Bad Bunny, cuando lo musical es político
El puertorriqueño se vale de un género tan hedonista como el reguetón para denunciar el expolio que en su país sufre lo público y corrobora que se puede hacer canción protesta sin ser un plasta


Siento especial simpatía por Bad Bunny desde que hace unos años un salón de belleza de Oviedo se negó a hacerle las uñas por ser hombre. “¿Estamos en 1960?”, se preguntó estupefacto, ajeno a que, en la ciudad en la que vivo, los sesenta son el futuro y cuando se escucha “género fluido” se piensa en satén o viscosa.
De la calidad musical de Benito Antonio Martínez Ocasio que opinen los expertos. Mi Spotify —lo imagino con una antropomórfica sonrisa torcida— me obliga a callar recordándome que las artistas más reproducidas de mi playlist son Sonia y Selena. Lo que no admite matización es su éxito descomunal, las ventas millonarias, los conciertos abarrotados. Dos años lleva siendo el músico más escuchado en streaming y le llueven premios que hasta ahora ignoraban la música en español. Y sin que Puerto Rico haya tenido que crear una oficina ad hoc.
Tampoco deja dudas su compromiso social, ya no queda nada del pendenciero misógino que fue. Ha virado su discurso hacia el feminismo, la inclusividad y la lucha contra la homofobia y la transfobia y no parece marketing, se siente genuino, o tal vez es el mejor actor puertorriqueño desde Raúl Juliá. Constata también que no es imprescindible la tibieza política para conquistar el éxito global; su último videoclip, El apagón, incluye un documental firmado por la periodista Bianca Graulau en el que denuncia el insostenible expolio que en su país sufre lo público en beneficio de las empresas extranjeras. Los agraviados citan a Ganivet, “cuando los de abajo se mueven los de arriba se caen”, se nombra a los culpables, se desgranan datos y se baila. Bad Bunny se vale de un género tan hedonista y bullicioso como el reguetón para la denuncia social y corrobora que se puede hacer canción protesta sin ser un plasta.
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