Fanatismo por mandato del cielo
A los Lafferty, mormones modélicos, Dios les pidió que dejasen de pagar impuestos y se acostasen con menores. También que asesinasen a su cuñada y su bebé de 15 meses. Obedecieron
En el relato Un día en la vida de una cervatilla, Woody Allen ofrece una visión del sacrificio de Isaac que termina con Dios abroncando a su siervo por ser demasiado literal. ”Nunca sé cuando hablas en broma” le responde un afligido Abraham.
A los hermanos Lafferty, una familia mormona modélica, Dios les dijo que dejaran de pagar impuestos y se acostasen con menores. Este desatino podría formar parte de un relato humorístico como el de Allen, pero es una historia real. También les exigió que asesinaran a su cuñada y su bebé de 15 meses. Obedecieron. El delito de Brenda Lafferty, una mormona moderada, esas a las que se les permite hacer cosas como trabajar o incluso tener opiniones, era denunciar la radicalización de los Lafferty, el de la niña, existir. Lo cuenta Por mandato del cielo (Disney+), una serie demoledora entre cuyos aciertos está desgranar los rudimentos de la fe mormona, a cuyo fundador, Joseph Smith, un adolescente con antecedentes por estafa, se le aparecieron Dios y Jesucristo para revelarle que la única religión verdadera se había escrito sobre planchas de oro en un idioma que sólo él podía traducir gracias a unas piedras videntes. Podría ser uno de los disparates de Carlos Jesús, aquel “mesías intergaláctico” al que Cristo se le apareció en una churrería, pero es el origen de un credo que cuenta con 15 millones de fieles.
No hace falta una observación rigurosa para detectar que todas las religiones se basan en premisas absurdas, magia de lejos para obtener fácil acceso a poder, dinero y la voluntad de las mujeres. La idea de que, de existir un ser que ha creado lo que apenas podemos intuir a través del James Webb, éste se preocupe de que los habitantes de un minúsculo planeta coman o no animales de pezuña hendida o combinen dos clases de tejido en su atuendo, —el Levítico es desconcertantemente preciso en sus vetos— es ridícula. Y sería hilarante si no vertebrase la vida de millones de personas y entre sus daños colaterales estén la muerte de una mujer en una comisaría de Irán o el apuñalamiento de Salman Rushdie. Casi resulta naif a estas alturas del cuento alertar de los peligros de la religiosidad, cualquier religiosidad, de ahí los escalofríos que me provoca escuchar a mujeres jalear “la universalidad de la cruz” u organizar quedadas para rezar un rosario que aunque para algunas sea una joya, es una soga para todas.
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