Deferr
El naufragio de uno de los atletas más grandiosos que ha dado este país da para una película o una novela
Tiene pinta inquebrantable de tío de la calle, un punto macarra, las orejas y la nariz adornadas con piercings, se expresa sin énfasis pero con lucidez aterradora y dolorosa. Durante mucho tiempo se ha sentido como un juguete roto, tocó fondo cuando el alcoholismo paralizante y vagar en la oscuridad no le permitió ir al hospital para ver a su infartada madre, tenía claro que su final sería voluntario si no encontraba una tabla de náufrago, reconoce el maltrato psicológico que infligió a sus mujeres y que optaron por salir corriendo ante su autodestrucción.
Habla de su pavor al no recordar al día siguiente nada de lo que le había ocurrido desde que empezó a trasegar alcohol, coca y speed muchas horas antes. Un personaje de Fitzgerald explicaba así su relación con la botella: “Cuando bebo ocurren cosas“. Sin embargo, el protagonista de esta dura historia necesitaba emborracharse para calmar a sus demonios.
Y vale. Hay mogollón de gente anónima en ese lamentable estado. Pero el tipo que se atreve a narrar en público su naufragio ha sido uno de los atletas más grandiosos que ha dado este país, coronado en las Olimpiadas con dos oros y una plata, alguien que competía obsesivamente con la exclusiva meta de ganar, sintiendo que ya no sabe qué hacer con su vida cuando decide retirarse, reemplazando sus férreos entrenamientos por los bares, los afters, los amaneces colocado hasta las cejas, los internamientos en clínicas para espantar al diablo. Se llama Gervasio Deferr. Su existencia da para una película o una novela. Ojalá que acabe bien.
Le entrevista Jordi Évole, señor que pregunta y escucha admirablemente. Con capacidad para que desnuden su alma ante la cámara gente con algo que merece ser contado. Deferr me hipnotiza y me conmueve. Es imposible cambiar de canal.
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