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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Walter White es mucho peor persona que Tony Soprano

El repaso de dos clásicos como ‘Los Soprano’ y ‘Breaking Bad’ es gozoso, terrible y confirma la certeza de que uno asiste a dos obras de arte plenamente vigentes

Jesús Ruiz Mantilla
Bryan Cranston como Walter White en 'Breaking Bad'.
Bryan Cranston como Walter White en 'Breaking Bad'.

La sobreabundancia puede llevar a crisis de vacío creativas. Ocurre estos últimos años en parte con las series de televisión. Andábamos mal acostumbrados en la primera década del siglo XXI, la dorada del género. El exceso descuajaringa la originalidad. Las ideas se venden baratas. Hace aguas el riesgo. Eso te hace refugiarte en el gusto de repasar, de revisar (lo que un pedante afectado de anglicismo crónico diría revisitar). Volver a los títulos que ya son clásicos. Y de ahí esta comparativa entre Los Soprano y Breaking Bad a través de sus protagonistas. No hace falta un doctorado en psicología para llegar a la siguiente conclusión: Walter White es mucho peor persona que Tony Soprano. De lejos…

Empecemos por el mafioso de Nueva Jersey. Los códigos, el ambiente, Livia, su madre, el cabrón del tío Junior, la carga de ser un padre de familia que desea cortar los lazos del destino cara al futuro de sus hijos con algo de prestigio y los estudios que él no tuvo… La culpabilidad y la devoción que siente por Carmela, su mujer, la presión del liderazgo, las cuitas de la banda y el enfrentamiento con otras familias, el fanfarrón de su sobrino, sus cuñados psicópatas y su hermana tocapelotas. El donjuanismo como otra obligación más de macho alfa, ese dar la talla cara al sexo contrario, le conducen a una depresión, le producen desmayos, crisis de ansiedad. Reniega de su supuesta hombría con discreción y decide visitar a una psiquiatra, la doctora Melfi. No entiende, no se entiende.

Tony es un títere dentro de un mundo en que no encaja. Un universo que trata de desentrañar en camiseta y trajes a medida, comiendo pasta y a medio camino entre los misterios de su nevera o los documentales históricos que se traga endulzando las batallas con helado en la televisión. Ese es su refugio seguro, su base puertas adentro, ya no puede confiar ni siquiera en salir a la piscina o prender la barbacoa. Más allá de ese mundo interior decorado con Lladró, se pierde. Decide desentrañarse, mejorar, comprender, pero es demasiado servil a sus instintos y a sus propias leyes. Porque sí, porque así ha sido siempre, aunque algo le diga que debe frenar, transformarse, conocerse más allá de los propios mandamientos que le atosigan y liberarse de sí mismo para trascender hacia una figura que le permita mirarse en el espejo.

James Gandolfini como Tony Soprano en 'Los Soprano'.
James Gandolfini como Tony Soprano en 'Los Soprano'.Anthony Neste (AP)

Walter White emprende el viaje contrario. Parte de la dignidad y el respeto que le profesan los demás y con el que no está conforme para perderse en el infierno. Es Fausto. Al completo. Tanto como Jekyll y Hyde. Parece que Vince Gilligan, su creador (que proviene de la inmensa cantera de guionistas visionarios que crearon Los Soprano, con David Chase a la cabeza y Matthew Weiner o Terence Winter, entre otros talentos descomunales en el equipo), conoce perfectamente que el pacto con el diablo del personaje mítico lo hizo no en pos de la eterna juventud, sino de no poner barreras éticas ni morales a la ciencia.

La química pasa del ideal mediante el que Walter White es capaz de explicar la nobleza y la belleza del mundo con ayuda de Walt Whitman y sus Hojas de hierba al elemento mediante el que Heisenberg se corrompe a sí mismo y destruye todo lo que le rodea para vengar su propia frustración. El trasunto del creador del principio de incertidumbre, el científico que puso las bases de la física cuántica es el nombre que elige el protagonista para su metamorfosis. No hace con ello sino ensuciar sus iniciales, W. W., clavadas no por azar al del más grande poeta norteamericano. Es un yin y un yang magistral que conduce gran parte de la serie.

Ese descenso lo realiza White basándose en dos características que aumentan su capacidad miserable: su propio ego y el placer que le produce infligir daño. Ambas variantes multiplican su veneno. Todo eso le arrastra y le confiere una satisfacción que le pierde. Porque es el gozo de la perversión, del poder, de la venganza hacia un mundo que le negó el éxito y que él se ha decidido a contaminar mediante el tráfico antes de que lo venza la enfermedad. Cuando cruza la línea prefiere dejar una huella maligna antes que un recuerdo feliz. Porque la bondad en él se diluye sobre la base de su propia fórmula para fabricar droga, cocinada entre máscaras protectoras y delantales, pero en calzoncillos.

Aaron Paul como Jesse Pinkman y Bryan Cranston como Walter White en una escena de 'Breaking Bad'.
Aaron Paul como Jesse Pinkman y Bryan Cranston como Walter White en una escena de 'Breaking Bad'.Foto de promoción

Para eso abunda en la avaricia, pero sobre todo en la mentira. Son dos pulsiones que no se plantea apartar de sí, sino más bien en llevarlas al límite grotesco de sus propias posibilidades. El personaje es tan poderoso que arrastra la primera visión de la mano de Bryan Cranston. Al repasarlo lo pierde todo ante los ojos del espectador, mientras que Tony Soprano en el cuerpo del gran James Gandolfini es tan auténticamente carnal, tan paradójicamente humano, que gana. La brutalidad en caso del mafioso es, en gran parte, una condena, un determinismo, un destino marcado, mientras que en el profesor se trata de una elección. Consciente. Walter no merece a nuestros ojos una segunda oportunidad: lo condenas. Es absolutamente deleznable. Tony, en cambio, sí.

Más si a la segunda te dejas llevar en el universo descarnado de Alburquerque por la fragilidad y el desamparo de Jesse Pinkman, los códigos morales y la astucia de su cuñado Hank, incluso por los malabares de Saul Goodman y las tentaciones finalmente redimidas de Skyler, su esposa. A él, al gran brujo, al siniestro demonio de Walter White, en cambio, lo llegas a detestar completamente. Eso si resistes de nuevo la revisión. Porque Breaking Bad, como Los Soprano, es una obra maestra, desde luego, pero se trata quizás de la serie más descarnada y desesperanzada con la condición humana que se haya concebido hasta el momento.


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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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