo del ciberpunk fuera la película Blade Runner, y luego otras como Desafío total, Robocop, Terminator o Matrix.
A pesar del futurismo que se le presupone, lo ciberpunk recuerda mucho a nuestro presente porque este cumple casi todos los presupuestos: el naufragio social, el control corporativo, el predominio tecnológico, la batalla en el campo de la ciberseguridad, las relaciones a distancia, el amanecer de la inteligencia artificial, la difuminación de la realidad física, la ausencia de futuro. Se impone una cruel lucha por la supervivencia, como si los mayores avances de la civilización, que consistían precisamente en la moderación de ese espíritu competitivo, estuvieran experimentando un fuerte retroceso. La única diferencia, aunque muy notable, es la estética: el mundo ciberpunk se nos presenta como nocturno y decadente, donde el inusitado progreso tech convive con la degeneración moral y social. Está poblado de personajes desesperados y solitarios, de suciedad y vicio, de violencia.
El mundo real, por mucho que algunas tribus urbanas quieran vestirse al modo ciberpunk (en una especie de profecía autocumplida), se nos propone, en cambio, como hiperdiseñado y limpio, dibujado con formas suaves y amables que generan un ambiente relajado y optimista, plagado de promesas de éxito y de pensamiento positivo al estilo Mr. Wonderful. Los logotipos, diseños y mensajes de las corporaciones que controlan nuestras vidas son alegres y coloridos. En definitiva: es como si a una realidad distópica se le hubiera colocado una carcasa utópica para ocultar una realidad de decadencia y explotación. Una idea conspiranoica que, por cierto, tiene mucho de ciberpunk: es, mutatis mutandis, el argumento de Matrix.
Más allá del ciberpunk: el posciberpunk
Es posible que la realidad haya adelantado al ciberpunk, llegando a una especie de posciberpunk. Es lo que opina el ensayista estadounidense Edmund Berger, autor de Aceleración, corrientes utópicas desde Dadá a la CCRU (Enclave de Libros), que toca en su obra algunas cuestiones relacionadas. Preguntado por el asunto, Berger señala una representación del posciberpunk en la película Origen, de Christopher Nolan: “Es una versión bastante obvia de Neuromante, pero los cowboys han sido reemplazados por agentes corporativos y mercenarios, ataviados con atuendos de negocios y volando en primera clase”. El ambiente extraño del ciberespacio es reemplazado por paisajes oníricos curiosamente familiares. “En el posciberpunk, el punk es degradado o eliminado por completo; lo que queda es el brillo que a nuestro orden corporativo contemporáneo le gusta autoproyectar, aunque aún se conserve la oscuridad en los bordes de la imagen”, según Berger.
Es decir, que lo ciberpunk ya habría integrado el disimulo y ahora parecería más bien un congreso de Ciudadanos, cuando el partido iba bien, se entiende. Todo ello rodeado de hormigón vagamente brutalista, paletas de colores en tonos grises, y espacios amplios, abiertos y generalmente vacíos, como las plazas duras que se proyectan en las ciudades desde finales del s. XX. “Invoca una prisión o una burocracia silenciosa. Es frialdad y funcionalidad y tal vez aburrimiento, banalidad, el vacío de la estética”, explica Berger. Un discurso muy inquietante, como si el ciberpunk se hubiera engullido a sí mismo, una vez más, en una lógica de ocultación tipo Matrix. Por cierto, una de las características más angustiantes de la serie Cyberpunk: Egderunners es la siguiente: que no hay sanidad pública. En eso estamos.
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