Matraca
Habiendo descubierto el Gobierno que salir todo el rato en televisión puede dotar de poder mitológico a alguien tan correcto y aséptico como Illa, han decidido amortizarlo
Los que ya estaban averiados antes de la peste, los que sentían su existencia como una ciudad sin ruinas y sin murallas, sospecho que su única ilusión era que llegara la noche y poder dormir sabiendo que su pesadilla retornaría al despertarse. Pero ese fúnebre estado de ánimo deben de compartirlo ahora multitudes que antes se llevaban razonablemente bien con la vida. Han descubierto la hipocondría, el dolor somático, la bruma, el agotamiento y el miedo instalados en su cuerpo y en su alma. Los que tengan familia a su cargo ni siquiera podrán permitirse la depresión pasiva. Eufóricos solo concibo a los que van a forrarse aún más con la aparición del monstruo. Presente y futuro tampoco son amenazantes para profesiones tan seguras como la política y el funcionariado, pero el resto debe de andar hecho polvo.
Si en épocas anteriores la ciudadanía normal se sentía hasta los genitales de la matraca independentista, en estos sombríos momentos le debe de parecer aún más repulsivo el protagonismo que los medios de incomunicación le otorgan a movida tan cansina e inútil. Habiendo descubierto el Gobierno que salir todo el rato en televisión puede dotar de poder mitológico a alguien tan correcto y aséptico como Illa, han decidido amortizarlo. Imponen que se celebren elecciones en medio del infierno. Y otra vez a sufrir la brasa y el bombardeo, el discurso vacuo, mediocre, previsible, dogmático y pesado hasta la náusea de los patriotas catalanes y los patriotas españoles. Aparte de a ellos, ¿a quién le importa? Parece ser que a Iglesias, haciendo comparaciones obscenas entre los exiliados republicanos y el fulano de Waterloo.
Los argumentos independentistas me parecen mentirosos, pero aún me resulta peor el inconfundible aroma curil y monjil que desprenden tantos de sus dirigentes. Ignoro si la misa permanente que celebran en mítines y debates exalta a los feligreses, pero estoy convencido de que para el personal con dos dedos de sentido común, el coñazo que dan les resulta insoportable.
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