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Columna
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El poder

Yo, vengativo plebeyo y ácrata de salón, me divierto cantidad con los bocados a la yugular que se están sacudiendo los próceres de la gran familia de la libertad

Crisis PP Ayuso
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la rueda de prensa del jueves 17 de febrero.Ricardo Rubio (Europa Press)
Carlos Boyero

Alguien que disfrutó siempre del poder aseguraba que este solo es malo para aquellos que no lo tienen. Como nunca lo he poseído, me inspira desconfianza, temor, grima. Pero, para aquellos que lo consideran su razón de existir, el poder debe suponer algo afrodisiaco, un colocón y un orgasmo permanentes. Hacer lo que te da la gana con la existencia de los demás. Porque quieres, y, sobre todo, porque puedes. Sin necesidad de justificaciones morales, solo con la suprema obligación de que no te lo quite ni dios.

Ese es el único tema entre la guerra sin prisioneros que han montado la ambiciosa dama a la que tanto aman los votantes y el jefe supremo de su tinglado. Los dos están dispuestos a devorarse o inmolarse en plan kamikaze en nombre del sagrado poder. Y yo, vengativo plebeyo y ácrata de salón, me divierto cantidad con los bocados a la yugular que se están sacudiendo los próceres de la gran familia de la libertad. Igualmente, disfrutaría si esto ocurriera entre sociatas y podemitas. Es el ladino goce que sentimos los inquebrantables abstencionistas ante la desgracia de los que se aseguran sin pizca de sonrojo que dedican su vida a servir a los demás.

Los personajes de Shakespeare que andaban a degüello por el poder se expresaban con originalidad y lírica tortuosa. Pero siento vergüenza ajena cuando escucho a la afligida Ayuso declarar: “Nunca pude imaginar que la dirección de mi partido iba a actuar de un modo tan cruel e injusto contra mí”. Y que el desolado Teodoro le responde: “Nunca pude imaginar que atacara de una forma tan cruel e injusta a la dirección de nuestro partido”. Se supone que los discursos se los escriben distintos y bien pagados asesores y escribanos. Pero es tragicómico que ambos repitan idéntico rollo. Pobrecitos, víctimas ambos de la crueldad y la injusticia del otro.

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