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Columna
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Youtubers

Sus ingresos deben de ser tan espectaculares que, como tanto delincuente económico, ha decidido hacerse andorrano

El Rubius
El Rubius, en uno de sus vídeos.
Carlos Boyero

Cuesta trabajo, o cada uno lo interpreta como quiere, captar lo que pretende decir Dylan en sus líricas, crípticas, sarcásticas, paradójicas, duras y tiernas canciones. Pero está claro que todo dios entiende lo de: “No critiquéis aquello que no podéis comprender. Vuestros hijos están más allá de vuestro dominio. Porque los tiempos están cambiando”. Estoy en desacuerdo en no poder criticar fenómenos que se me escapan, que resultan grotescos, ilógicos o bobos para mi comprensión del universo. Por ejemplo, que el reinado absoluto en la diversión, lo lúdico, la pasión, lo ejerzan entre niños adolescentes y jóvenes una gente muy rara denominada youtubers e influencers.

Recuerdo con sensación de pasmo, de tripi chungo, de no dar crédito a lo que veía y escuchaba, cuando una amiga me mostró en qué consistía la actividad de esos monarcas del espectáculo mediático, la droga que vendían a millones de enganchadas criaturas. Un tipo llamado El Rubius decía y hacía infinitas estupideces delante de la cámara, y eso al parecer era apoteósicamente celebrado por una audiencia infinita. También debe mover pasta a espuertas, la publicidad le necesita y le ama, ya que el público jovezno delira con él. Sus ingresos deben de ser tan espectaculares que, como tanto delincuente económico, ha decidido hacerse andorrano, algo muy patriótico que limita tus obligaciones fiscales hasta extremos ridículos. Igualmente ya he sido testigo de la labor artística y espiritual que se precisa para convertirse en influencer, en convertirte en intocable y trascendental para una inmensa parroquia. Mayoritariamente lo protagonizan personas que venden moda, inanidad, su caprichoso atuendo, su forma de vivir, sus filias y fobias. Y todavía quedarán almas cándidas convencidas de que los que revolucionaron la historia y el pensamiento fueron Einstein, Marx y Freud. No se han enterado de que los cambios profundos los representan estos ídolos de las redes sociales.

Al parecer, el nirvana para infinidad de críos consiste en pasar la mitad del día (qué putada que también tengan que dormir o estudiar) en compañía de videojuegos, móviles, pantallitas que presuntamente otorgan el paraíso. Que sean felices. Otros lo fuimos con libros, tebeos y películas. Está bien. Cada uno a lo suyo. Es la vida.

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