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Columna
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Porterías

Sonrío y río con ‘El encargado’, esa taxidermia sobre amos y esclavos que pretenden mantener las formas, los esclavos mucho más listos que los dueños

Guillermo Francella, en el segundo episodio de 'El encargado'.
Carlos Boyero

Le pregunto con desesperación a mi amiga Natalia Marcos, alguien tan profesional como buena persona, qué serie puedo ver sin necesidad de dormirme o de cortarme las venas. Algo que sea original, visible y audible. Y no compartiendo idénticos gustos, es tan honrada que me asegura que puede gustarme mucho El encargado, una serie de Disney+ que viene firmada por Gastón Duprat y Mariano Cohn, dos señores argentinos que han realizado en cine El ciudadano ilustre y Competencia oficial, dos tipos que acreditan poseer cuchillas en el cerebro, convencidos de que los seres humanos son complejos y que pueden adentrarse con gracia en la vileza cuando lo exige la supervivencia. Inventan diálogos y situaciones sabrosas, poseen agradecible mala hostia, son especiales.

Y sonrío y me río con frecuencia en su serie. Lo de titularla El encargado me resulta amorfo y precavido. Se centra en un portero, término que puede parecer despectivo, aunque también podrían llamarle conserje, sin ofender a los aludidos. Y me cuentan que hubo declaraciones del gremio en Argentina contra la imagen que daban de ellos en esta serie. Con perdón, yo lo disfruto mucho. El protagonista es el portero de una comunidad de lujo en Buenos Aires. Lo sabe todo de los inquilinos, pero estos pretenden largarle. Misión imposible para su maquiavélica inteligencia.

Sonrío y río con esta taxidermia sobre amos y esclavos que pretenden mantener las formas, los esclavos mucho más listos que los dueños. Puedo sumar esta serie al placer que me han proporcionado las excelentes The White Lotus y The Romanoffs. Mi inteligencia se siente respetada con ellas.

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