En esta cabina me maté yo
Ir a ver la cabina que han colocado como homenaje a ‘La cabina’ en la plaza del Conde del Valle de Suchil es contemplar una secuela de ‘La cabina’
Ir a ver la cabina que han colocado como homenaje a La cabina en la plaza del Conde del Valle de Suchil, en Madrid, es presenciar una secuela meta de La cabina. Los niños la miran con una curiosidad arqueológica y, sin embargo, parecida a la del hijo de José Luis López Vázquez cuando se le cuela el balón dentro, al inicio del mediometraje. Una pareja cruza y ella refunfuña: “No era de este color, y además me parece fatal que no hayan mencionado en la placa a José Luis López Vázquez”. Un grupo de amigos con edad de haberla visto de niños admira el —léase con dicción lopezvazquiana— mo-nu-men-to y la cotilla que finge no escucharlos se ve obligada a hacerles una foto de grupo.
En la entrevista que dio a Abc tras recibir el Emmy Internacional en 1973, Antonio Mercero respondía cauto cuando le preguntaban si creía que el premio por La cabina le iba a abrir puertas: “Eso nunca se sabe. Precisamente, con ocasión de otro premio, me quedé parado”. Por suerte para ellos y para los que disfrutamos de su trabajo, el éxito de La cabina fue el primero de muchos para él y para Garci, al que haber coescrito la película tampoco le ha dado sitio en la placa, una ausencia inadmisible —al menos a López Vázquez es imposible no verlo dentro aunque no esté—.
Mercero explicaba que La cabina no era una historia de insolidaridad, “sino de incompatibilidad de ayuda al prójimo. La gente trata de ayudar al hombre que se queda encerrado, solo que no puede conseguirlo”. La cabina es La campana de cristal desde fuera. Lo mejor de la visita es comprobar que no hay persona que pase y no intente abrir la puerta. A menudo tampoco abre puertas, pero no hay mejor premio que seguir teniendo razón.
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